Solemnidad de la Ascensión del Seńor

Testigos de la Pasión y de la Ascensión

 

La solemnidad de la Ascensión de Cristo

 

Al celebrar hoy la solemnidad de la Ascensión de Jesús podemos experimentar la extraordinaria grandeza del amor potente de Dios, que, al resucitar a Cristo de entre los muertos, lo ha sentado a su derecha en la gloria y lo ha constituido como cabeza del cuerpo de la Iglesia, de modo que nuestra gran e inquebrantable esperanza es participar de su mismo destino de gloria en el amor. Así interpreta la carta a los Efesios la relación entre Cristo y la Iglesia (Ef 1,17-23). En realidad la Ascensión de Cristo, narrada sólo por Lucas (Lc 24,50-51; Hch 1,3-11), es la misma celebración de la resurrección de Jesucristo, pero con un lenguaje distinto y con categorías diferentes. Así como la resurrección es la presentación de la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte con un esquema temporal, la ascensión es la representación espacial de ese mismo triunfo de Cristo, que es elevado al cielo junto al Padre y, sentado a su derecha, participa de su misma gloria.

 

El doble relato de la Ascensión en San Lucas

 

El doble relato lucano de la Ascensión (Lc 24,50-51; Hch 1,3-11) destaca la exaltación gloriosa de Jesús, mediante el paso de la tierra al cielo, siguiendo patrones de composición literaria y teológica del Antiguo Testamento, a saber, la humillación y exaltación del siervo de Dios (Is 53), la glorificación del justo sufriente (Sab 5,1-5), la entronización real del mesías (Sal 110,1) y la elevación del desvalido y del pobre (1 Sam 2,6-10).

 

Dios ha exaltado a Jesús y su entrega hasta la muerte

 

Es significativo el hecho de que esos ascensos son realizados siempre por Dios. No se trata de un ascenso conseguido por alguien, sino otorgado por Dios. También con Jesús ocurre lo mismo, lo cual revela el profundo carácter teológico de la ascensión, pues el Dios de Jesús es el Dios que levanta del polvo al crucificado y, en él y con él, al indigente, al pobre y a todos los que sufren (cf. Sal 113,7). En la ascensión de Jesús, Dios ha exaltado su persona y ha marcado su vida de entrega hasta la muerte con el sello eterno del amor que da vida y la comunica a todos los seres humanos.

 

La ascensión es el comienzo de una nueva presencia

 

Sin embargo, la ascensión no es la desaparición de Jesús de esta tierra, sino el culmen de su paso por ella y el comienzo de una nueva presencia, en los testigos de la Pasión con la fuerza de su Espíritu, que celebraremos el domingo próximo. La ascensión es la llegada al final de un camino en el que todos estamos embarcados, como cuerpo suyo que somos. Asimismo la ascensión descrita en los textos de Lucas no implica tanto la ausencia de Jesús cuanto su presencia trascendente en la historia a través del grupo de los testigos, los hombres y las mujeres que recibieron un nuevo dinamismo del Espíritu. La ascensión es una fiesta de esperanza puesto que con Cristo se hace viable la ascensión de todo ser humano para ser y vivir con la dignidad de hijos de Dios. Con Cristo que nos precede hasta el Padre Dios todos ascendemos.

 

La ascensión como comienzo de la misión evangelizadora de la Iglesia

 

Al comienzo de Hechos de los Apóstoles Lucas resume el contenido de su Evangelio: "Todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseńar.... hasta el día que fue llevado al cielo". El texto deja entrever que Jesús prosigue su actividad y su enseńanza después de su ascensión. El Evangelio es sólo el comienzo, y la comunidad eclesial es la continuación de aquella actividad evangelizadora de Jesús que se llevará a cabo con la fuerza del mismo Espíritu. En Hch 1,3-5 se retoma la descripción evangélica de la ascensión (Lc 24,50-53), pero dándole una nueva orientación, pues si en el Evangelio la ascensión es la culminación del paso histórico de Jesús por esta tierra, en Hechos, sin embargo, la misma ascensión marca el comienzo de la gran misión evangelizadora de la comunidad. En Lucas se puede constatar también la pluralidad de los testigos, pues el grupo reunido el día de la Resurrección es un grupo formado no sólo por los Once, sino también por el grupo de las mujeres, entre las que cuales destaca la madre de Jesús, por los hermanos de Jesús y los dos discípulos de Emaús. A todo este grupo Jesús abrió su entendimiento para comprender las Escrituras y son todos ellos a quienes Jesús promete ser vestidos de dinamismo desde lo alto (Lc 24,49), es decir, con la fuerza del Espíritu; finalmente, ante todos ellos Jesús era llevado al cielo (Lc 24,51).

 

Testigos de Cristo en el ministerio sacerdotal

La presencia de los testigos de la Pasión, Muerte y Resurrección, constituye un elemento que garantiza la continuidad de presencia del Resucitado en esta historia. El mensaje de Jesús a los discípulos resuena continuamente en nuestra historia: “Ustedes serán mis testigos… hasta los confines de la tierra”. Esta palabra es un estímulo vocacional para que muchos jóvenes puedan sentirse llamados a dar testimonio de Cristo en medio del mundo, especialmente en el ministerio sacerdotal. Ser sacerdotes consiste en ser testigos de Jesús, haciéndolo presente en el mundo, para que muchos puedan encontrarse con él, crucificado y resucitado, y así, cautivados por su amor, puedan descubrir el camino que lleva al primordial ascenso de la vida, que consiste en ser y vivir como hijos de Dios. Ser sacerdote en el mundo actual no consiste en tener un puesto alto de rango social ni en vivir el carrerismo de los ascensos a los mejores puestos, sino en dejarse sorprender por Jesús para descubrir que el verdadero ascenso no lo conseguimos nosotros sino que nos es dado de parte del Seńor Dios, que es quien nos asciende a un estilo de vida nueva, el de ser testigos, a partir de una vida humilde y sencilla, capaz de entregarse a los hermanos, particularmente a los más pobres y necesitados.

Jesús no se marcha sino que es exaltado y glorificado

 

Lucas insiste en la corporeidad del Resucitado para subrayar la continuidad entre el Jesús crucificado y el Jesús resucitado (Lc 24, 39-43) y resaltar el carácter histórico de la resurrección. Pero también destaca el cambio y la discontinuidad en Jesús resucitado a través de la ascensión. El relato de la ascensión se presenta ciertamente con un lenguaje más mítico que histórico, mediante el cual no se puede interpretar la ascensión como una salida de Jesús de este mundo, ni como una subida de Jesús que se va para volver al fin de los tiempos. En ese tipo de interpretación la ascensión pierde todo el carácter histórico que ha querido darle Lucas. En realidad en la ascensión de Jesús, él  no se va, sino que es exaltado y glorificado. Desde esa perspectiva la parusía final no será el retorno de un Jesús ausente, sino la manifestación gloriosa de un Jesús que siempre está y sigue presente en la comunidad.

 

La llamada a convertir la tierra en un cielo

 

La ascensión expresa, por tanto, un cambio definitivo en Jesús resucitado y revela una nueva manera de ser, gloriosa, glorificada, pero siempre histórica, pues Jesús glorificado sigue viviendo en todos los hombres que son testigos de su Espíritu y estamos llamados, más que a mirar al cielo, a convertir la tierra en un cielo mediante el testimonio de vida nueva en el amor. En este comienzo misionero de la comunidad se requiere la presencia activa, comprometida y organizada de los apóstoles y de los discípulos, pues la enorme tarea que tienen por delante es ser testigos del Crucificado y Resucitado hasta los confines de la tierra y a lo largo de toda la historia. Los apóstoles encarnan esta tarea que posteriormente llevan a cabo sus sucesores, los obispos, y sus más directos colaboradores, los presbíteros o sacerdotes católicos.

La entrega de la vida en la vocación sacerdotal

El requisito principal para ser sacerdote es conocer a Jesucristo y compartir con él su forma de vida, su mentalidad, sus ideas, sus movimientos, sus actitudes y acciones, caracterizadas todas ellas por el amor hasta la entrega de la vida y por la misericordia de Dios, que libera, perdona y regenera a toda persona necesitada. De este modo, al igual que los discípulos en su seguimiento radical del Seńor, los sacerdotes pueden “dar testimonio” de esa nueva forma de vida, apasionante y fascinante, que consiste en servir a los demás y, especialmente, a los últimos del mundo, a los pobres y necesitados. La misión de los sacerdotes en cuanto discipulado radical lleva consigo la entrega totalizante de la vida de modo que toda su actividad y toda su personalidad estén orientadas a dar testimonio de Cristo, mostrando a los hermanos el camino ascendente que nos lleva a todos hasta Dios Padre en el Espíritu del Amor.

La misión consiste en anunciar la Pasión de Cristo y la gloria de su amor

 

Por ello los apóstoles y los testigos de Jesús tienen como misión primordial anunciar el itinerario de Jesús hasta la cruz como camino de salvación para la humanidad. En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos. De ahí que ser testigos de Cristo sea dar testimonio de una vida nueva, centrada en el amor de la Pasión de Cristo y en la gloria que ésta lleva consigo. Sabemos que sólo actuando como Jesús, desde el amor y por el amor, será posible hacer frente a todo mal que amenaza al hombre, a la violencia asesina, a la injusticia social, a los procesos de exclusión de las personas y pueblos más pobres, a la desigualdad en el reparto de los medios y bienes de la tierra, a la tiranía política y económica que se ejerce con los pueblos por parte de los poderosos déspotas del mundo.

 

La ascensión capacita a los creyentes para elevar el mundo hacia Dios

 

Este día constituye, por tanto, una llamada para difundir este Evangelio, de modo que se haga viable la ascensión de toda la humanidad, mirando más al suelo que al cielo, mirando más al prójimo que a las nubes, pisando tierra con realismo y no embobados por una religión alienante. La ascensión de Jesús infunde un nuevo brío y capacita a todos los creyentes para enfrentarse a toda fuerza diabólica y destructiva del ser humano con la fuerza del Evangelio.  Si nos abrimos a este mensaje, entonces sí que ascenderemos todos como seres humanos y como cristianos en el movimiento irreversible de Cristo hacia el Padre.

 

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura