«comprometerse especialmente con
los pobres»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el domingo 22
durante el año
[1 de septiembre de 2019]
La Palabra de Dios de este domingo nos
plantea el tema de cómo debe ser el banquete del Reino de Dios, es decir, cómo
deben ser nuestras celebraciones eucarísticas. La Misa debe ser el momento
culminante de las comunidades que quieren vivir la conversión, la comunión y la
misión. El domingo pasado el Evangelio nos decía: «Y vendrán muchos de oriente y de
occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de
Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay primeros que
serán los últimos» (Lc
13,29-30). En este domingo también los textos bíblicos toman el tema del
banquete: «Cuando des un almuerzo o
una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos… ni a los vecinos ricos,
no sea que ellos te inviten a su vez y así tengas tu recompensa. Al contrario,
cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos,
a los ciegos. ¡Feliz de ti porque ellos no tienen como retribuirte, y así
tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!» (Lc 14, 12-14).
El banquete eucarístico, la Misa, está
ligada íntimamente a la vida de todo bautizado en una necesaria espiritualidad
misionera. La Misa, lejos de llevarnos a una actitud intimista de la fe, nos
exige que estemos animados para abrirnos y llegar a los que están más alejados
de Dios. Este es el camino que queremos ir asumiendo en nuestra Diócesis y que
venimos recorriendo orientados por nuestro Sínodo Diocesano, y el propósito
renovado en nuestra última Asamblea de junio, donde buscamos implementar la temática
sobre juventud, familia y laicos en nuestras comunidades.
La Iglesia desde sus inicios realizó
una apertura misionera a los pueblos paganos y el mismo Apóstol San Pablo se
llamaba a sí mismo «Apóstol de los paganos» (cfr. Rom.
11,13). Creo conveniente señalar que la Palabra de Dios y la tradición de la
Iglesia, nos permiten profundizar en este rasgo esencial para nuestra época, la
de ser una Iglesia que teniendo clara su identidad, sea abierta, y a nosotros
como cristianos, que integremos este rasgo tanto en la espiritualidad, como en
nuestro estilo evangelizador.
Cuando hablamos de una Iglesia abierta
que quiere comunicar los tesoros de la revelación, no debemos confundirnos con
algunos males de la época, que creen que ser abiertos es ser relativista. Ser
abiertos es amar, dialogar, escuchar, cambiar, aportar, aprender y recuperar,
sin perder la propia identidad. Ser abiertos no es mezclar todo, como una
especie de sincretismo o de mezcla del bien y del mal, de valores y
antivalores. ¿Cuáles son los tesoros de la Iglesia? Los tesoros son los que la
Iglesia debe cuidar a través de la historia, lo revelado por el Señor, lo que
Él nos comunicó y el Magisterio (las enseñanzas de la Iglesia), que van
acompañando con el Espíritu Santo la historia, para que ésta sea nuestra
historia de Salvación. Los tesoros de la Iglesia son los pobres y excluidos que
en nuestras opciones son la garantía que estamos en la búsqueda de practicar el
Evangelio.
Alimentados en el banquete
eucarístico, en la Misa, como nos señala el Evangelio de este domingo, debemos
salir al encuentro como discípulos y misioneros de «muchos que vendrán de oriente y de
occidente, del Norte y del Sur» invitando especialmente «a los pobres, a los
lisiados, a los paralíticos, a los ciegos…». Lamentablemente, el problema de la
pobreza se va acentuando mientras que algunos pocos acumulan las riquezas sin
consideraciones. Por eso es necesario asumir las problemáticas económicas con
verdadero compromiso y más allá de las coyunturas, poniendo en el centro a los
más pobres.
En el texto de conclusión de Aparecida
nos señala: «Esta V Conferencia,
recordando el mandato de ir y hacer discípulos (Mt. 28,20), desea despertar la
Iglesia en América Latina y el Caribe para un gran impulso misionero. No podemos
desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés!
¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades
y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo,
que ha llenado nuestras vidas de "sentido", de verdad y de amor, de
alegría y de esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en la espera pasiva en
nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que
el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte» (DA 548). Que la Palabra
de este domingo, y cada Misa en donde Cristo se dona por amor, nos permitan
tener una espiritualidad misionera.
Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas