EL DON DE LA VIDA
Domingo 5º de cuaresma. A
29 de marzo de 2020
“Lázaro,
sal fuera”
(Jn 11,43)
Señor
Jesús, muchas veces he meditado el relato evangélico en el que se refiere la
resurrección de Lázaro. En otros tiempos lo veía como una maravillosa historia
de amistad con una familia que te ofrecía sus atenciones y su casa. Por
devolver la vida a un amigo, tú ponías en peligro tu propia vida.
Pasados
los años, ese relato me habla de tu identidad y tu misión. Es comprensible la
queja de Marta. Con razón lamentaba ella que no habías estado presente para
evitar la muerte de su hermano. Pero en tu respuesta, tú te revelas como “la
resurrección y la vida”.
¡La
vida! Aunque pretendemos manejarla a nuestro antojo, nos basta una infección
para entender que la vida biológica es un don gratuito. Pero además, hemos de
reconocer el milagro de esa vida integral, que es armonía con las cosas, con
los demás y con la divinidad.
Con
el salmo cantamos que Dios es la fuente de la vida. Nuestra fe nos impulsa a
pedir ese regalo, a vivir con gratitud ese don, a difundir con alegría la
experiencia de vivir esa armonía. Al fin, tú has venido para que tengamos vida
en plenitud.
Sin
embargo, tú sabes que llevamos una vida apagada y rutinaria, enclenque y
mortecina. Olvidamos el origen de nuestra vida y el destino que nos espera.
Nuestros pensamientos y deseos se enzarzan en proyectos que no dan testimonio
de la vida verdadera.
Por
eso, me impresiona la majestad con la que tú te acercaste a la tumba de tu
amigo. Tú siempre habías demostrado tu poder sobre el mar y la enfermedad, sobre
los espíritus del mal y la obstinación humana. Pero en Betania mostraste tu
señorío ante la muerte.
“¡Lázaro,
sal fuera!”. Oigo esa llamada y sé que se dirige a mí. Solo tu voz puede
despertarme de mi sueño. Solo tú puedes ayudarme a librarme de mis vendas y
sudarios. Solo tú puedes hacerme salir de mi sepulcro. Solo tú puedes
devolverme el regalo de la vida. Solo tú, mi amigo y mi Señor.
José-Román Flecha Andrés