«BAUTIZADOS Y ENVIADOS»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el domingo 27
durante el año
[6 de octubre de 2019]
En el mes de octubre siempre ponemos
algunas intenciones especiales, rezamos por las familias y por las misiones.
Este año, nuestro Papa Francisco nos ha pedido que durante el mes de octubre
vivamos un tiempo extraordinario para conmemorar el centenario de la
promulgación de la Carta Apostólica «Maximum
illud» del Papa Benedicto XV. Nos dice Francisco
que la visión profética de aquello que señala dicha Carta Apostólica le
confirmó que «hoy sigue siendo importante renovar el compromiso misionero de la
Iglesia, impulsar evangélicamente su misión de anunciar y llevar al mundo la
salvación de Jesucristo muerto y resucitado».
En nuestra diócesis, este sábado 5,
hemos vivido una tarde de vigilia y oración misionera en la Parroquia
Inmaculada Concepción. Junto a la oración común, hemos compartido el testimonio
de misioneros, consagrados, sacerdotes y laicos de distintos continentes. Se
realizó también la expo-carisma presentando los dones de Dios al servicio de la
misión. Hemos iniciado nuestro mes extraordinario misionero tratando de que
todas nuestras comunidades, movimientos, instituciones educativas y otras, sean
siempre proyectadas en la misión.
Desde hace varios años, los Papas, y
también nuestro Papa Francisco, nos envían un mensaje para la Jornada mundial
de las Misiones. Este año se titula «Bautizados y enviados la Iglesia de Cristo
en misión en el mundo». En esta reflexión dominical tomamos algunos textos de
dicha Carta:
«La celebración de este mes nos ayudará
en primer lugar a volver a encontrar el sentido misionero de nuestra adhesión
de fe a Jesucristo, fe que hemos recibido gratuitamente como un don en el
bautismo. Nuestra pertenencia filial a Dios no es un acto individual sino
eclesial: la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es fuente de una
vida nueva junto a tantos otros hermanos y hermanas. Y esta vida divina no es
un producto para vender —nosotros no hacemos proselitismo— sino una riqueza
para dar, para comunicar, para anunciar; este es el sentido de la misión.
Gratuitamente hemos recibido este don y gratuitamente lo compartimos, sin
excluir a nadie. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad, y a la experiencia de su misericordia, por medio de
la Iglesia, sacramento universal de salvación.
La Iglesia está en misión en el mundo:
la fe en Jesucristo nos da la dimensión justa de todas las cosas haciéndonos
ver el mundo con los ojos y el corazón de Dios; la esperanza nos abre a los
horizontes eternos de la vida divina de la que participamos verdaderamente; la
caridad, que pregustamos en los sacramentos y en el amor fraterno, nos conduce
hasta los confines de la tierra. Una Iglesia en salida hasta los últimos
confines exige una conversión misionera constante y permanente. Cuántos santos,
cuántas mujeres y hombres de fe nos dan testimonio, nos muestran que es posible
y realizable esta apertura ilimitada, esta salida misericordiosa, como impulso
urgente del amor y como fruto de su intrínseca lógica de don, de sacrificio y
de gratuidad.
Es un mandato que nos toca de cerca:
yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento,
sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y
teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e
insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto
del amor de Dios. Aun cuando mi padre y mi madre hubieran traicionado el amor
con la mentira, el odio y la infidelidad, Dios nunca renuncia al don de la
vida, sino que destina a todos sus hijos, desde siempre, a su vida divina y
eterna.
Esta vida se nos comunica en el
bautismo, que nos da la fe en Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte,
nos regenera a imagen y semejanza de Dios y nos introduce en el cuerpo de
Cristo que es la Iglesia. En este sentido, el bautismo es realmente necesario
para la salvación porque nos garantiza que somos hijos e hijas en la casa del
Padre, siempre y en todas partes, nunca huérfanos, extranjeros o esclavos. Lo
que en el cristiano es realidad sacramental —cuyo cumplimiento es la
eucaristía—, permanece como vocación y destino para todo hombre y mujer que
espera la conversión y la salvación. De hecho, el bautismo es cumplimiento de
la promesa del don divino que hace al ser humano hijo en el Hijo. Somos hijos
de nuestros padres naturales, pero en el bautismo se nos da la paternidad originaria
y la maternidad verdadera: no puede tener a Dios como padre quien no tiene a la
Iglesia como madre».
Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas