BREVEDAD DE LA
VIDA
Domingo 18 del
Tiempo Ordinario. C
“Vaciedad
sin sentido, todo es vaciedad”. Es muy conocido este inicio del libro del
Eclesiastés (Ecl 1,2). El texto añade una reflexión sobre la preocupación
humana por el trabajo: “Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y
acierto, y tiene que legarle su porción a quien no ha trabajado. También esto
es vaciedad y gran desgracia” (Ecl 2,21-23).
Pero
el problema no es el trabajo sino la
fugacidad de la vida, que quita sentido a los afanes por acumular unos bienes que
es preciso dejar a otros. Con frecuencia
olvidamos que no estamos en esta tierra para vivir aquí para siempre.
Esa
idea de nuestra limitación temporal se repite en el salmo responsorial, en el
que nos dirigimos a Dios reconociendo que nuestra vida es frágil y breve: “Mil
años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna” (Sal 89,)
Por
feliz coincidencia, en la segunda lectura de la misa de hoy, san Pablo nos
recuerda que hemos resucitado con Cristo. Y, por tanto, nos exhorta a aspirar a
los bienes de arriba, no a los de la tierra (Col 3,1-2).
MEDIADOR
Y ÁRBITRO
El
evangelio de Lucas, que vamos siguiendo a lo largo de este año, se refiere con
frecuencia al dinero, o mejor a los pobres y a los ricos. El texto que hoy se
proclama en la Liturgia (Lc 12,13-21) podría dividirse en dos partes, centradas
en el tema de la codicia.
•
En la primera parte, uno de los que escuchan a Jesús le expone su enemistad con
su hermano a causa de la herencia familiar. Su petición nos recuerda la de
Marta. Ambos piden a Jesús que haga de mediador en cuestiones familiares: “Dí a
mi hermana… Dí a mi hermano…” También hoy algunos quieren que Jesús solucione sus
problemas.
• En
la segunda parte, leemos la parábola de un hombre rico que ha recogido en sus
campos una cosecha muy abundante. Junto
a la satisfacción por la cosecha, se le plantea el problema de construir unos almacenes
más amplios para recogerla. Pero Dios es el árbitro que marca el final de
nuestra carrera.
Con
todo, el mensaje que se desprende de la parábola subraya sobre todo la
arrogancia y el engaño en el que vive este hombre. Parece convencido de que la
abundancia de sus bienes le garantiza una larga vida. Como en el libro del
Eclesiastés, también en este relato se sugiere que la preocupación verdadera es
la de la caducidad de la existencia.
DIOS Y LOS DEMÁS
Es interesante descubrir que la parábola contrapone a
la palabra del rico la palabra de Dios. El rico espera disfrutar de su cosecha
durante muchos años. Pero Dios le anuncia que su vida ha llegado a su término.
• “Necio, esta noche te van a exigir la vida”. Si la
sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la necedad revela la
autosuficiencia de la persona, es decir su pecado. No se puede olvidar que quien
decide la duración de la vida no es el hombre sino Dios. Nadie es dueño de su
futuro.
• “Lo que has acumulado ¿de quién será?” Además de
escuchar la voz de Dios, el hombre siempre ha de prestar atención a sus
hermanos. El rico es interpelado por Dios, pero hará bien en recordar a las
personas que lo rodean. Ninguna cosecha le pertenece para siempre. Siempre hay
unos “otros” que heredarán nuestros bienes.
- Padre de los cielos, con razón Jesús nos exhortaba a
confiar en tu providencia. De ti proviene nuestro pan de cada día. Tú nos
entregas los bienes para que reconozcamos tu generosidad y los compartamos con
alegría. Que tu Palabra nos recuerde la honda verdad de nuestra vida y nos
ayude a tenerte en cuenta a ti y a nuestros hermanos. Amén.
José-Román
Flecha Andrés