Solemnidad.
El Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo
El
Corpus Christi contra el descarte y el despilfarro
En el día del Corpus la comunidad
eclesial concentra su atención en la contemplación del misterio entrañable de
la tradición cristiana que arranca de la noche misma en que Jesús fue entregado
en la víspera de su muerte: la Eucaristía como cena del Señor. En este día la
Iglesia se remonta a lo más prístino de su historia para poner de relieve y
manifestar públicamente en las calles de nuestros pueblos y ciudades que la
Eucaristía es el misterio de nuestra fe y la cumbre y la fuente de toda su
actividad. En ella la Iglesia celebra la presencia viva del Señor Jesús, muerto
y resucitado, en el “pan partido”, que nos da la vida, que refuerza la
fraternidad y la solidaridad entre los cristianos y nos interpela sobre
el hambre y la miseria que viven grandes masas de la humanidad.
Todos los gestos eucarísticos y las
palabras sobre el pan y la copa están contenidos en los relatos bíblicos de la
cena pascual (1 Cor 11,23-26 y Lc
22,15-20; Mc 14,22-25 y Mt 26,26-29), de los cuales quisiera resaltar dos
aspectos comunes: el gesto de partir el pan y las palabras de Jesús sobre el
pan. La convergencia de todas las versiones neotestamentarias
permite reconocer como gesto unánime de Jesús que él “partió
el pan” que había tomado y lo acompañó con las palabras: “Esto es mi cuerpo”. La
relevancia del gesto de “partir” (en griego klao) es trascendental.
Cuando Jesús partió el pan lo
vinculó estrechamente a su trayectoria de amor y de servicio que culminó con su
muerte injusta y violenta en la cruz. Sobre este pan troceado es sobre el que
Jesús declara esas palabras: “Esto
es mi cuerpo”. Ese pan, ya partido, prefigura lo que será su muerte
como expresión de la vida que se entrega por amor. El pan partido es palabra
que revela el amor hasta la muerte de Jesús. Es sacramento que transparenta y
hace visible aquel amor. Es cuerpo que suscita en quienes lo comparten el
dinamismo existencial de la entrega de la vida por el prójimo. Jesús hace de
aquel momento el signo fundamental de su existencia. Su fuerza simbólica fue
percibida desde el principio por sus discípulos y se convirtió en el memorial
del amor sacrificial de Cristo, en anuncio de su resurrección de la muerte, en
expresión de la comunión fraterna y solidaria entre los creyentes y en signo
por excelencia del Reino de Dios.
Ese pan partido es el Cuerpo de
Cristo, vencedor del pecado y de la muerte. Al participar en esa comida los
creyentes formamos parte de ese pan, alimentamos nuestro espíritu y estamos
llamados a vivir su mismo dinamismo de entrega, de sacrificio y de amor,
proclamando la inmensa alegría que suscita en nosotros la Eucaristía. Más la
celebración pública, en las calles y en las plazas de nuestras ciudades en todo
el mundo cristiano, pone de manifiesto el sentido misionero y evangelizador de
la Eucaristía en el mundo, pues ésta es en verdad la gran palabra que la
Iglesia tiene que proclamar, con humildad, con respeto, pero con inmensa
alegría y a los cuatro vientos.
Con humildad, porque hacemos la
exaltación de un pan, un pan único y partido, convertido en cuerpo de un Dios
que se manifiesta en la bajeza de un simple pan. Con respeto, porque no lo
hacemos alardeando de nada, sino compartiendo y comunicando al mundo
abiertamente la mejor de nuestras expresiones de fe, la vida de Cristo, la vida
entregada por amor, a la que nos adherimos con plena convicción los creyentes.
La Eucaristía es el mejor de nuestros símbolos y la mejor de nuestras
realidades: en un pan partido está Cristo mismo entregándose y llamándonos a
todos a hacer eso en memoria suya. Con inmensa alegría, como lo hacían en el
origen de la Iglesia las primeras comunidades, constantes en la fracción del
pan, en el compartir la vida y en la oración. Y a los cuatro vientos porque no
conocemos fronteras en la proclamación de la palabra que verdaderamente puede
cambiar el mundo y el rumbo de la historia, pues al partir el pan aprendemos
todos a partirnos como el pan para servir y alimentar a la humanidad,
especialmente a los hambrientos y desahuciados del mundo.
En el Evangelio del reparto
organizado y solidario del pan como don y signo del Reino de Dios (Lc 9,11-17) lo esencial es la manifestación del Mesías
Jesús a través de un signo y una enseñanza que hoy constituyen una auténtica
alternativa al sistema social del mundo globalizado. Lo admirable no es la
“multiplicación” de panes, sino el “reparto” entre los necesitados. El milagro
no consiste en multiplicar sino en dividir. Lo que es digno de admiración y
rompe la lógica matemática es el pan compartido y repartido. Y este pan
compartido sacia a todos. Éste es el gran milagro que la Iglesia proclama desde
el Evangelio y la Eucaristía.
Frente al milagro diabólico del
sistema económico imperante que consiste en multiplicar y superproducir,
sosteniendo el crecimiento económico como objetivo prioritario del sistema, a
costa de los empobrecidos, el milagro evangélico del Corpus consiste en dividir
y compartir. La Eucaristía es sacramento que anuncia y anticipa una nueva
realidad mesiánica, proclamando la muerte de Jesús, un cuerpo roto, como
dinamismo liberador en una humanidad injusta y en una sociedad consumista.
El texto paulino de la Eucaristía
(1 Cor 11,23-26) revela a Jesús como pan, como un
cuerpo que se ofrece y que se entrega, un pan bendecido, que se parte y se
reparte para que nosotros aprendamos a compartir. En descampado está también
hoy gran parte de la humanidad, carente de las necesidades más vitales, sin pan
y sin casa. Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: «Dadles
vosotros de comer». Probablemente ellos, como muchos de nosotros, pensarían que
el milagro consiste en multiplicar los alimentos, y creerían que el problema es
comprar.
En cambio Jesús no compra ni
multiplica, sino que parte y reparte. Jesús les muestra que más que “comprar”
el camino a seguir es “partir”, “compartir” y “organizarse” para compartir.
Jesús da una lección excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el
milagro y resolvamos esa cuestión clamorosa que la humanidad tiene pendiente:
el hambre. Bendecir el pan significa comprender que los bienes que da la
tierra, en especial los que son necesarios para vivir con dignidad, no nos
pertenecen, sino que son don de Dios para toda la humanidad, y si obramos en
consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras relaciones
económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que
estructura nuestro planeta, habrá pan para todos y sobrará. Por eso el reparto
de los panes adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico.
El sistema económico con sus
tentáculos políticos es injusto y se muestra cada vez más incapaz de resolver
el problema de la pobreza de las dos terceras partes de la humanidad porque
está basado en la idolatría del dinero, un dios que premia a los que le ofrecen como sacrificio la vida de los pobres. La
celebración de la Eucaristía, sin embargo, es la manifestación del Señor en
nuestras personas y comunidades, que nos mueve a una solidaridad efectiva con
los pobres a través del justo reparto del pan de la tierra para que todos
puedan vivir con dignidad.
El pan partido está asociado al
cuerpo roto del crucificado. Por eso todo cuerpo roto de este mundo se concita
en el pan eucarístico. Cuando hoy la comunidad cristiana expresa su veneración
del pan partido debe renovar también su consagración a los cuerpos rotos por la
enfermedad o por la violencia, por la injusticia y por la desigualdad. También
ellos son Corpus Christi que transforma la lógica del descarte en lógica de
atención solidaria y la lógica del despilfarro en lógica de comunión fraterna.
En Santa Cruz de la Sierra
(Bolivia), como en otros muchos puntos del planeta, el Corpus es una gran
fiesta la que se celebra en el estadio de fútbol con unos cuarenta mil
participantes. Sin embargo, celebrar y exaltar hoy la fracción del pan como
cuerpo de Cristo no puede consistir sólo en hacer una procesión con el Cuerpo
Eucarístico de Cristo, ni participar de una celebración hermosísima y
multitudinaria, sino que debe consistir en seguir abriendo un camino
eucarístico en la lenta marcha de la historia para que todos los cuerpos rotos
del mundo, los de los hambrientos y descartados, los de los enfermos y
desahuciados, los de los pobres y desheredados, los de las prostitutas y de los
inmigrantes, los de los niños de la calle y maltratados, todos los cuerpos dañados
de las víctimas encuentren en el Cuerpo de Cristo, partido por amor y
compartido por su Iglesia, la esperanza de la liberación de este sistema y de
la redención de toda persona humana. Feliz día del Corpus
José Cervantes Gabarrón, sacerdote
misionero y profesor de Sagrada Escritura.