EL VIVIENTE

Solemnidad de la Pascua. A

 

 

“Dios estaba con él”. Esa afirmación ocupa el puesto central del discurso que Pedro pronuncia en casa del centurión Cornelio (Hech 10,34-43). Esa presencia de Dios esclarece lo que Jesús era y y lo que hacía durante su vida mortal. Y esa presencia divina da la razón de lo que ahora es el Cristo resucitado para sus testigos. 

Nosotros compartimos esa fe y esa vida que Pedro anuncia en la casa de un pagano. La Pascua hace siempre nuevo aquel mensaje. Por eso podemos cantar y cantamos: “Este es el día que hizo el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117).

No es una alegría blandengue y comodona. Nunca lo ha sido. Y menos lo es en un momento de turbación como es este. La fe en la resurrección nos saca de nuestros vergonzosos escondrijos. El resucitado nos despierta y nos lanza a los caminos. El Viviente está entre nosotros para darnos vida y hacernos mensajeros de su vida. ¡De la vida!

 

EL ASOMBRO Y LAS PREGUNTAS

 

¡El sepulcro de Jesús está vacío! Esa era la noticia alarmante que comunicaban a los discípulos. Ellas lo habían seguido desde Galilea hasta el Calvario. Habían observado el lugar donde depositiban su cuerpo. Aquella mañana habían vuelto para completar los ritos funerarios. Pero el sepulcro estaba vacío. Que él estaba vivo. Eso decían los ángeles.

Noticias nerviosas, apresuradas. Simón y Juan corrieron hasta el sepulcro. No estaba allí el cuerpo de Jesús. ¿Y entonces? La mirada al momento presente suscitaba las memorias. Si el Señor no estaba entre los muertos, su vida entera había de ser vista con los ojos de la fe.

También nosotros escuchamos hoy el mensaje. Se repiten y concuerdan María la de Magdala, las otras mujeres y los dos discípulos. ¡Han visto, han visto! ¿Por qué está vacío el sepulcro? ¿Por qué han quedado allí las vendas que envolvían el cuerpo de Jesús? 

También nosotros estamos asombrados. Bien sabemos que el asombro es condición indispensable para la fe. Mil preguntas nos asaltan ante el  misterio. ¿Y si esta ausencia fuera la garantía de su presencia? ¡Es cierto! Él vive para siempre. Y vive para mí.

 

UNA PARTE EN SU GLORIA

 

Han corrido los siglos. En días de pandemia y cuarentena tenemos tiempo sobrado para releer la carta de Pablo al pequeño grupo de cristianos que viven en Colosas (Col 3,1-2). 

• “Hermanos, ya que habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios”. Ya entendemos. Nuestro bautismo fue una muerte a mil seduccions y dos mil festejos de náusea, Fuimos sepultados en el agua. Y del agua la fe nos levanta a vida nueva. ¿Cómo no tratar de caminar al modo del Maestro? 

• “Pensad en las cosas del cielo, no en las de la tierra”. ¡Pensar, pensar! No buscamos razones. Nos basta el testimonio. Y sobre todo, nos alienta la presencia. Su vida es nuestra vida. Y su camino será el nuestro. Nuestro viejo egoísmo ha quedado olvidado en el oscuro rincón de las rutinas. ¿Cómo no tratar de soñar en el amor?   

• “Cuando él aparezca, vosotros también apareceréis con él y tendréis parte en su gloria”. ¡No es una apariencia, es una aparición! Esa es la absoluta novedad. Cristo es ya ahora nuestra vida. Es posible y urgente vivir de otra manera. ¿No vemos ya los brotes de una esperanza que nos lleva más allá de la muerte?

- Señor Jesús, tú eres el Viviente. Cremos que has resucitado de entre los muertos y vives entre nosotros. Te damos gracias porque con tu resurrección  renuevas  en nosotros el don de la fe, reanimas nuestra esperanza y nos ayudas a vivir en  el amor. Gloria y honor a ti, por siempre. Aleluya.

José-Román Flecha Andrés