Domingo-3ºordinario-A
IDIOSINCRASIA Y FE
No hay dos personas iguales, evidentemente. Cada uno es único y
reconoce serlo, para bien y para mal. El cultivo del propio ego o el complejo
de inferioridad que le atenaza, son sus genuinas realidades. Se siente
satisfecho o afligido.
La geografía moldea a individuos y comunidades.
Al pueblo escogido lo consideramos comúnmente todo él semejante y no
es cierta esta opinión. El territorio que hoy llamamos Tierra Santa, pese a ser
depositario de una única Fe, se distinguía en sus costumbres, cultura, trabajos,
posición social y hábitos, si vivía al norte, Galilea, del que habitaba en el
sur, Judea. Esta disparidad le inclinaba a reunir sus celebraciones de acuerdo
con sus índoles. Suponer que el Templo de Jerusalén fuera único, más que
realidad era la pretensión de los habitantes del sur. Pero sabemos que además
del de Dan, cismático a los ojos de los cronistas bíblicos, pero no para los
que allí iban a dar culto, que de ningún modo se sentían desmembrados del Dios
del Sinaí, existían también el de Arad en el Neguev o
el de Elefantina en el Nilo.
Con este largo inicio, he pretendido situar los relatos de dos de las
lecturas del presente domingo.
El hombre es por definición incomunicable, pero tiende a la relación
personal. Esta última propensión la consigue en el ámbito de las aficiones,
oficios, niveles culturales y otros ámbitos.
Jesús, Hijo de Dios, israelita, residente en el amplio granero del
norte de Israel que llamamos Galilea, artesano de profesión, inicia la misión
que el Padre le había encomendado, escogiendo compañeros entre gente de un
oficio por aquel entonces minoritario y limitado a las tierras del Lago.
El relato de Mateo es un apunte de lo que en realidad sería más
complejo. El evangelio de Juan nos dice que dos de ellos ya le habían conocido,
presentado por el Bautista, y convivido una jornada con Él.
Evidentemente, cuando solicitó que abandonen las redes y la pesca, ya habría
hablado anteriormente largo y tendido, con ellos de sus proyectos misioneros.
Llama e invita. Más tarde pretenderá que colaboren, la misión de los
72 es muestra de ello. Finalmente con Él compartirán.
Individuos como ellos somos nosotros, queridos lectores, con
ocupaciones, conocimientos y aficiones. De alguna manera, cada uno debe
preguntarse cómo ha ocurrido. Ahora es preciso se pregunte. ¿qué relación y qué vínculos tengo yo con Él?
( será
bueno recordar el final del precioso soneto que Lope de Vega nos
legó:… ¡Cuántas veces el ángel me decía: / «Alma, asómate ahora a la
ventana, / verás con cuánto amor llamar porfía»! / ¡Y cuántas, hermosura
soberana, / «Mañana le abriremos», respondía, / para lo mismo responder
mañana!)
Cambio de tercio para referirme al
fragmento de la Carta a los Corintios que se nos ofrece en la misa de hoy.
Corinto era, y supongo continua
siendo, una población compleja. Tenía puerto de mar y esto marca comercio y
costumbres locales.
A partir de los siglos IX y
VIII a. C. experimentó un crecimiento tal, que llegó a ser la ciudad
más grande de Grecia
La comunidad cristiana allí establecida debía ser numerosa, aunque
pequeña proporcionalmente , y Pablo sentía una
especial predilección por ella. Les dirigió varias epístolas de las que
conservamos solamente dos. Pablo al escribirles, pone las cartas sobre la mesa,
cómo debería hacerse periódicamente todavía y aun con mayor exigencia y luz.
Generalmente, al suceso contemporáneo le llamamos rivalidad entre capillitas.
Que por desgracia, muchas veces, son pretendidos antagonismos de mayor calado.
Conocí el problema en mis tiempos de bachillerato. Hoy lo recuerdo con
cierto humor. En la pequeña población donde estudiaba, existía la Acción
Católica y la Congregación Mariana. Cada una con su local, ping-pon una, billar
la otra. Círculos de estudios o “misas de comunión general” en diferentes
iglesias. Unos alumnos éramos de una, otros pertenecían a la otra. Las
discusiones y rivalidades a las horas de recreo, las veo ahora como juegos de
niños. Excuso decir que ninguna de las dos, ni siquiera sus locales, permanece
en el presente.
Ya adulto y sacerdote, servía religiosamente en una llamada “Casa de
Espiritualidad”. Acudían grupos de diferente orientación que, desgraciadamente,
ignoraban a quienes residíamos y se ignoraban. Tales asistencias, retiros o
reuniones, coincidían casi siempre con el domingo, el “Día del Señor”.
Evidentemente celebraban misa, por supuesto cada organización a su hora
escogida y hasta en el rincón que les apetecía.
¡Si hubiera sido esta casa la única!.
Recuerdo que visitando un día una de estas mansiones de mastodóntico tamaño y
fama mundial, de compleja estructura debido a los siglos de existencia, me
comentaba el responsable con orgullo que la existencia de muchas escaleras
interiores, permitía que cinco grupos podían moverse y residir en aquella casa
de espiritualidad, sin encontrase en ningún momento.
Fracción de un mismo Pan, pero como a escondidas. Proclamación de una
única Palabra, pero tal vez en argot propio y exclusivo, sin que nadie
más que los escogidos la escuchasen.
Cuando me hablan de alguna organización y elogian sus valores, siempre
pregunto ¿cómo celebráis la misa, con las puertas abiertas o cerradas?
No hay que olvidar que la Salvación del Señor llegó siempre abierta a
todos.
Hoy la anomalía es más grave y alarmante. Pentecostés fue un fenómeno
abierto a los habitantes de Jerusalén, en unos días en que se encontraban
gentes venidas de diferentes lugares y culturas. Que cada uno, salida la
Palabra de una única boca, la escucho en su propia lengua. Hoy lamentablemente,
algunos se atreven a restringir sus locuciones a su idioma propio. Niegan la
posibilidad del don de lenguas. Evidentemente, el Espíritu Santo, huye de
aquella gente, por erudita que pueda ser, que pretende domesticar su
manifestación y el fuego del Amor se extingue. El Paráclito habita allá donde
no quieren enjaularlo y le invocan para que acuda con la libertad divina que le
corresponde, que tal vez no sea política.
Ni adhesión a tendencias políticas determinadas, ni diferentes formas
de expresarse, ni procedencias, ni emigrante, ni con ancestros enraizados en la
tierra que consideran su residencia, deben considerarse distanciados unos de
otros.
Sudacas, moros, charnegos y otras hierbas, deben ser palabras
desaparecidas de nuestro vocabulario. Barridas del vocabulario, poco a poco no
cabrán en la mente los perversos contenidos y Cristo será para todos y en
todos.--
Padre Pedrojosé ynaraja díaz