LA
MISIÓN Y LA DIVISIÓN
Domingo
20 del Tiempo Ordinario. C
“Hay que condenar a muerte a ese hombre, pues, con
semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la
ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su
desgracia”. Esa fue la
acusación contra el profeta Jeremías que los príncipes presentaron ante el rey
Sedecías (Jer 18,4-10).
Al fin, Jeremías
fue liberado de morir de hambre en el aljibe al que lo habían
arrojado. Pero aquel episodio de su vida se repite también hoy. La palabra de
Dios consuela a los que creen y molesta a los que se alejan de él. Por eso el
profeta es acusado de perturbar la paz y el orden social. Se manipula la
opinión pública y se decide eliminarlo.
Con el salmo responsorial, también
nosotros hacemos nuestra la oración del
condenado: “Yo soy pobre y
desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes” (Sal 39,18).
La segunda lectura (Heb 12,1‑4) nos
recuerda que “en lugar del gozo inmediato, Jesús soportó la cruz, despreciando
la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”. También él
ha sido liberado por Dios, como lo fuera Jeremías.
UN TEXTO ESCANDALOSO
Según el evangelio que hoy se proclama (Lc
12,49-53), Jesús es consciente de que su mensaje desencadenará graves
divisiones en la sociedad y aun en el seno de las familias. Hasta los hijos se
enfrentarán a sus padres, aparentemente por causa de la fe.
Este texto puede resultar escandaloso.
Pero no revela la intención de Jesús sino la realidad que se iba a seguir del
anuncio de su mensaje. De sobra sabía él que el evangelio no dejaría
indiferentes a las personas. Quienes trataran de vivir en cristiano con
frecuencia resultarían molestos hasta a sus mismos familiares.
Pero esa división se habría de repetir una
y otra vez a lo largo de los siglos. También hoy las familias se encuentran
divididas por el fundamentalismo de los miembros que se han pasado a otro grupo
religioso. O por los familiares que se burlan de los que tratan de mantener la
fe. O por los jovenes que buscan su afirmación personal renegando de la fe de
sus padres.
LA CRISIS Y EL MARTIRIO
Con todo, es preciso recordar la frase con la que
comienza este texto evangélico: “He
venido a prender fuego a la tierra. ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con
un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!”
Esas dos referencias al fuego y al bautismo revelan la fuerza del mensaje de
Jesús.
• “He venido a traer fuego en el mundo”. El fuego puede
ser entendido como el símbolo del amor, pero también como el símbolo del
juicio. El fuego purifica los metales. Y a él se arroja la basura. También la
figura y el mensaje de Jesús purifican nuestra conciencia y someten a crisis
los pretendidos valores de nuestra sociedad.
• “Con un bautismo tengo que ser bautizado”. En la
pregunta que Jesús dirigió a Santiago y Juan, el bautismo significaba el
martirio (Mc 10,38). Como se ve, Jesús es muy consciente de las intenciones de
los que quieren condenarlo a muerte. Pero acepta voluntaria y generosamente la
suerte que le espera.
- Señor Jesús, cuando preguntaste a tus discípulos qué
decían las gentes sobre ti, ellos recordaron que muchos te comparaban con el profeta
Jeremías. Al igual que él, también tú fuiste y eres acusado de ser enemigo del
pueblo. Tú eres el príncipe de la paz. Pero nuestras opciones generan las
divisiones que tú preveías. Danos fuerzas para seguirte por el camino.
José-Román
Flecha Andrés