III DOMINGO DE CUARESMA   (A)

¡Si conocieras el don de Dios…! Tú le pedirías y El te daría agua viva.

                                                

-  Sólo el Hijo de Dios podía sacarle tanto partido al encuentro con aquella mujer que, por su condición de Samaritana, reacciona con cierto desplante hacia Jesús porque, según ella, el Judío se saltaba el protocolo establecido.

 -  Ante la displicencia de esta mujer, cualquiera de nosotros, en el lugar de Jesús, hubiéramos podido reaccionar así: Pero, ¿tú sabes con quien estás hablando? Y, ¡nos habríamos cargado el diálogo!  Jesús, por el contrario, (a quien lo que le interesaba era su alma), no entra en susceptibilidades y, con su delicada reacción: “¡Si conocieras el don de Dios...!”, despierta en la Samaritana  una curiosidad y una confianza que le van a permitir su objetivo: revelarle que sólo El podía darle la felicidad que ella buscaba.

-  Esta mujer es una imagen, un símbolo del hombre que, cada día, se afana por conseguir, por apagar su sed de felicidad y que va, de pozo en pozo, de mercado en mercado, (“de tumbo en tumbo”, diría San Agustín, refiriéndose a la etapa, previa a su conversión, en la que buscó la felicidad fuera de Dios.

-   La Samaritana también, - por el relato evangélico -, lo había intentado, de muchas maneras, sin conseguirlo. Y es que, hasta entonces,  había buscado la felicidad en lo efímero, en lo transitorio y, la auténtica felicidad, para la que estamos hechos, sólo se  consigue en Dios, en lo TRASCENDENTE,

-   Pero, ¡eh aquí! que un buen día, sin ella pretenderlo, se iba a encontrar con Jesús, con la TRASCENDENCIA PERSONIFICADA,  y aquel día siente que... ¡cambia su vida! La sola conversación con Jesús le hace sentir una felicidad que ella nunca había experimentado. 

 

-   Este relato evangélico va más allá de una bella alegoría  ¡Nos transmite una palpable realidad! Porque, ¡cuantas veces, como la Samaritana, podemos tener nosotros esa tentación de “bucear” la felicidad en, no sé cuantos pozos, olvidando el descubrimiento de San Agustín!: “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”             Lo que necesitamos, como la Samaritana, es: ¡“Encontrarnos con Jesús”!

  “¡Si conocieras el don de Dios  y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú a El, y El te daría agua viva!”, le dice y nos dice Jesús.

- Pidámosle hoy y siempre que, nos dé a gustar de esa “agua viva” que El posee y de la que, cuando uno bebe, no vuelve a tener más sed. Y que nos libre del  espejismo de felicidad de las cosas temporales y caducas.

   ¡Es eso lo que nos pondrá en el verdadero camino de la felicidad!

                                                                                                     Guillermo Soto