PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (la
Candelaria)
Pese a que su nombre popular, que he escrito entre paréntesis,
supondría una gala femenina, la fiesta de hoy es la celebración de la
presentación del Señor Jesús, señorito en lenguaje popular se le llamaría al
Niño, en el Templo de Jerusalén.
Residía la Sagrada Familia por aquel entonces en Belén. De allí a la
capital les separaría algo más de 11 km. La primera vez que peregriné a Tierra
Santa, tuve el gozo y suerte de hacer este camino a pie y durante bastante
parte del recorrido ser consciente de que nuestra ruta era idéntica al de los
protagonistas del relato de hoy.
Recorriendo este camino ahora,
resulta difícil darle este sentido. Les une a ambas poblaciones una buena
carretera que casi todo el rato va jalonada, o cerrado el horizonte, de
modernas edificaciones y letreros indicando en hebreo, árabe e inglés, las
diversas desviaciones que se le ofrece a uno escoger. Para nosotros la
distancia pude parecernos grande y no sé de nadie que se le haya ocurrido
hacerla de tal modo, teniendo en cuenta además ciertos trastornos que son
consecuencia de las razones políticas que dividen e impiden hacerlo.
Ahora bien, confieso que tales dificultades enriquecen el sentido que debe
darse a la peregrinación, lo digo por experiencia. Volviendo por esos parajes, he
atravesado “clandestinamente” fronteras que, dado mi aspecto latino, nadie me
ha llamado la atención por hacerlo. En otra ocasión, tratando de salir de noche
a pie en busca de auto-stop, me he asustado al verme deslumbrado por potentes
focos y detenido e interpelado por altavoces, que no sé que
querían decirme. Sin atreverme a hacer otra cosa que levantar el brazo con el
pasaporte muy visible, se me permitió avanzar. Por situaciones peores pasaría
el Señor.
Sucesos de estos diferencian una
peregrinación de un simple viaje.
Vuelvo a la lectura evangélica que se proclama en la misa de hoy.
El matrimonio jovencito ocultaría arropado a la Criatura que llevaban
a ofrecer al Dios de Israel. Comentarían sin duda y sin temor, la motivación
que les conducía al Templo.
A este episodio se le llama a veces la purificación de Santa María y
tal calificativo no nos resulta simpática. Entre nosotros se depura el agua, se
refina jugos de baja calidad, o se sanean ciertos mariscos que pudieran estar
infectados. ¿de qué debía purificarse Ella?. De nada,
evidentemente. Olvidad, queridos lectores, tales conceptos. Si de orígenes
antiguos dependía el gesto, en realidad debemos considerar que la mujer
primípara, sufría infecciones pauperales que exigían
descanso y sosiego, sin salir de casa. Esperar 40 días y que el primer destino
fuera el Templo, era además de precepto legal, una buena norma higiénica.
Mi Niño, es mi niño, repetiría o pensaría la Virgen, estrechándolo.
Hijo de Dios y Mesías de Israel, como se nos ha revelado a los dos, le
advertiría José.
Sí, pero es mi hijo. No olvides que vamos a presentarlo a Dios. Olvida
tu suerte cuando se lo presentemos al sacerdote que esté de turno, no vaya a
enfadarse.
¿Qué nos dirá? ¿y qué hay que responder?
Dios proveerá, María, Dios proveerá...
(Un ángel se lo propuso a Ella, anunciándoselo. Un ángel se lo confió
a él, para que la acogiera y protegiese. Se lo confirmaron los pastores,
a los que también se lo había anunciado unos ángeles ¿qué más querían?).
No tengas miedo, María, que los ángeles también nos acompañan ahora.
El sacerdote de turno sería un simple funcionario anónimo de turno,
servidor de lo divino como otro cualquiera. Los pichones, yo no sé porque
pienso que debían de ser dos inocentes tórtolas y siempre que veo alguna me
acuerdo de este pasaje, irían a parar al lugar de las reservas, sin
distinguirlas de los demás bichos…
Acabado el rito simple, abandonaron la puerta de aquel atrio e iban a
cruzar la plazoleta, cuando se les acercaron dos viejecitos. Se miraban el uno
al otro preguntándose quien debería empezar a hablar. Se decidió él por fin.
Le pidió a la Madre que se lo dejara tener en brazos. Miró al cielo,
lloró emocionado.
Ya me puedo morir decía y repetía satisfecho.
Aquel Niño le expresaba que Dios le había escuchado, satisfaciendo su
último deseo. Toda la vida pasaba por la pantalla espiritual de sus
viejas retinas. Había sido fiel a Dios. Ahora comprobaba que el Señor también
le había sido fiel a él.
La abuelita que miraba en silencio, logró intervenir y quitárselo de
las manos. También estaba satisfecha. Miraba en derredor y, parlanchina que
era, quería que todo el mundo la escuchara y viniera a ver al Chiquillo. Aunque
casi nadie le hiciera caso, ella no paraba de hablar, sin que sepamos qué
decía.
El viejecito aprovechó un momento de la confusión que les rodeaba,
para confiarle a Ella un secreto que se le había revelado.
Ahora el Niño lloraba, mamaba y se ensuciaba, le decía y Ella asentía.
Empezaba a sonreír, sí, pero llegaría un día en que abandonada su infancia,
agitaría su vida, sufriría su corazón a causa de los trastornos que le
ocasionaría. Le daba pena hablarla así, pero era su deber. Los dos lloraron.
Nueva Anunciación, también esta fue inesperada.
Volvieron a Belén José, Ella y el Niño, felices y desconcertados, las
dos cosa a la vez.
No desdeñaron los que los viejos les habían dicho. Ni nunca Ella lo
olvidó.
Y nosotros ¿escuchamos los consejos de los que durante su vida han
sido fieles a Dios y lealmente nos los confían?
Un ángel, un joven inquieto e intuitivo, pueden ser portadores de un
mensaje, hombres maduros sin duda también, no hay que negarlo. Pero ¿Quién
escucha las buenas noticias, advertencias y consejos de los ancianos?.
Mira que son pesados, decimos
siempre.
En estas culturas nuestras,
desgastadas y caducas, el protagonismo lo tiene, o quiere tenerlo, o se le
otorga, la juventud. Mucho más si es atractiva, simpática, vocifera, más que
canta letras de protesta. La vejez, en todo caso, debe preocupar a los
organismos de asistencia que los cuiden, si la familia no los atiende. En
algunos casos se convierten, por gusto o exigencia, en cuidadores y protectores
de sus nietos.
Ahora bien, la ancianidad supone un
cúmulo de conocimientos insustituibles. Cuando muere un anciano, muere una
biblioteca, reza un dicho africano.
Los grandes errores, generalmente,
los cometen gente joven.
Dios incorporó a su programa de redención a dos ancianos. A Simeón lo
escogió como profeta. Profeta de María, la madre de su Hijo Unigénito.
Y a Ana, viuda y vieja, que no ha perdido ánimos y por ello ha sido
escogida como primera evangelista. Se había preparado con la oración y
por ello el Señor en ella se fijó. Le mostró a su Hijo y sin esperar, ni decir
que ya no estaba para esos trotes, de inmediato evangelizó en el entorno
sagrado del atrio del Templo. Faltaban años para que aquel Niño, crecido ya,
escogiera Apóstoles que evangelizaran por el ancho mundo. Pero Ana, la vieja
viuda, les había precedido, no hay que negarlo. Le hicieran caso o no, cómo
ocurrió con los doce.
Si el buen ladrón fue mártir por las escasa últimas
horas de su vida sufridas junto a la cruz de Cristo, Ana, la hija de Fanuel, fue misionera por poco tiempo, pero lo fue en el
momento oportuno.
¿y qué pinta San José en esta escena? Dios le
encargó que fuera escolta.
(En una ocasión, queridos lectores,
acompañaba yo a un amigo que gozaba de cierta autoridad social, eran tiempos de
posible terrorismo callejero. Le pregunté yo si no tenía miedo y él me confió
que llevábamos guardaespaldas. Mira discretamente atrás, me dijo. Fíjate en una
pareja que visten de oscuro y nos siguen siempre a la misma distancia, son
policías que nos protegen).
Este oficio lo ejerció José, este día y muchos otros más.
También lo ejercerá con nosotros, si somos “amigos del Jefe”
Padre
Pedrojosé ynaraja
díaz