«DISCIPULADO Y MARTIRIO»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el domingo
13 durante el año
[30 de junio de 2019]
El texto del Evangelio (Lc 9, 51-62), nos presenta a Jesús que va camino a
Jerusalén para celebrar su Pascua y las exigencias para aquellos que quieran
seguirlo y ser discípulos suyos.
En esta carta dominical quiero
reflexionar sobre el discipulado desde el texto del Evangelio. Es habitual la
tentación de pensar en un cristianismo sin Cristo, y sin cruz pascual. Esto en
general está causado por la incomprensión de nuestra condición de discípulos de
Jesucristo. Todos los bautizados estamos llamados a ser discípulos. El
sacramento del bautismo, forma parte de una práctica habitual de los
cristianos, es un acontecimiento incorporado en nuestra religiosidad. Pero
también es cierto, que no hemos asumido suficientemente este camino de
discipulado y de una formación -que es indispensable- para vivir con un
compromiso de fe nuestra vida cristiana.
Este discipulado del cristianismo no
se refiere en primer lugar al seguimiento de una doctrina. No es una
teología-teoría del mundo o una teoría desde los pobres. Su ángulo, para mirar
la realidad no es un conjunto de normas morales. Tampoco ser cristiano es la
realización de algunas prácticas de piedad o el cumplimiento de algunos
rituales. El discipulado implica el seguimiento o adhesión a la persona de
Jesucristo. En esto, el cristianismo se distancia de las otras religiones. La
vinculación a la persona de Jesús no es por un tiempo o bajo un aspecto
determinado. El discípulo que sigue a Jesús se encuentra con la necesidad de
asumir sus enseñanzas. Desde Él, nosotros nos comprometemos con la doctrina que
Él nos revela, hacemos una opción preferencial por los pobres y marginados, y
solo desde Él tienen sentido nuestras prácticas de piedad. Estas enseñanzas son
liberadoras y nos regalan la Vida. Pero también hay que decir que son exigentes
e implican un seguimiento que tiene que ver con la cruz. Por eso en el texto de
hoy Jesús, ante alguien que expresa su deseo de seguirlo: «Te seguiré adonde
vayas!» (Lc 9,57), le advierte que Él, que es «el Hijo del
Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58).
Y más adelante dice: «el que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás,
no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9,62).
Quizás nos venga bien preguntarnos:
¿podemos vivir este discipulado de Jesucristo, en medio de un mundo tan
complejo y donde las ofertas parecen ser tan diferentes a la propuesta
cristiana? Desde ya que debemos reconocer que es difícil. Uno de los
principales males viene por el lado del secularismo, la indiferencia y el
individualismo religioso. Pero también, lamentablemente, hay propuestas
religiosas que son consumistas y entusiasman temporalmente a algunos y después los
dejan peor que antes. Aunque es difícil, sabemos que es posible vivir nuestra
condición de cristianos porque Dios nos ayuda con su gracia. Seguramente, en donde
podemos encontrar las mejores respuestas es en el testimonio de tantos mártires
y santos del pasado y de nuestro tiempo. La carta del apóstol san Pablo que
leemos este domingo nos dice: «Yo los exhorto a que se dejen conducir por el
Espíritu de Dios» (Gal 5,16). La humildad y el sabernos necesitados, nos abre
las puertas a Dios y nos permite construir sobre roca. Por el contrario, la
autosuficiencia nos hace perder la condición de discípulos y nos hace
inconsistentes y perecederos.
La semana pasada hemos vivido con gozo
la celebración del «Corpus Christi»
en el Anfiteatro «Manuel Antonio Ramírez».
Desde allí, y en sintonía con las celebraciones de toda la diócesis,
hemos pedido al Señor presente en la Eucaristía por nuestras necesidades. Con
la presencia de muchos sacerdotes y diáconos, junto a miles de fieles
imploramos a Dios poder valorar siempre el don de la Vida que Él nos da
teniendo en cuenta especialmente a los niños por nacer, a aquellos que padecen
el flagelo de las adicciones y a los que sufren por diversas causas.
Queremos seguir renovando nuestro
compromiso cristiano de ser Discípulos y Misioneros, una Iglesia en salida y
más Samaritana. No queremos tener un mero entusiasmo pasajero, sino que
adquirimos la certeza que nuestra esperanza es pascual. La vida del cristiano,
para que sea pascual y redentora, requiere de la cruz y de martirios que, sin
buscarlos, nos purifican en el camino personal y eclesial. Podemos decir que
siempre hay una dimensión martirial en el discipulado cristiano, que nos lleva
a poder vivir con gozo, con mucho gozo, la experiencia del Cristo resucitado, y
nuestra condición de hijos e hijas de Dios.
Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas