D O M I N G O XXX
(C) (Lucas, 19, 5-14)
Sólo si oramos con actitud humilde, “bajaremos a casa justificados”. |
- Si el pasado Domingo
nos recordaba el Señor la importancia de
- El Libro del
Eclesiástico, en la 1ª Lectura, ya empieza por recordarnos esta necesaria condición de
“La oración humilde traspasará las nubes y no reposará hasta que llegue, ni se retirará hasta que el Altísimo la atiende” (Eccl. 35,12-14)
- Pero es Jesús, con el ejemplo gráfico de su Parábola, el que nos hace ver esa indispensable relación entre Oración y humildad para que nuestras súplicas sean escuchadas. Y para ello nos presenta dos personajes:
- Uno, el fariseo,
arrogante, satisfecho de sí mismo, que se permite juzgar a los demás y
atribuirse exclusivamente el mérito de sus buenas obras, sin reconocer el
necesario concurso de Dios en todo lo bueno que podemos hacer.
- Y, como contrapunto, Jesús nos presenta al publicano como prototipo de la verdadera actitud humilde con la que nos debemos acercar a Dios. El publicano, reconoce su condición de pecador, se sabe deudor de su Creador y lo muestra con sus gestos:
- Se queda atrás.
- No se atrevía a levantar los ojos.
- Y, mostraba su arrepentimiento golpeándose el pecho y diciendo. ¡Ten compasión de este pecador!
- Como se ha dicho certeramente: “Jesús practicó la humildad, abajándose. Nosotros, por el contrario, no tenemos que abajarnos sino, únicamente, reconocer que estamos bajos”. Esta reflexión está en consonancia con la genial definición que de esta virtud nos dejó Santa Teresa de Jesús:
“Humildad es andar en verdad, que lo es ¡muy grande! no tener cosa buena de nosotros sino la miseria y ser nada, y quien esto no entiende anda en mentira” (Moradas VI, 11.7)
- Procuremos, “andar siempre en verdad” pero, de forma especial cuando nos acercamos
a Dios en la oración, o en
Guillermo
Soto
Guillermo