I Domingo de Cuaresma, Ciclo A
La sobreabundancia de la gracia de
Cristo
La universalidad de la
redención en Cristo
Por poco que
reflexionemos sobre nuestra vida caeremos en la cuenta de que los seres humanos
hacemos daño, voluntaria o involuntariamente, a los otros y a veces a nosotros
mismos. Cuando el mal es provocado por nosotros y lo vivimos conscientemente
desde la fe en Dios, percibimos que el pecado es una realidad dañina que anida
en el corazón humano y así lo percibe y lo narra en forma de relato el autor de
Gn 2,7-9;3,1-7. Ante el
drama humano del pecado, Pablo, en Rom 5,12-21,
presenta la universalidad de la redención de Cristo, contraponiéndola a la
universalidad del pecado desde Adán. Pablo quiere mostrar la fuerza liberadora
de Cristo transmitida a cada hombre gracias a una relación de solidaridad de
Cristo con el ser humano que se contrapone a la de Adán. El punto central de
Pablo es el siguiente: Sólo en Cristo encuentra la humanidad el camino para
salir de la esclavitud de la muerte.
La eficacia de la gracia
es incomparable superior a la del pecado
El contraste
Adán-Cristo, en la perspectiva paulina, tiene el único objetivo de exaltar el
papel salvífico de Cristo. El pecado es la fuerza hostil a Dios, que,
introducida en el mundo da al hombre la muerte, pero la muerte no es sólo la
muerte física sino la privación de salvación, la muerte espiritual y la
separación de Dios. Adán es figura del que había de venir, figura suscitada por
Dios, pero imperfecta, para presentar las realidades espirituales antes del
Mesías. Lo que Pablo nos muestra no es una correspondencia exacta entre Adán y
Cristo. Se trata de una comparación desproporcionada, pues la situación
positiva es mucho más rica que la negativa. "Cuanto más" – dice la
carta- . No se puede comparar el delito de un hombre al don gratuito de Dios en
Cristo. La eficacia de la gracia es muy superior a la del pecado.
Sobreabundó la gracia
Pablo pone en ello todo
el énfasis al subrayar la incomparabilidad de lo
comparado, pues "donde proliferó el pecado, sobreabundó la gracia" de
la vida en Cristo, que los cristianos nos disponemos a renovar en el camino
cuaresmal. Por ello en la noche de Pascua oiremos: ¡Oh Feliz culpa que mereció
tal Redentor! Con este texto, densísimo en su contenido teológico, el apóstol
nos introduce en la perspectiva pascual de todo este tiempo de conversión al
evangelio.
La cuaresma es el camino
hacia la Pascua
La cuaresma es el camino
hacia la Pascua, hacia la renovación de la fe cristiana en la confesión de que
Jesús, el crucificado resucitado es el Señor. Y el primer domingo de cuaresma
presenta a Jesús en su confrontación directa con el mal de este mundo, cuya
representación personificada es el diablo. Los evangelios constatan las
tentaciones. Las más conocidas son las desarrolladas en los evangelios de Mateo
y Lucas, la pretendida transformación de las piedras en pan, la
espectacularidad de lo religioso al saltar desde el alero del templo y la
obtención del poder y la gloria a cualquier precio (Mt 4,1-11). Todas ellas
fueron rechazadas por Jesús.
El mesianismo de Jesús puesto a prueba
Cuando los evangelistas
hablan del diablo como protagonista de estas tentaciones, están utilizando un
lenguaje simbólico y sencillo para expresar realidades muy profundas de la vida
humana. Las tentaciones en Mateo se presentan como una auténtica provocación
tocando el punto más importante de la identidad de Jesús: "Si eres Hijo de
Dios" (Mt 4,3.6). Es la misma provocación de los sumos sacerdotes al pie
de la cruz: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz" (Mt 27,40). Lo
que se pone a prueba es el mesianismo de Jesús, es decir, su modo de entender y
vivir su relación con Dios Padre. Los cuarenta días de ayuno evocan los de
Moisés (Éx 34,28) y Elías (1 Re 19,8) y los cuarenta
años de Israel por el desierto. El Mesías que se esperaba en Israel era un
Mesías profético, sacerdotal y real, pero las tentaciones reflejan algunas
corrupciones de las expectativas mesiánicas de aquel tiempo y del nuestro: un
mesías prodigioso, un mesías meramente político o un mesías que salve de la
situación económica.
La Palabra de Dios para
vencer toda tentación
La primera tentación
mesiánica es la seguridad del pan, la de los bienes, la de la abundancia (cfr. Jn 6,15). Jesús responde con la Escritura poniendo todo el
énfasis en la palabra de Dios (Dt 8,3): "No de
sólo pan vivirá el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios". Es la tentación de la seguridad en medio de la dificultad. La
trascendencia de la Palabra de Dios en la vida cristiana ha tenido una
manifestación extraordinaria recientemente pues en septiembre del 2019 el Papa
Francisco hizo pública la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, “Aperuit Illis” mediante la cual
instituyó una fiesta nueva en la Iglesia, el Domingo de la Palabra de Dios.
Jesús “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24,45). Para ello les abrió las Escrituras de la Biblia
y el corazón (Lc 24,31.32). Del evangelio de las
tentaciones destacamos la importancia de la Palabra para vencer todo mal. Con
Jesús y desde el pueblo liberado por Dios sabemos que el hombre no vive sólo de
pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios y esa palabra llama a la
solidaridad en el compartir gratuitamente ejerciendo la misericordia de la
limosna, que consiste en dar de lo que tenemos por el bien de los otros y en
cumplir la justicia de Dios.
Contra la
instrumentalización de la Palabra de Dios
En la segunda tentación
el escenario es el templo, el símbolo central de la religión judía. La
provocación del tentador utiliza todos los elementos posibles: Pretende
manipular a Dios en su propia casa y con su propia palabra, la del Sal 91, 11-12:
"los ángeles te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras".Se trata de instrumentalizar a Dios para
conseguir algo espectacular, en la línea del mesianismo sacerdotal. Además se
manipula la palabra de Dios para legitimar algo prodigioso. El diablo utiliza
la promesa de Dios de atender al que se encuentra en peligro para provocar un
signo caprichoso, una demostración (como en Mt 16,1). Una de las grandes
tentaciones en la relación con Dios es la instrumentalización de su Palabra como
hace el diablo en esta tentación. Por eso el Papa Francisco explica que la
Biblia hay que leerla con el mismo Espíritu con el que fue escrita: “La Sagrada
Escritura bajo la acción del Espíritu Santo transforma en Palabra de Dios la
palabra de los hombres escrita de manera humana” (cf. Dei Verbum, 12).
La Pasión es el único
camino para vencer la tentación del poder
La tercera tentación es
la del poder. En un monte muy alto el tentador promete un poder político sobre
los reinos de la tierra. Es la tentación de un mesianismo ejercido desde el
poder y la gloria de este mundo. La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas.
La misión que él tiene que consumar para cumplir la justicia de Dios no es un
mesianismo de tipo político, ni se ejerce desde la violencia, ni desde la
imposición de normas, ni desde la conquista avasalladora de nada ni de nadie,
sino de desde la fidelidad a la Palabra de Dios y al plan de Dios contenido en
ella: Un plan de salvación del hombre que pasa por la Pasión y la Muerte como
único camino de salvación para el género humano. Jesús sabe prescindir de todo
lo que es secundario y relativo en la vida humana, él sabe ayunar y abstenerse
del ejercicio del poder para concentrarse sólo en Dios y desde ahí nos da
ejemplo de libertad interior y de servicio a los demás hasta la entrega de la
vida. Y ésa es la gracia sobreabundante de la Pasión del Señor.
La gran tentación de dar
la espalda a Dios
En realidad la gran
tentación es dar la espalda a Dios, buscando la satisfacción de los propios
deseos, buscando el poder y la gloria, y sucumbiendo al éxito fácil y al
aplauso de la gente, todo a cualquier precio y a costa incluso del mismo Dios.
Puede ser ésta también la gran tentación de la Iglesia y de todo cristiano. Las
tentaciones se pueden presentar como objetivos, el poseer bienes, gloria, y
poder, o como medios para conseguir algo, la inmediatez, la eficacia y la
espectacularidad, pero en todo caso la gran tentación es vivir sin Dios, lo
cual se puede manifestar de diversos modos: dando la espalda a Dios,
sirviéndose de Dios o queriendo ser como Dios.
Por Cristo ha venido la
gracia de una vida nueva
Sin embargo, si bien es
verdad que el pecado entró en el mundo y que todos pecaron… y pecamos, es mucha
más verdad que por Jesucristo muerto y resucitado ha venido la gracia de una
vida nueva que permite vivir en el amor de la entrega continua de la vida. De
ello son signos cuaresmales la verdadera limosna, la oración sincera y el
auténtico ayuno. Si, como María, abrimos nuestro corazón permanentemente a la
Palabra de Dios, en contraremos la dicha que ella
experimentó (Lc 1,45), no sólo que en ella la Palabra
se hizo carne, sino que ella la custodió. Custodiemos, pues, en nuestra vida la
Palabra de Dios y entonces seremos dichosos como ella, viviendo la plenitud de
la gracia de Cristo en nosotros. Feliz Cuaresma.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura