XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLOC

CIMIENTOS DE VIDA CRISTIANA
Padre Pedrojosé Ynaraja


1.- El comentario que respecto a sí mismo hace San Pablo y que recoge en parte la segunda lectura de la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores, es un sincero lamento de su situación. Puesto que pertenece a la Biblia, es palabra de Dios. No dicta dogmas, ni fundamentos cristianos, nos confía el apóstol su dolor. El Señor quiere que sepamos los malos ratos y las traiciones que sufrió. Aprenderemos de él a aceptarlos cuando a nosotros nos lleguen, siendo sinceros con nosotros mismos, no tratando de engañarnos. Quien nos hace mal, nos hace daño, es preciso reconocerlo y si alguien nos merece confianza podemos con libertad confiarnos a él.

2.- Pero en el párrafo anterior se incluye una reflexión suya que quiero recalcaros, dice: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la Fe”. Sabe que su muerte está próxima y se aproxima con serenidad, mira atrás con sinceridad su historia, alude a sus aventuras, afirma HE CONSERVADO LA FE. Las cuatro últimas palabras os las he escrito con letras mayúsculas, su contenido es fundamental.

3.- Cuando encuentro a alguien con quien mantuve estrecha relación y comunión de ideales durante tiempos muy pasados y recordados, a las generalidades que responden al estandarizado ¿qué hay de tu vida? ¿en qué trabajas? ¿te has casado? nunca olvido preguntar ¿conservas la Fe? Me responden algunos: de todo aquello no queda nada. Otros satisfechos dicen: claro que sí. Alguno ofendido, me dice ¿por qué preguntas esto? Yo soy … y añade orgulloso el nombre de una entidad, sea asociación, comunidad, movimiento o prelatura. Uno puede escoger un modo de vida, pues dijo el Señor: en la casa de mi Padre hay muchas mansiones, pero lo esencial para allegarse y permanecer en cualquiera de ellas, es tener Fe. Es el primer don recibido en el bautismo, el que con mayor honor y precaución debemos conservar, profesándola.

4.- No me gusta llevar distintivos en mi ropa, ni vestir uniformes propios de un cierto rango, excepto cuando celebro la liturgia, que entonces es formalidad protocolaria, símbolo de la presencia de Jesucristo, Esposo amado de la Santa Madre Iglesia. Lo que sí procuro es afirmar desde el principio: yo soy cristiano, que es idéntico contenido de lo que dice Pablo. Por ahora no he recibido reacción adversa, sé que en ciertos lugares me acarrearía penas, incluso capitales. También sé que en algunos suscitaré envidia y tal vez me digan: yo no puedo, la perdí, o nunca la tuve. Entre los lazos de amistad, no puede ignorarse la actitud que respecto a la Trascendencia pueda uno tener.

5.- Cambio de tercio. Para que podáis imaginar el escenario de la parábola que propone Jesús a aquellos de su entorno que se tenían por justos y despreciaban a los demás, os voy a describir brevemente como era el templo de Jerusalén, por aquel entonces. A diferencia de los anteriores, o de otros de diferentes culturas, en el caso del judío se trataba de una enorme explanada, baste deciros que se mueven hoy por ella los trabajadores en camión. Este espacio no estaba reservado a nadie. A judíos, griegos y a cualquier bicho viviente, se le permitía entrar. Hacia el centro de esta gran área se levantaba un conjunto de edificios que generalmente llamamos santuario. Estaba todo él rodeado de una balaustrada en la que se anunciaba que solo estaba permitido el acceso a los judíos, jugándose la vida quien no cumpliera conste precepto. Era compleja la aglomeración y no es hora de describíroslos. Destacaban dentro de esta zona tres espacios. El atrio o plazoleta de las mujeres, el de los varones y finalmente el templete llamado Santo en su inicial estancia y Santo de los Santos, o Santísimo, el de más adentro.

6.- En el atrio de los gentiles se podía hablar, enseñar, curar, etc. hasta era posible comerciar, cosa que al Señor irritaba. El segundo ya era cosa seria y sagrada. Seguramente en este espacio debemos imaginar el contenido de la parábola de hoy. El escenario invitaba a que cada uno expresara su actitud ante Yahvé. Nuestros personajes se sintieron estimulados y cada uno se expresó de acuerdo a lo que era.

7.- Os he dicho muchas veces, mis queridos jóvenes lectores, que los cimientos de la vida espiritual son la limosna, el ayuno y la oración. Ahora bien, para que se levante el edificio con cierta seguridad, es preciso que el obrero cuente con buen material y sepa su oficio. La mayoría de vosotros habréis oído hablar de la aluminosis. Probablemente os han dicho que un edificio peligra, o ya se hunde, porque las vigas se resquebrajan y no aguantan. Me acuerdo muy bien cuando me enteré que se había descubierto un cemento muy especial, pues, era capaz de fraguar en 24 horas, a diferencia del que hasta entonces se utilizaba, que necesitaba 21 días. Tuvo un gran éxito, Electroland, creo, se llamaba. El comportamiento físico de este cemento es semejante al proceder de ciertas personas dotadas de simpatía, vanidad y orgullo. La conducta del fariseo de la narración es semejante.

8.- Hubo tiempos, o labores de edificación, en los que no se disponía más que de cal y arena. El fraguado era lento y al parecer la argamasa se deshacía entre los dedos. Pero se mantenía, pese a ello. Han pasado siglos y los castillos medievales que se hicieron con estos materiales o incluso con el humilde yeso, todavía se mantienen en pie. Los cimientos del edificio religioso, os lo decía antes, son la oración, el ayuno y la limosna. Para edificar sobre este plano es preciso disponer de otros materiales: la humildad, la laboriosidad, la generosidad, etc. si no se dispone de tales propósitos se edificará sin consistencia.

9.- Vuelvo a la parábola. Rezó orgulloso el fariseo y se marchó tal como había entrado. Ni se sentía capaz de rezar, ni mirar, ni de apetecer para sí nada concreto, el publicano y salió santificado. Os lo he dicho muchas veces, mis queridos jóvenes lectores, siento pánico respecto a los simpáticos. ¡Cuántos han triunfado, han emocionado, han despertado esperanzas, sin fundamento autentico y, conseguido público éxito y acomplejado a quienes no estaban dotados de tal cualidad, que por cierto han quedado arrinconados, llega el momento en que el triunfador se vaya. Pasa el tiempo, llega la prueba y se constata que aquel entusiasmo estaba lleno de vaciedad.

No seáis, amigos míos, como aquel cemento gris, y permanecerá vuestra Esperanza y la Gracia continuará manteniéndoos en santidad.