domingo-ordinario-V-A
Ficacia
Padre pedrojosé ynaraja díaz
Como
siempre os digo, queridos lectores, para entender a Pablo y cualquier
otro texto bíblico, hay que tener en cuenta la cultura y el lenguaje de los primeros
receptores de su carta. Elocuencia y sabiduría, deberíamos traducirlo hoy por
simpatía y guitarra, pienso yo.
Tengo miedo
cuando me toca escuchar a alguien que se presenta sonriente, llamando amigos a
los que no conoce, soltando algún chiste a quienes han acudido a escuchar
explicaciones de un tema que les interesa, armado visiblemente de una guitarra
y que, antes de empezar tratar seriamente de afinar sus cuerdas. He puesto
guitarra como podía haber puesto flauta o acordeón.
La
descripción, evidentemente, corresponde a rasgos y procederes masculinos. Si se
trata de una señora o señorita, tal vez tema que pretenda destacar por su
atuendo de marca y maquillaje de prestigio, ademanes de cierta coquetería y
hasta miradas sugestivas.
Pablo dice
a los corintios que no se ha presentado con sublime elocuencia o sabiduría y yo
me he atrevido a traducirlo a gestos y conceptos de hoy en día. Espero
haber acertado un poco.
No hay que
negar que la presentación, vestido y cualidades humanas, son un simpático atractivo
pero que si es único, a veces convencen de inmediato, no hay que negarlo, ahora
bien ¿Cuánto dura el efecto? Si se siente el orador u oradora empeñado en
exhibir tales cualidades, la primera consecuencia es la siembra un cierto
descrédito respecto al responsable de la comunidad que lo ha invitado. Él
recién llegado es nuevo y al dirigente lo tienen archiconocido. Tal es el
resultado inicial, pero a la larga, abandonados los entusiasmos iniciales,
hasta puede llegarse a pensar que ha sugestionado astutamente al auditorio. Y,
generalmente, se le olvida y se arrincona lo bueno que hubiera podido decir, si
hubiera obrado con humildad.
El proceder
de Pablo es otro. Les recuerda que acudió a Corinto a darles noticia de Jesús
y, para más inri, crucificado, cosa que les sonaría a sus oyentes como si a
nosotros se nos hablara de un lejano personaje que en su tierra había sido
ahorcado.
Añade que
si lo ha hecho es porque disponía del poder del Espíritu, que no le era de
exclusiva propiedad, ya que, si aceptaban la doctrina, ellos también gozarían
de la misma riqueza espiritual.
Pablo era
un líder y podéis pensar que lo que hasta ahora os he escrito, no os atañe.
Pero en el Reino de los Cielos no hay miembros de primera con iniciativas y
otros de ínfima calidad de los que únicamente se espera obediencia, no, todos
somos escogidos, de alguna manera.
¿cómo es nuestro proceder? Es preciso que nos preguntemos.
Las
enseñanzas de Jesús en el evangelio de este domingo, encajan muy bien con lo
hasta aquí dicho.
El Señor se
vale de una imagen para que entiendan su doctrina, que tal vez a nosotros
inicialmente, nos resulte indiferente. Voy por ello a detenerme un poco en el
ejemplo que menciona.
La sal es
la única piedra comestible. En tierras catalanas, y en otros sitios también,
hay una montaña de sal. Su visión asombra. A la blanca sal común de
ciertas zonas, acompañas estratos de sales químicamente parecidas, de diversos
tonos. Mas que montaña parece una enorme roca de
ágata.
En la
actualidad, la sal que encontramos en nuestros comercios, procede de la
evaporación del agua del mar o de ciertos pozos o manantiales. Cuando uno mira
la estantería de ciertos establecimientos, observa que se le ofrece sal
de diversas procedencias. Hasta del Himalaya veo anunciado. Por diversa que sea
su procedencia, por definición, será cloruro sódico.
Por lo que
he leído, el pueblo bíblico aprovechaba la sal del Mar Muerto. Este producto,
como en el caso de la localidad mencionada, debía separase de las otras
sales que también se depositan y cristalizan. Una vez logrado el proceso
y alcanzada con éxito la separación, debía compactarse para facilitar su
traslado.
La sal al
principio es higroscópica, atrae el agua, y en ella se disuelve y lentamente
después va saliendo, perjudicando el barnizado de un mueble, si sobre él se
había depositado.
La sal es
un buen conservante, el de más barato precio, de aquí su importancia. Cercano a
donde Jesús predicaba estaba Mágdala, población que
acogía el resultado de la pesca, para, puesta en sal, conseguir su
conservación. Al proceso, utilizado aun hoy en día, se le llama salazón y era
tan famoso el producto de esta ciudad, que sus géneros se exportaban hasta la
misma ciudad de Roma.
(perdonadme, queridos lectores, que me haya entretenido con
la sal. La razón es que desde antiguo yo pensaba que la comparación puesta por
Jesús era imposible que pudiera existir. Para destruirse la sal, era preciso
que fuera atacada con acido más fuerte, nítrico,
sulfúrico… que en aquel tiempo no existían. Un ingeniero de salinas que
presentó un trabajo sobre este tema en clase de Sagrada Escritura, estudio al
que se había entregado llegada su jubilación profesional, me tranquilizó
informándome. La sal de aquel tiempo no perdía sus propiedades a causa de
una agresión química, sino simplemente, por una acción física de la especie de
briqueta, sal gorda prensada junto con algo de arcilla).
Si el
bloque de sal se estropea no sirve para anda. Si el bloque de sal se empaqueta
herméticamente y así se guarda, no mejorará la situación económica de la
familia.
Semejante
pasa con la Fe. Una Fe que no se emplea, se pierde.
El segundo
ejemplo, el del candil que se enciende y no se pone en el lugar adecuado, de
tal manera que ilumine la estancia, es un objeto desaprovechado.
Que cada
uno sepa aplicarse en su cotidiana vida tales exigencias.
(respecto a lo último, debo decir que en Jerusalén, en el
museo bíblico de la Flagelación, puede uno ver utensilios apropiados que en
aquel tiempo se utilizaban para alumbrar habitaciones, que no era un candil de
los nuestros, ni eran exactamente igual a las conocidas lucernas, esas lámparas
de cerámica que cabían en la mano, sino de mayor tamaño y piedra traslúcida).
Vuelvo a
repetir, vuestra vida, vuestras conversaciones, vuestro obrar ¿iluminan el entorno
o pasáis indiferentes, sin pena ni gloria? No hay cosa más triste que encontrar
una caja de fósforos que el tiempo con la humedad han inutilizado y a nadie han
iluminado. No sirve para otra cosa que para tirarla.