«dialogar y discernir»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el domingo 23
durante el año
[8 de septiembre de 2019]
Nos quedamos perplejos en esta época
frente a los cambios permanentes y profundos. La evolución tecnológica e informática genera cambios esenciales que nos
desconciertan y exigen que busquemos comprenderlos y dar respuestas adecuadas.
Lamentablemente en nuestra Patria hemos padecido antes y padecemos ahora,
situaciones de total inestabilidad e imprevisibilidad. A la vez, pareciera que
tenemos una gran incapacidad de buscar consensos en temas fundamentales
superando las estrategias y las ambiciones de tener y poder.
En medio de tantas situaciones
complejas, los cristianos necesitamos profundizar y formarnos en la fe que
creemos. Esto nos permite madurar nuestra identidad cristiana, para que en
medio de las luces y sombras de nuestro tiempo, podamos ser constructores de
los valores que profesamos. Servirá para nuestra reflexión la lectura de una
parte del texto «Jesucristo, Señor de la historia», documento escrito por los
obispos argentinos con motivo del año jubilar. En el mismo hay una referencia
explícita a la necesidad de afirmar nuestra identidad en una época de cambios:
«El comienzo del siglo encuentra a la humanidad en un momento muy
significativo. Algunas décadas atrás la Iglesia hablaba del amanecer de una
época de la historia humana caracterizada, sobre todo, por profundas
transformaciones. Pero este amanecer no ha concluido. Más aún, aquellas
situaciones nuevas se han vuelto más complejas todavía. Por eso podemos
percibir qué es lo que termina, pero no descubrimos con la misma claridad
aquello que está comenzando. Frente a esta novedad se entrecruzan la
perplejidad y la fascinación, la desorientación y el deseo de futuro. En este
contexto se plantea, a veces de un modo oculto y desordenado, preguntas
urgentes: ¿quién soy en realidad? ¿cuál es nuestro
origen y cuál nuestro destino? ¿qué sentido tiene el
esfuerzo y el trabajo, el dolor y el fracaso, el mal y la muerte? Tenemos
necesidad de volver sobre estos interrogantes fundamentales. En una época de
profundas transformaciones, la cuestión de la identidad aparece como uno de los
grandes desafíos. Y esta problemática afecta de modo decisivo al crecimiento, a
la maduración y a la felicidad de todos. En este marco, queremos anunciar lo
que creemos, porque el Evangelio es una luz para planteos que nos inquietan»
(JSH 3).
En el centro de nuestra identidad
como cristianos, está la persona de Jesucristo. Dios hecho hombre. Es la piedra
angular de la creación y de la historia de Salvación. Es tarea de cada
cristiano comprender la centralidad de Jesucristo en su vida y asociarse
libremente a Él. Desde esta reflexión podemos entender la afirmación del texto
de este domingo (Lc 14, 25-33). «Junto con Jesús iba
un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: cualquiera que venga a mí y no
me ama más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus
hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 25-26).
Si realmente como cristianos,
queremos ser discípulos de Jesús, trataremos de abrir nuestro corazón a sus
enseñanzas. En la Palabra de Dios, en el Magisterio y la comunión de la
Iglesia, nosotros alimentamos nuestra identidad y nuestro discipulado. Cuando
entendemos que este discipulado debemos vivirlo en el mundo, en la familia,
trabajo, política, escuela… comprendemos que la identidad cristiana realmente
es un desafío necesario, para que nuestro aporte sea fecundo en medio de tantas
situaciones nuevas y complejas. El intentar vivir con identidad y coherencia de
vida nos permiten entender la exigencia del discipulado que nos pone el Señor.
«El que no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo» (Lc 14,27).
Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas