TENTADOS Y TENTADORES
Domingo 1º de Cuaresma. A
Hoy
la tentación es considerada como una oportunidad para satisfacer las apetencias
de la persona. Nos referimos a ella con una evidente frivolidad. O tal vez con
una abierta complicidad. Al menos, cuando se trata de nuestras propias
tentaciones. Porque no somos tan benévolos cuando las tentaciones de los demás
ponen en peligro nuestra saguridad.
Comer
una fruta no puede ser algo dramático. Pero en las acciones humanas más que el
acto concreto importa ver el significado. Comer la fruta del árbol prohibido
significa valorar la decisión humana por encima de la voluntad divina. Eso es
lo que nos enseña el relato del Génesis que hoy se proclama en la eucaristía
(Gén 2,7-9; 3,1-7).
En
él vemos reflejado el drama de nuestras opciones de cada día. Despreciamos el
proyecto de Dios sobre nuestra vida y sobre la armonía de nuestra sociedad. Nos
pierde esa sed de autonomía que nos hace pensar que somos nosotros los árbitros
del bien y del mal. Por eso confundimos la satisfacción con la felicidad.
EL
CAMINO DEL ENGAÑO
Si
el primer Adán cede a la tentación, Cristo, el segundo Adán, la supera. Al
principio de la cuaresma, contemplamos a Jesús en el desierto (Mt 4,1-11).
Jesús fue sometido una y otra vez a la prueba. Pero salió victorioso de las ofertas
con que el demonio trataba de explorar
su categoría divina y su calidad humana.
En
el caso de nuestras tentaciones la cuestión
de fondo era, es y será siempre la misma. Con demasiada frecuencia nos
creemos unos semidioses. Hemos de preguntarnos por las hondas razones que nos
mueven a elegir un determinado camino. Es decir, tenemos que plantearnos el porqué y el para qué de
nuestras elecciones.
En
realidad, la gran tentación de nuestra vida es la de volver la espalda a la
verdad. La de pretender ignorar el plan de Dios y nuestra propia dignidad de
hijos de Dios. Nuestra gran tentación es el engaño sobre nosotros mismos. Un
engaño que nos aleja del camino de la verdad.
EL
CAMINO DE LA FELICIDAD
A
la segunda de las tentaciones del demonio, Jesús responde citando un tajante
texto del libro del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios”. De ser
tentados, nosotros pasamos con frecuencia a ser tentadores. Tentadores de los
demás y tentadores de Dios.
•
“No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando olvidamos su amor y
adoramos a las cosas, como si fueran dioses que pueden salvarnos y merecer
nuestro amor.
•
“No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando pretendemos ser nosotros
la fuente de la fe y de la esperanza, del amor y de la vida, de la paz y la
justicia.
•
“No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando nos presentamos como
hijos suyos, aunque olvidamos a nuestros hermanos, que también lo llaman
“Padre”.
A
la luz de este mensaje, hemos de revisar las clásicas tentaciones del tener, el
poder y el placer, que pueden desviarnos del camino del Señor. La cuaresma es
un tiempo propicio para este examen sobre la verdad más honda de nuestra vida.
-
Señor Jesús, sabemos que tu has sido tentado como nosotros. Pero reconocemos
que nos has dado el ejemplo de tu insobornable fidelidad al Padre celestial. Te
damos gracias por habernos revelado el camino de la fidelidad que nos conduce a
la felicidad.
José-Román Flecha
Andrés