CREADOS
PARA LA VIDA
Domingo
32 del Tiempo Ordinario. C
“Tú, malvado, nos arrancas la vida presente;
pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para
una vida eterna”. Así interpela al rey Antíoco IV Epífanes uno de los siete
hermanos que fueron condenados a muerte por aquel tirano que pretendía hacerlos
renegar de su fe (2 Mac 7,1-2.9-14).
Como se ve, el texto contiene varias
contraposiciones. Por un lado aparece un rey temporal, mientras que el joven pone
su confianza en el Rey celestial. El primero impone un decreto de muerte,
mientras que Dios ofrece su ley de vida. Antíoco condena a muerte a los
creyentes, pero el Señor resucita a sus fieles para la vida eterna.
En el salmo 16 esa certeza se manifiesta como
una confesión de fe y un grito de esperanza: “A la sombra de tus alas
escóndeme. Yo con mi apelacion vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré
de tu sembante”.
Y, por otra parte, san Pablo recuerda a los
fieles de Tesalónica que el Padre nos ha amado y nos ha regalado un consuelo
permanente y una gran esperanza. Amar a Dios y esperar en Cristo: esa es la
respuesta del creyente (2 Tes 2,15-3.5).
LA MUERTE Y LA VIDA
El evangelio de este domingo 32 del tiempo
ordinario retoma la idea de la resurreción, tan discutida en tiempos de Jesús.
Sabemos que los fariseos la admitían. Y también la admitía Marta, la hermana de
Lázaro. Pero, a pesar de que ya había entrado en la conciencia del pueblo en la
época de los Macabeos, los saduceos seguían rechazándola.
Pues bien, unos saduceos se acercan a Jesús y
le cuentan la leyenda de una mujer que había tenido siete maridos. Su relato
recuerda lo que se atribuía a Sara, la joven destinada a convertirse en la
esposa de Tobías (Tob 7,11). Los saduceos preguntan cuál de aquellos hombres
sería el verdadero esposo de la mujer que se había casado con todos ellos.
Jesús responde afirmando que la vida temporal
está condicionada por la muerte. La
caducidad humana impone la reproducción. Pero en la vida futura, libre ya de la
muerte, no es necesario el matrimonio. “Los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección
de entre los muertos no se casarán, pues ya no pueden morir, son como ángeles”.
Es
más, Jesús añade que “son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. Por
tanto, parece que el ser hijos de Dios no es un punto de partida, sino el final
de un camino de fe, de esperanza y de amor.
DIOS DE VIVOS
Pero ¿cómo puede explicar Jesús esta
convicción a los que están acostumbrados a leer las Escrituras? Imitando las
discusiones habituales entre ellos, Jesús afirma que la fe en la resurrección se
apoya en los relatos sobre los antiguos patriarcas. Basta recordar que Dios es
el Señor de Abrahán, de Isaac y de Jacob. De esa memoria colectiva se deducen
dos certezas:
• “Dios no es Dios de muertos, sino de
vivos”. La afirmación sobre el destino del hombre depende de la afirmación
sobre Dios. Dios nos ha creado para la vida. Para esa vida que brota de él y
que ha de culminar en él. Sin embargo, la pregunta sobre lo que el hombre es y
lo que va a ser de él difícilmente se podrá responder si se ignora a Dios.
• “Para Dios todos están vivos”. Conocemos
los ritos funerarios de muchas culturas antiguas y actuales. En todos ellos se
refleja el amor que une a los vivos con sus difuntos. Si amamos a una persona deseamos
mantenerla en vida. La fe nos dice que Dios es amor. Nos ha creado por amor y
su amor nos mantiene en vida para siempre junto a él.
- Padre nuestro que estás en el cielo, somos
conscientes de que vivimos sumergidos en una “cultura de la muerte”. Pero hemos
de reconocer que amamos la vida y amamos a los que nos la han transmitido. Es
más, todos aspiramos a permanecer vivos, de una forma o de otra, mas allá de la
muerte. En ti esperamos y en tu amor confiamos. Alentados por la palabra de
Jesús y siguiendo su ejemplo, en tus manos encomendamos nuestro espíritu.
Amén.
José-Román Flecha Andrés