UNA LLAMADA UNIVERSAL

Domingo 21 del Tiempo Ordinario. C

 

 

“Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones y anunciarán mi gloria a las naciones”. Con este oráculo (Is 66,18-21) se anuncia la llegada de todos los pueblos a Jerusalén.

Allí el Señor les manifestará su gloria. Pero esa experiencia religiosa habrá de extenderse a toda la tierra. El Señor enviará a los supervivientes como mensajeros para que la anuncien a toda la humanidad, representada por las naciones más conocidas en su tiempo.

El salmo responsorial se hace eco de esa promesa al dirigirles esta exhortación:Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre” (Sal 116,1-2).

A los fieles de todos los tiempos se nos exhorta hoy a fortalecer las manos débiles, a robustecer las rodillas vacilantes, y a caminar por una senda llana (Heb 12,11-13).

 

LOS DE CASA Y LOS DE LEJOS

 

En el evangelio que hoy se proclama (Lc 13,22-30) se evoca la pregunta que uno de sus oyentes dirige a Jesús: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” A esa cuestión originada por la curiosidad, el Maestro responde con una exhortación muy concreta: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.

El texto que sigue se sitúa en la línea de los antiguos profetas, que reaparece también con frecuencia en los evangelios. De hecho, Jesús manifiesta que algunos que se dicen creyentes no entrarán por esa puerta, mientras que algunos paganos encontrarán el camino. 

• Los de casa confiaban en sus ayunos, en sus rezos y en los ritos con los que pretendían asegurarse la salvación. Jesús les advierte una y otra vez que esos signos externos no les garantizan la vida eterna. Aunque presuman de sus raíces históricas, serán excluidos de la cercanía de los patriarcas y los profetas de su pueblo.

• En cambio, los que parecían enemigos de Dios y de su pueblo, llegarán de los cuatro puntos cardinales “y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. La imagen del banquete es muy significativa y fácilmente comprensible. Los que llegan de lejos están más cerca de Dios que los que siempre habían profesado creer en el Dios de sus padres.

 

GRANDEZA Y DEBILIDAD 

 

En el centro de hoy resuena la invocación con la que unos y otros pediremos ser admitidos en el banquete del Reino de Dios.

• “Señor ábrenos”. Al pedir al Señor la sanación para nosotros o para los que nos solicitan una oración de intercesión, reconocemos la grandeza de Dios y nuestra debilidad. Sin embargo, deberíamos pedirle sobre todo que nos admita en su compañía y su intimidad.

• “Señor ábrenos”. Toda la Iglesia anuncia que un día se manifestará la verdad salvadora de su Reino. De sobra sabe ella que el ser admitidos a ese banquete es una gracia misericordiosa de Dios. Todos podemos llamar, pero solo él puede abrirnos la puerta.

• “Señor ábrenos”. Son muchos los que aún no han abierto su puerta al Señor o la han cerrado sin saber bien por qué. Sin embargo, toda la humanidad puede confiar siempre en la misericordia del Dios de la vida y de la gracia.  

- Señor Jesús, creemos que son muchas las gentes, de todo pueblo y condición, que te buscan aun sin conocerte. Te rogamos que a todos nos muestres el camino para que reconozcamos el esplendor de tu verdad que conduce a la vida eterna. Amén.  

José-Román Flecha Andrés