LA RENUNCIA Y LA CRUZ

Domingo 23 del Tiempo Ordinario. C

 

 

“¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere?… ¿Quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?” (Sab 9,13-18). Estas preguntas nos llevan a tomar con cautela tanto el alcance de nuestro conocimiento como nuestras pretendidas certezas.   

“Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89). El salmo responsorial se hace eco de las palaras proclamadas en la primera lectura, para recordarnos que la verdadera sabiduría es un don de Dios. No tiene sentido enorgullecerse de lo que uno cree saber. El saber del creyente se identifica con el aceptar la palabra de Dios.

En la breve carta que Pablo escribe a Filemón, lo exhorta a recibir a Onésimo como al  hermano que ahora es, tras haber recibido el bautismo de manos del Apóstol, y ya no como al esclavo que era antes de escapar de la casa de su amo. La comunidad cristiana no podía modificar las leyes del Imperio, pero podía pedir a los fieles que vivieran como hermanos.

 

LIBERTAD Y SEGUIMIENTO

 

Si la primera lectura nos habla de la sabiduría que viene de Dios, el evangelio nos dice que esa sabiduría se ha hecho carne en Jesús. Con razón él puede invitarnos a seguirlo por el camino, dejando atrás todos nuestros intereses. Bien sabe él que eso no es fácil. Por eso nos exhorta a calcular el peso de nuestras decisiones y nuestras posibilidades.

• La invitación a seguir a Jesús es una llamada  a la libertad. En el evangelio de hoy (Lc 14,25-33), Jesús indica tres relaciones que nos remiten a los lazos familiares (v. 26), a la posesión y disfrute de los bienes (v. 33) y al cómodo apego a la propia vida (v. 26). Todos hemos de considerar si estamos dispuestos a soñar con la libertad de todos los vínculos.

• Pero no basta liberarse “de” algo. Es preciso liberarse “para” seguir al Señor. Por eso, él se refiere tres veces a su persona. “Si alguno se viene conmigo”…, “detrás de mí”…,  “discípulo mío”. Nadie deja todo por nada. El evangelio nos dice una y otra vez que la llamada a la libertad es una llamada al seguimiento de Jesús.

• Junto a esas tres relaciones y referencias, se encuentran otras tres negaciones: “No puede ser discípulo mío”.  Sólo quien decide libremente seguir al Maestro puede alcanzar la libertad de vivir la vida del Señor. Esa es la grandeza de la libertad.  

 

EL CIMIENTO Y LA FIDELIDAD

 

 De todas formas, Jesús no oculta a sus discípulos que el seguimiento comporta la aceptación de la cruz que él ha de llevar un día.

• “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. La cruz es un patrimonio univeral. No es el Señor quien nos la impone. Más pronto o más tarde, a todos nos tocará un día cargar con nuestra propia cruz. Pero el Señor nos invita a llevarla tras él. Es decir, a reconocer que él nos precede en el camino y a seguirle con decisión y confianza.

  “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. Esas palabras valen para todos los discípulos y para toda la Iglesia. No puede eximirse de llevar la cruz una comunidad que dice seguir y confesar al Crucificado. La persecución no  es un accidente de la historia. La comunidad cristiana sabe bien cuál es el camino del Señor.

- Señor Jesús, muchos de nosotros creemos estar construyendo una torre fuerte y sólida, pero no la hemos cimentado sobre la base de una fe sincera y comprometida.  Que tu Espíritu nos conceda el don de la sabiduría para que podamos mantenernos con fidelidad  en el camino por el que tú nos precedes. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés