«LA ORACIÓN en lo cotidiano»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el domingo 17 durante el año
[28 de julio de 2019]
En este domingo el Evangelio de San
Lucas (11, 1-13), sigue proponiéndonos el tema de la oración. Uno de los
discípulos le pide a Jesús, su Maestro: «Señor enséñanos a orar». En realidad,
ellos querían aprender aquello que hacía su Maestro: «Un día Jesús estaba
orando en cierto lugar».
Muchos textos bíblicos nos hablan de
la oración de Jesús. El Señor subía a la montaña para orar (Mt 14,23), incluso
cuando todo el mundo lo buscaba (Mc 1,37). En general, su oración estaba ligada
a su misión. San Lucas nos presenta a Jesús en oración antes de cada
acontecimiento importante, como en este domingo que Jesús estaba en oración,
antes de enseñar a rezar el «Padre Nuestro» a sus discípulos.
Todos los bautizados estamos llamados
a ser hombres y mujeres de oración. Pero cada uno tiene que ligar la
espiritualidad, devoción y oración a la vocación y misión que tiene.
En nuestra Diócesis, en Posadas,
tenemos la gracia de tener el Monasterio contemplativo de las Hermanas de la
Sagrada Familia. Ellas tienen una vocación y misión ligadas íntimamente a la
oración personal y litúrgico-comunitaria. Los consagrados y sacerdotes tenemos
que vivir la comunión con Dios, para ser instrumentos de la comunión con los
hermanos. Y para esto es necesario orar como Jesús, el buen Pastor. Pero en
esta reflexión quiero referirme especialmente a la oración de los laicos, que
son la mayoría del Pueblo de Dios. Su oración no puede ser igual a la de los
monjes o a la de los sacerdotes. Quiero que reflexionemos sobre un texto de San
Francisco de Sales en su gran libro «Introducción a la vida devota» que,
aunque fue escrito a principios del siglo XVII, tiene mucha actualidad: «La
devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y
ocupaciones particulares de cada uno. Dime, si sería lógico que los obispos
quisiéramos vivir entregados a la soledad, al modo de los monjes; que los
casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos
capuchinos; que un obrero se pasara el día en la Iglesia, como un religioso; o
que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la
manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades
del prójimo. Una tal devoción ¿no sería algo ridículo, desordenado e
inadmisible? Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente… La
devoción –la oración- mientras sea auténtica nada destruye, sino que todo lo
perfecciona y completa». La verdadera oración no complica, sino que nos permite
hacer bien las ocupaciones propias de nuestra vocación y misión.
Esto puede ayudarnos a reflexionar
sobre la necesidad de oración que tienen los laicos que por su propia vocación
están ligados a tantas situaciones que muchas veces parecen contraponerse a las
cosas de Dios. Es erróneo pensar que la espiritualidad y la oración están
ligadas solamente a los momentos en que estamos en el templo. Si creemos esto,
corremos el riesgo de estar generando una ruptura entre la fe y la vida
cotidiana.
Quizás tengamos que aprender a orar
las situaciones -como lo hace tanta gente con sencillez y espontaneidad- con
una jaculatoria, o bien tocando una imagen, invocando a nuestro Padre Dios,
como en el «Padre Nuestro», o bien elevando una petición, como los pobres que
piden, porque se saben necesitados.
Si bien es necesario que los laicos
tengan algún rato de oración personal o de adoración eucarística, retiro
espiritual o participación en los momentos comunitarios y litúrgicos, es
indispensable que oren desde las situaciones que les toca vivir a diario.
Siempre nos encontramos con alegrías, tristezas, desengaños, sufrimientos
propios y ajenos. Todo esto podemos elevarlo a Dios como agradecimiento,
alabanza o petición. Por eso en el Evangelio de este domingo, el Señor nos
propone la parábola del «amigo insistente», en el contexto del tema de la
oración. Nos promete que a quien pide con insistencia «le dará todo lo
necesario». (Lc 11,8)
Es cierto que no es fácil reflexionar
sobre la oración en un tiempo que se olvida a Dios. Quizás por eso mismo
tenemos que recordar que el hombre o la mujer que oran, no solo alimentan su
vida espiritual, sino que sobre todo se humanizan.
Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas