DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

 

En el oficio de lecturas del Sábado Santo se ofrece a nuestra meditación una antigua homilía sobre  el grande y santo Sábado.  En ella se recuerda  el gran silencio que envuelve la tierra, porque el Rey duerme. Y se reflexiona sobre cómo el Señor va a buscar a los antiguos patriarcas, como el pastor busca a la oveja perdida.

A muchos cristianos les resulta difícil entender la afirmación del Credo, según la cual Jesús descendió a los “infiernos”. Se imaginan las catequesis sobre el infierno de los condenados y se preguntan cómo es posible afirmar ese hecho, si Jesús era un hombre sin pecado.

Los mayores recuerdan todavía cómo explicaba ese artículo del Credo el catecismo del padre Gaspar Astete: “El limbo de los justos o seno de Abraham es el lugar donde, hasta que se efectuó nuestra redención, iban las almas de los que morían en gracia de Dios, después de estar enteramente purgadas, y el mismo al que bajó Jesucristo real y verdaderamente, con el alma unida a la divinidad”.

Habría que corregir, al menos, la alusión al “lugar” y explicar qué significa la denominación de “seno de Abraham”, pero el contenido fundamental es totalmente válido.

En realidad, el texto que se repite en el Credo se está refiriendo a la morada de los muertos, que se llamaba el sheol. Desde fecha inmemorial, se pensaba que en ese “lugar” subterráneo se encontraban todos los muertos, sin distinción de buenos y malos.

Así pues, esa afirmación quiere decir al menos cuatro cosas importantes para nuestra vivencia de la fe:

• Jesús era Dios y hombre verdadero. Asumió nuestra naturaleza humana, menos en lo que nos impide ser humanos, que es el pecado. Así que murió verdaderamente, en contra de lo que, una y otra vez a lo largo de la historia, se entretienen en  imaginar, pensar y escribir algunos que propalan fantasías novelescas.

• Jesús es el Salvador de todos los seres humanos. En él encuentran el camino, la verdad y la vida no sólo los que han creído en él después de su paso por la tierra. La salvación de Cristo traspasa los límites del tiempo y del espacio. Jesús descendió a la morada de los muertos para llevar la salvación también a los antepasados.

• Realmente, con esta afirmación de fe reconocemos que Jesucristo ha entrado en el centro de la tierra, es decir ha consagrado de alguna manera todo lo humano y hasta esta misma casa común que nos ha sido confiada.

• Finalmente, con esta fórmula que repetimos en el Credo, se nos recuerda una revelación, a modo de parábola, que el evangelio de Juan pone en labios de Jesús. En verdad, él es el grano de trigo que cae en el surco y se convierte en germen de vida nueva para todos los que creen en él.

Por tanto, confesar que Jesucristo descendió a los infiernos no significa atribuirle la condición de pecador, sino reconocer en él el origen de la salvación para toda la humanidad y el fundamento de nuestra esperanza.

 

José-Román Flecha Andrés

Salamanca,11.4.2020