D O M I N G O XXVII
(C) (Lucas, 17 5-10)
Para repetir muchas veces el clamor de los Apóstoles: ¡Aumenta mi Fe! |
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El Señor dejará claro, a lo largo de su vida, la necesidad de
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Los Apóstoles se dan cuenta de esta necesidad y, como tenían la experiencia de
que todavía, se fiaban más de sí mismos que de Jesús, les surge la petición:
¡Señor, auméntanos la fe!
- También nosotros, como los Apóstoles, nos
sentimos muchas veces faltos de Fe. Nuestra Fe suele flaquear:
- Ante las dificultades.
- Ante la carencia de
medios.
- Ante las impotencias en
el apostolado.
- Y también, ante los acontecimientos que superan “nuestra capacidad humana” para interpretarlos.
- Y en estas circunstancias, con mucha
frecuencia, en vez de aplicar la “lógica
divina” de la Fe, de confianza en su Sabiduría y en su Amor
providente, el hombre tiene la tentación de poner en tela de juicio ese Amor y
Sabiduría infinitos de Dios y hasta se atreve a sentar a Dios en “el
banquillo de los acusados”, con frases más o menos de este tono:
“No se entiende como Dios
puede permitir esto”
“Es injusto que Dios no haya
impedido que ocurriera aquello”
“Dios no se cansa, se está
pasando con esta familia”
-
Son expresiones coloquiales, a veces en labios de personas “creyentes”, que demuestran que su Fe “hace aguas” ante esos inescrutables designios de Dios que se
escapan a su pobre manera de entender los acontecimientos.
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¡
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Y, como
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Imitemos a los Apóstoles y pidamos muchas veces al Señor ese don de
- ¡Señor, aumenta mi Fe!
- ¡Señor, que siempre
viva de Fe! Guillermo Soto