DEL DESIERTO AL POZO
Domingo 3º de Cuaresma. A
“¿Nos has hecho salir de Egipto para
hacernos morir de sed a nosotros, a nuestos hijos y a nuestros ganados?” (Éx
17,3). He ahí el lamento de un pueblo, que ha sido liberado de la esclavitud
pero, en el desierto, siente desfallecer su confianza en el Liberador.
En efecto, la pregunta y la murmuración
del pueblo que se recoge en el texto revela bien las preguntas de una humanidad
que duda de la existencia y de la asistencia de Dios: “¿Está o no está el Señor
en medio de nosotros?” (Éx 17,7).
El salmo responsorial de este domingo nos invita a no repetir aquella actitud del
pueblo de Israel, que, acuciado por la sed, se atrevió a poner a prueba la providencia
y la misericordia de Dios (Sal 94,8-9).
Si Moisés fue un apoyo para la fe
titubeante de su pueblo, nosotros tenemos un motivo mucho más importante: “La
prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros” (Rom 5,8).
´
SALVADOR Y MAESTRO
El evangelio refiere el encuentro de
Jesús con una mujer de Samaría que se acercó a mediodía hasta el pozo de Jacob
(Jn 4,6-42). Este espléndido relato
contiene el esquema de una catequesis prebautismal. El diálogo de Jesús con la
Samaritana parte de la sed que nos lleva hasta la fuente y nos ayuda descubrir el
agua que Jesús nos ofrece para calmarla.
Ese encuentro con Jesús se articula en
unos pasos señalados por los diversos títulos que se le atribuyen. El caminante
es visto al principio como un “judío”. Pero se irá revelando como el “Señor”
que merece respeto, como el “Profeta” que nos conoce e interpela, como el “Mesías”
que habíamos esperado y, finalmente, como el
“Salvador” que necesitamos.
Por otra parte, los discípulos
reconocen a Jesús como su “Maestro” y se preocupan de prestarle el servicio que
está en sus manos. En realidad, todos tendremos que ver si de verdad nos hemos encontrado vitalmente
con Jesús, si hemos entrado en diálogo con él. Y debemos preguntarnos quién es y qué significa él en
este momento de nuestra vida.
ESCUCHAR Y ANUNCIAR
Al evocar el encuentro de Jesús con la
Samaritana, san Juan de Ávila exclama con entusiasmo: “¡Bendito sea Dios que
del mal de aquella mujer cuánto bien se sacó, que se ganó toda aquella
ciudad!”. También para nosotros puede ser iluminador aquel diálogo junto al
pozo de Jacob.
• “Dame de beber”. Jesús no viene a
condenar ni a imponer. Se acerca con ánimo suplicante. Ahora tiene sed. Y la
tendrá al final de su vida, clavado ya en la cruz.
• “Si conocieras el don de Dios…”. Nuestro
orgullo no tiene sentido. Lo mejor de nuestra vida ha llegado como un don inmerecido. Pero el verdadero don es el mismo Jesús.
• “Y quién es el que te pide de beber…”.
El mismo que nos pide de beber es el único que puede calmar nuestra sed de
verdad, de bondad y de belleza.
• “Le pedirías tú…”. Jesús se adelanta a pedirnos el agua, pero él
espera que nosotros se la pidamos a él. Junto al manantial se encuentran la
pregunta y la respuesta.
• “Y él te daría agua viva”. Por medio
de Moisés, Dios abrió la roca para calmar la sed de su pueblo. Por medio de
Jesús, se nos da el agua que da vida a los que la beben.
- Señor Jesús, te reconocemos como la
fuente de agua viva. Tú conoces nuestra sed. Solo el encuentro contigo puede
calmar nuestros deseos más profundos. Queremos escuchar con atención tu palabra
y anunciarla con humildad a todos
nuestros hermanos. Amén.
José-Román Flecha Andrés