IV DOMINGO DE CUARESMA ( A ) (Juan 9, 1-41)
Tanta es nuestra necesidad
de la luz de |
Actualidad del Evangelio
-
Al leer el Evangelio, no debemos quedarnos sólo en lo anecdótico. Hemos de buscar
siempre ese perenne alimento que rezuman
las enseñanzas de Jesús y que son aplicables a la vida de los hombres de todos los tiempos.
- Una
de estas enseñanzas nos la ofrece el Señor en su respuesta a la pregunta de los
discípulos, previa a la curación del ciego de nacimiento:
¿Quién pecó,
este ó sus padres?
-
Esta pregunta surge, por la errónea creencia, (en la que caían también los
discípulos) de pensar que las enfermedades, o los males físicos, son una
especie de castigo de Dios por un determinado pecado. Aún hoy día existe esa
falsa idea de relacionar los males físicos, con un castigo: "¡Castigo
de Dios!", se oye decir cuando
sucede algo negativo después de una “metedura de pata”. O también: ¿Qué
he hecho yo para que Dios me mande esto?
-
La contundente
respuesta de Jesús nos deja claro que no existe
ninguna relación directa, de causa-efecto, entre los males físicos y el pecado.
Dios, (en su Providencia ordinaria), no premia ni castiga en esta vida.
El premio ó el castigo los reserva para la otra vida.
- En segundo lugar nos enseña Jesús que, sus milagros son:
Signos de credibilidad, e imágenes
de las curaciones de los males del alma.
1º)
Los males físicos, las enfermedades, jugaron para El, un importante papel porque,
aquellas carencias le sirvieron, para dar muestras de su sensibilidad ante los
males ajenos y, sobre todo, para dejar constancia de su divino poder. Aquellos milagros,
que todos podían percibir, eran “signos
de credibilidad” que avalaban la veracidad de cuanto El les enseñaba.
2º)
Pero además, sus milagros ejercían otra función. Los males del cuerpo que El
remediaba, eran “imagen” de esos
otros males morales que podemos nosotros padecer en el alma y que
son, los que El, primordialmente, había venido a remediar. El paralítico, el sordomudo,
el leproso, el ciego, eran imágenes vivas de esas otras “parálisis”, “lepras”, “sorderas”
o “cegueras”, que podemos sufrir los hombres en nuestra alma.
-
La curación del ciego, que hoy nos relata el Evangelio, es una buena prueba de
ello. Jesús, antes de realizar el milagro proclama:"Yo soy la
luz". Y, aquella curación era como decirles: esa misma necesidad que tiene este pobre ciego de mi intervención para ver con sus ojos, la tenéis vosotros:
- Para descubrir los Misterios de
Dios y de
- Para dotaros de la visión
sobrenatural que exige mi doctrina.
-
Para superar la ceguera de las pasiones que nubla vuestra visión.
- Como aquel ciego, digámosle a Jesús: ¡Señor
que vea! Guillermo
Soto