DOMINGO 3º.DE PASCUA,
Ciclo C
¿Se puede pensar en un
alimento mas exquisito que
la Eucaristía?
La
tercera aparición de Cristo resucitado a sus apóstoles, está revestido de una
tremenda sencillez, que no se parece en nada a la visión que el apóstol Juan
tiene del Cordero en el Reino de los cielos. Aquí todo es solemnidad y
adoración y en la orilla del lago de Galilea todo es tranquilidad aunque no
exenta de importancia según veremos a continuación. Tenernos que recordar que
en los primeros días de la vida pública de Cristo, se presentó con todo el
ímpetu y el entusiasmo de quien empieza una tarea que tiene encomendada por el
Buen Padre Dios. Las gentes lo seguían
con avidez y tuvo que pedir prestaba
la barca a Pedro para predicar desde ella a las gentes. Cuando terminó, como
quien sabe que terreno pisa, le pidió a
Pedro que echara las redes mar adentro
para pescar. Pedro se le quedaría viendo
de arriba abajo y le diría que él no sabía nada de pesca, pues la pesca se
realiza de noche. Pero vio tal seguridad en la mirada de Jesús, que hizo lo que él le dijo y la pesca fue abundante.
Ahora ya resucitado, Cristo vuelve a
decir a Pedro que tampoco había pescado nada, dónde echar las redes para pescar.
Pero a diferencia de la vez anterior, Pedro ya no refunfuñó, ya sabía que en
Cristo simplemente se puede confiar,
simplemente obedeció con el mismo
resultado anterior, una pesca abundante. Cristo siguió la maniobra sentado en
la arena del lago y cuando volvieron con la barca llena de peces, les pidió que
llevaran algunos pescados para almorzar. Seguramente que con sus propias manos
fue asando los pescados y los panes, y
cuando estuvieron listos, llamó a
almorzar a sus queridos apóstoles. Qué deliciosos estarían los pescados cocinados con las
mismas manos llagadas y luminosas de
Cristo Jesús. Almorzaron sabrosamente, pero no hubo muchas palabras, todos
estaban pendientes de la actitud de Cristo, que era definitivamente el mismo
que un día los había llamado y más tarde los confirmaría como “pescadores de
hombres” pero que ellos sentían ya como otra
categoría de persona. Una vez que hubieron terminado de comer el pan y
el pescado de manos de Jesús, se hizo un silencio, que Cristo aprovechó para llamar a Pedro un poco alejado
de los demás apóstoles. Ahí sin más testigos, comenzó un interrogatorio que
dejó pensativo y un tanto apesadumbrado a Pedro, pero que al final desembocó en
una encomienda maravillosa, encargarse de guiar y de conducir a la familia que
Cristo fundaba precisamente en aquellos hombres débiles, sujetos a las miserias propias de la
naturaleza humana, pero con un poder de lo alto para guiar a la humanidad
entera a la casa del Padre. ¿Pedro, me amas, Pedro me quieres, Pedro me amas?
Escuchaba Pedro machaconamente y cada vez Cristo le encomendaba: “apacienta mis
ovejas, apacienta mis corderos”, con lo cual lo
investía en medio aquella profunda soledad de la playa y con toda la
solemnidad del caso, de la autoridad para guiar la barca de la naciente
Iglesia. Cuando Cristo escuchó también repetidamente el amor, el afecto y la
devoción que Pedro le profesaba, sencillamente terminó el dialogo ordenándole
al mismo tiempo con toda solemnidad: “Sígueme”, un sígueme en el cuál estamos
todos implicados, pues si Jesús encomienda a Pedro el cuidado de los suyos, a
nosotros nos toca el seguimiento, la obediencia y el trabajo, para que la
encomienda se haga realidad, y la labor de la pesca en el mundo pueda dar como
resultado precisamente un mundo de paz, de dicha, de fraternidad que asemeje la
vida que esperamos vivir en la casa del Padre. La labor es de todos, y todos
los días, no sólo cuando la comunidad de reúne para la Eucaristía, haciendo
presente a Cristo entre los suyos. Que no pase como las damas que se
pintan, se arreglan y se acicalan por las mañanas con arreglos que
ya no se ven por la noche. No podemos entonces pensar en un acicalamiento que
recibiríamos en el momento de la Eucaristía, sino una vida de entrega y de
generosidad en el mundo en el que cada uno nos desenvolvemos. Que cada domingo,
cuando nos reunimos para la Eucaristía, podamos vivirla con la sencillez con la
que Cristo invitaba en aquella ocasión a los suyos: “Vengan a almorzar”.
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Ramírez Mozqueda que está en alberami@prodigy.net.mx