II Domingo de Cuaresma, Ciclo A.
TRANSFIGURACIÓN-ESPERANZA
Padre
Pedrojosé Ynaraja Diaz
La verdad es que desde pequeño, en clase o
en la catequesis, se me habló de este fenómeno sin especial énfasis y lo acepte
sin plantearme qué significado especial podía tener. Recuerdo que cuando en Taizé, allá por la década de los setenta, compré como souvenir una sencilla tricromía que representaba en
estética oriental este misterio, en llegando a casa, no supe donde colocarla y quedó guardada anónimamente en un cajón,
donde todavía debe estar.
Al día siguiente de mi primera visita a
Jerusalén, deseando como estaba todo yo de ver cosas insólitas soñadas desde
hacía años, me despertaron los cantos de una solemne procesión de rito
oriental, en honor de la Transfiguración, festividad muy celebrada allí aquella
jornada. Al cabo de un par de semanas, al llegar al pie del Gebel
Musa y entrar en la basílica-fortaleza de Santa Catalina, esperando que el
ambiente y su decoración plástica, me ilustrase sobre Moisés, los Diez
Mandamientos o el Éxodo, me sorprendió que el monástico edificio, estaba
dedicado a la Transfiguración.
Añado, como es de suponer, las múltiples visitas
al Monte Tabor, lugar donde la tradición sitúa el misterio que proclama el
evangelio de la misa de este domingo. En ninguno de los viajes he omitido subir
a esta colina que se levanta solitaria en medio de la llanura de Esdrelón en Galilea. En más de una ocasión he celebrado
misa allí y recuerdo que una de las veces, situado como estaba en el altar
superior, la puerta del recinto abierta de par en par y el sol penetrando a
raudales, que chocaba en el dorado redondel superior del ábside y devolviendo
su resplandor sobre el altar donde celebraba misa, me contaban los que conmigo
asistían, que les parecía que era yo el que en aquel entonces estaba transfigurado.
Hasta aquí he descrito con cierto humor el
milagro que recogen los tres evangelios sinópticos, así lo conservaba en
mi interior durante mucho tiempo. Consideraba que era lógico que para los tres
apóstoles fueran momentos emocionantes e impresionantes, que recordaron
siempre, explicándolo una y mil veces a quienes con ellos se relacionaban
después de la resurrección del Señor.
Los textos colocan el episodio entre el
reconocimiento como Mesías de Jesús por parte de Pedro en los parajes de Cesarea de Felipe y la advertencia del Maestro respecto a
su Pasión en Jerusalén, para pasar de inmediato a la recomendación que en el
monte Tabor a los tres les hizo de que no hablaran de ello hasta que Él hubiera
resucitado de entre los muertos. Ven los comentaristas que existe una íntima
relación de la Transfiguración con el acontecimiento pascual.
La tradición casi unánime, identifica el “monte
santo” evangélico con el Tabor geográfico. Se trata de un promontorio
semiesférico alargado. Se llega a la cima en unos doce minutos por una
carretera serpenteante, sólo apta para vehículos de mediano tamaño. Para que se
me entienda, recuerdo que en dos ocasiones que subía, conducía un
familiar Volkswagen de 9 plazas y en otra ocasión un Mitsubishi
semejante. Cuando uno se desplaza por aquellas tierras en Bus, encuentra
siempre al pie de la montaña un montón de taxis que le suben y bajan con
singular destreza, ya que un ómnibus no podría moverse por tan cerradas curvas.
Hacerlo en taxi tiene sus inconvenientes. La
basílica que allí se levanta, obra como tantas otras del arquitecto
Antonio Barluzzi, quiere recordar las tres tiendas
que propuso levantar Pedro asustado al contemplar al Señor y acompañantes, que
sufrían el viento fresco de su estancia a la intemperie, mientras conversaban
seriamente. Porque valga advertir que la narración corresponderá, seguramente,
a una excursión propia de la fiesta de Sukot, cuando
los israelitas recordaban, y todavía hoy recuerdan, la estancia en el desierto
y el don de la Ley en el Sinaí. Para mejor ambientarse residían y aun residen
como pueden, en simples chozas. Pedro, el más maduro de edad, sintiéndose
responsable del grupo, es consciente de que no ha cumplido con la tradición y
propone de inmediato corregir el yerro, montando tres improvisadas cabañas..
En la cima todavía uno observa hoy vestigios de
posibles templos cananeos. Es una gozada pasearse por el bosque de encinas
singulares, que por crecer donde crecen, reciben el nombre científico de “Quercus ithaburensis”
(nada de robles o alcornoques, como he leído a veces, que siendo semejantes, no
son lo mismo). Moviéndose por los senderos se encuentra uno con una iglesita
Ortodoxa, sólo una vez la pude ver abierta, donde se dice que fue el lugar de
encuentro de Abraham con Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios
Altísimo (Gn 14,18).
Junto a la vereda que se extiende por la cumbre, se cruza uno con una
iglesita románica que recuerda las palabras de “hasta que resucite de entre los
muertos” y que les dejó tan pensativos.
Para que no crea el lector que el lugar es pura arqueología religiosa,
además del servicio de acogida fraternal de la comunidad franciscana que allí
reside, existe una institución de terapia de diversas adicciones que, además de
los correspondientes tratamientos, o siendo uno de ellos, cuidan la
conservación de caminos y jardines. De esto último que acebo de escribir tengo
noticia directa y telefónica, pero por ser iniciativa reciente, no puedo dar
detalles. Si lo he dicho es para que se sepa que la comunidad franciscana que
custodia el lugar, cumple y da también testimonio cristiano con su proceder.
La Transfiguración es una solemne Teofanía a favor de los tres
discípulos predilectos del Señor.
Me he extendido en explicaciones aprendidas, estudiadas y en
consecuencia aceptadas, ahora bien, quiero detenerme en lo que para mí y espero
que para otros también, nos enseña el pasaje evangélico al que me vengo
refiriendo.
La Fe cristiana comporta la esperanza de la resurrección de los
muertos. Resurrección de cuerpo y alma, se dice en lenguaje propio de la
filosofía/teología aristotélico-tomista.
Ahora bien ¿qué es el cuerpo? La ciencia nos responde un 80% agua, que
entra y sale de continuo. Paralela dinámica le ocurre al calcio y hasta a los
ínfimos oligoelementos. ¿qué es lo que resucita,
pues?. Preguntárselo es ejercicio mental justo y razonable.
San Pablo, que está particularmente interesando respecto al cuerpo
humano y de él y de su excelencia escribe en diversas ocasiones, dice en I Cor 35 ss “¿Con qué
cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y
lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de
trigo por ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su
voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar. No toda carne es igual, sino que
una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves,
otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el
resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los cuerpos terrestres. Uno es
el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una
estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los
muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza,
resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural,
resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay
también un cuerpo espiritual”.
Obsérvese que uno de los contertulios es Elías, del que se dice: Iban
caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se
interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el torbellino. (II Re2, 11). ¿no se
trató, en lenguaje de hoy, de una incineración?.
Sin que sea esta la intención que tenían los hagiógrafos al dirigirse
a los primeros receptores, estoy convencido de que Dios me anima a perder miedo
a la muerte y conforta mi ánimo, inclinado con frecuencia al desánimo.
Vuelvo a repetir que estamos demasiado influidos por la física clásica
y en este terreno, como en otros también, debemos olvidarnos de Platón, Plotino and Co. y reflexionar y sacar consecuencias del
texto de Pablo que bien concuerda con la descripción de la Transfiguración.
Acabo acentuando la importancia que para la primitiva comunidad tuvo
la Transfiguración, citando ahora el texto de II Pe 1, 18 “Nosotros mismos escuchamos esta
voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo”.