D O M I N G O  XX  (C)  (Lucas, 12, 49-53)

¡Que el fuego que veniste a traer a la tierra, queme nuestras vidas!

-  Este Evangelio necesita Homilía, necesita explicación, porque Jesús dice cosas ¡muy fuertes y difíciles de comprender!

            - Fuego he venido a traer a la tierra…..

            - No he venido a traer la paz sino la guerra.

            - He venido a traer la división. En adelante estarán divididos el               padre contra el hijo y el hijo contra el padre.

-  ¡Muy duro todo esto y muy difícil de explicar en los pocos minutos de una Homilía! Pero vamos a tratar, al menos, de aclarar algo el pensamiento de Cristo y, qué es lo que nos quiere comunicar a través de este Evangelio.

 

-  Suele decirse que “una  imagen vale más que mil palabras”  Si nosotros a un “Vega Sicilia” le echamos “Casera”, convertimos, un delicioso placer al paladar, en una vulgar bebida.

-  Es una imagen muy aproximada de lo que muchos cristianos hemos hecho con la sublimidad del Evangelio.

- En muchas cosas, hemos desvirtuado el mensaje de Cristo porque nos hemos hecho un Evangelio acomodaticio, sin garra y sin chispa.

-  Y Jesús hoy, a través de su Palabra, nos quiere hacer reaccionar. Nos  quiere decir, a ti y a mi, al vernos tan tibios y tan apáticos:                        - ¡Reacciona: que yo he venido a traer fuego a la tierra y tú estás apagado!

-   Y a nosotros, tan flojos y beligerantes en las cosas de Dios, nos dice: 

Yo no he venido a traer la paz y el conformismo sino, esa guerra y esa lucha consigo mismo, que exigen la práctica de las virtudes cristianas. 

-  Y a todos nosotros, tan amigos de las medias tintas y las componendas, el Señor hoy nos recuerda:

¡Que su seguimiento no puede estar supeditado, ni siquiera a los amores legítimos de la tierra! Y nos  advierte que la radicalidad de su seguimiento nos puede crear, a veces, conflictos hasta con nuestros seres más queridos, incluso con nuestros familiares de sangre.

-  En síntesis:

 Cristo nos pide, ¡que no desvirtuemos el Cristianismo! Que no “agüemos” el “Vega Sicilia” del Evangelio, con nuestra conducta acomodaticia, porque entonces, su Mensaje se quedaría en una vulgaridad incapaz de apasionarnos a nosotros y, desde luego, sin capacidad para entusiasmar a los demás.   

                                                                                                 Guillermo Soto