4º de cuaresma-A

EL MISTERIO, BONDAD Y LIBERTAD

Empezaré, como hago siempre que puedo, describiendo los escenarios en los que se desenvuelven los hechos, pese a que no aportan nada nuevo al relato. Ahora bien, como tantas veces digo y repito, bueno es que se sepa, fruto exclusivo de la investigación, que los tiempos y lugares que aparecen en el evangelio son ciertos. Aceptar la doctrina que en ellos se proclama será fruto de la Fe. Pero el saber que es cierto histórica y geográficamente, es un buen fundamento.  

Aunque no lo diga explícitamente el texto del evangelio, se inicia la narración en los amplios espacios del Templo, lo que llamamos Atrio de los Gentiles. Allí acudían los rabinos a enseñar, los intelectuales a discutir, los mercaderes a vender, principalmente aquello que le podía servir al simple fiel para ofrecer al altar, otros, los cambistas, minúsculo banqueros, facilitar la moneda que el peregrino podía depositar en el gazofilaceo, cajeándola por las que podían llevar consigo, propias de países extranjeros, que carecían de valor en el régimen del santuario.

Los templos anteriores carecían de tales áreas, este gran atrio con sus soportales, era lugar de encuentro y convivencia donde propios y extraños, se  sentían bien. Tal cantidad y variedad de personas, como puede suponerse, era propicia para la presencia de mendigos.

La ceguera puede ser el resultado de diferentes agentes, pero uno el más común en las circunstancias de aquel tiempo, era el tracoma, consecuencia de infecciones bacterianas, trasmitidas por gentes carentes de higiene. Se puede contagiar a un adulto o a un recién nacido. Abunda en la actualidad por los países del Tercer Mundo y todavía la puede uno observar en el mismo Israel, doy fe de ello.

El otro lugar mencionado es la Piscina de Siloé. Se trataba de un gran depósito donde iban a parar las aguas del manantial de Guijon, a través del túnel de Ezequías. En la actualidad está situado fuera de las murallas, en aquel tiempo se encontraba precisamente dentro, para aprovechar sus aguas en las labores propias de los levitas, rituales o de simple limpieza. Era importante el que estuviera en el interior, pues así en tiempos de guerra y que un ejercito invasor pudiera asediar la ciudad. La propia de la lluvia, almacenada en aljibes no era suficiente

Hasta ahora los viajeros, dejando la carretera que lleva de la puerta de Sión a Getsemaní, y saliendo por un camino que baja por la derecha hacia la barriada de Silwan, visitábamos la que creíamos era la piscina de Siloé. Ciertas personas piadosas se acercaban al charco y devotamente se mojaban los ojos, pidiendo protección para su vista.

(Permitidme, queridos lectores que os diga que una comunidad religiosa decidió peregrinar a Tierra Santa para pedir al Señor ayuda espiritual. Una de las monjas, casi ciega, se mojó los ojos en aquella piscina y recobró la vista. Ahora bien, fiel al espíritu de su consagración y voto de obediencia, no contó a nadie el prodigio, hasta que lo supo su Abadesa y le dio permiso para explicarlo. De este hecho he tenido noticia directa, mediante un franciscano amigo y solo puedo concretar que se trataba de una abadía situada en tierras leonesas)

Recientes excavaciones y serios estudios arqueológicos, han descubierto antiguos restos de la autentica piscina de Siloé, situada a poca distancia de la que he estado explicando. La verdadera era de mucha mayor extensión. No he tenido ocasión de verla, solo he visto fotografías. Me ilusionaba visitarla, pero diversos percances me lo han impedido.

¿la piscina de Siloé que visitábamos era, pues, un fraude? No del todo. La emperatriz Eudocia de Bizancio, en el siglo V, edificó una basílica en honor del milagro que recordamos este domingo y a su lado excavó en su recuerdo la que tantas veces he visitado, que por cierto recoge el agua de la roca allí mismo abierta y en tiempos bíblicos la conducía hacia un poco más abajo donde descansaba en el autentico depósito que he descrito. Me he entretenido en detalles por el motivo que explicaba al principio y he dado los últimos para justificar que la que devotamente visitamos no sea fraudulenta del todo. Una señora amiga mía, de tierras caribeñas, que con mucho fervor se mojó ojos y cara, conserva perfectamente la visión, no lo atribuye a un milagro pero lo recuerda agradecida.

Cambio de tercio.

Ante una desgracia el hombre siempre se interroga ¿Por qué me ha pasado esto? ¿Quién tiene la culpa del mal que sufro o sufre? Tal indagación es genuinamente humana, los animales pueden escarmentar si algo les ha hecho daño, pero no se cuestionan el porqué..

El buen hombre, el ciego de nacimiento aquel, se lo habría preguntado muchas veces en el curso de su vida, queriendo saber el motivo de su ceguera. Sus padres, probablemente también. En aquel preciso momento, los mismos apóstoles también se interrogaban. Es lo lógico.

Sé que en ciertos países africanos, cuando nace una criatura con alguna deficiencia grave, lo atribuyen a que está endemoniado. Mayor pesar.

Jesús no resuelve el problema. Afirma que lo que le ocurre es para que se manifieste en él las obras de Dios. Es la ceguera pues, un instrumento que se manifiesta por el momento como un mal, pero que no lo será definitivamente.

El obrar de Jesús nunca se  presenta como el proceder de un malabarista, pero sí que acude a gestos expresivos, como son precisas sus palabras. Tampoco sus ademanes son teatrales. Con su saliva y el polvo del suelo, convertido en barro, unta los ojos y le dice que se vaya a lavar a un sitio muy significativo.

El hombre accede y recobra la vista y ni alardea, ni se oculta. Se asombran del cambio los que le conocían. Él se explica como puede. No sabe quien le ordenó ir a Siloé, solo recuerda que se llamaba Jesús. Es un hombre sencillamente dócil. Está evangelizando modestamente, sin ser consciente de ello.

Los demás…

Hay gente que siempre quiere salirse con la suya, tener la razón en todo momento. Sabe ver los defectos de cualquiera que no sean los de sí mismo. Y si no los ve, se los inventa. Ante el prodigio, los sabios, en vez de asombrarse, condenan porque el milagro se ha obrado en sábado…

La familia se escabulle…

(Llegado aquí, mis queridos lectores, permitidme que os confiese que llevo dos días tratando de continuar, no me salen las palabras. La pandemia en la que estamos sumergidos y de la que los medios no dejan de hablarnos, dificulta la serenidad. Puedo cumplir a rajatabla las precauciones que nos indican, pero tampoco olvido que dicen y repiten que a la gente de edad avanzada la marginan, escogiendo para los tratamientos específicos a los más jóvenes. Hace pocos días cumplí 87 años, eran 31.778 días los que me había concedido el Señor ¿no son bastantes, me diréis? Pienso que todavía puedo rendir servicio al Reino, pero ahora me cuesta continuar escribiéndoos. He preferido decíroslo sinceramente. Sabéis que han dispensado, no prohibido, de la asistencia a misa el domingo. Podéis celebrar en familia el Día del Señor, el octavo de la semana, como les gustaba llamarlo a muchos.

Este evangelio, el que corresponde al 4ºA de cuaresma, lo encontraréis en el evangelio de San Juan, capvers 1-41

Leedlo y comentadlo. Imaginaos que estáis en un mercado comarcal, donde hay puestos de venta, compradores anónimos y visitantes orgullosos de ciudad, que se ríen comparando las paradas de ropa con las selectas boutiques de sus avenidas. No os olvidéis de la falta de agradecimiento de los padres y su recelo…

Acabado el encuentro de la iglesia domestica que sois, o debierais sentiros ser, rezáis el Padrenuestro.

Yo en mi misa diaria y solitaria, sin olvidar a las reales víctimas de la pandemia, no os olvido. Como siempre os digo vuestros nombres no están incluidos en un paquete que puedan enviarse juntos. Supone un clic individual de cada uno de vosotros, mientras pienso en cada uno.

Cordialmente

Padre Pedrojosé  ynaraja  díaz