LA COMUNIDAD DEL RESUCITADO

Segundo domingo  de Pascua. A

 

“Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42). Así resume el libro de los Hechos de los Apóstoles lo que mantiene a la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén.

En medio de un ambiente que no les era favorable, los hermanos retenían los puntos que significaban y fomentaban  la unidad. De hecho, trataban de conservar la formación  en la fe, el amor entre los hermanos, la celebración de la cena del Señor y la oración compartida.

Con el salmo evocamos con admiración hacia aquel pasado lejano y, al mismo tiempo, agradecemos y cantamos la ayuda de Dios en este momento tan difícil: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117). 

La primera carta de Pedro nos anima a seguir confiando en el Señor: “Sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavia, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas” (1 Pe 1,3-9).  

 

TRES DONES

 

El evangelio que se proclama en este domingo de la Divina Misericordia une dos apariciones de Jesús a sus discípulos. No viene a reprenderlos por haberlo abandonado en el huerto de los olivos. En ambos casos, el Señor los saluda con el deseo de la paz. Tres detalles configuran la primera manifestación, de la que está ausente Tomás.

• En primer lugar, Jesús les muestra las manos y el costado como señales de su identidad. Él es el mismo al que han acompado por los caminos. Y es el mismo que ha sido clavado en la cruz. Sus llagas lo identifican.

• En segundo lugar, Jesús les  comunica que los envía por el mundo, al igual que el Padre lo había enviado a él como mensajero y testigo de su misericordia. Ellos habrán de ser los enviados por el enviado por el Padre.

• Y en tercer lugar, Jesús sopla sobre ellos y les infunde el Espíritu Santo, con el encargo de perdonar y retener los pecados. El aliento de Dios, que se cernía sobre las aguas primordiales, realizará ahora a través de ellos una nueva creación.

He ahí tres tres dones del Señor resucitado, que revelan su misericordia: la contemplación de las llagas, el envío al mundo y la entrega del perdón de Dios.

 

LA LECCIÓN DE LAS LLAGAS

 

En la segunda manifestación está presente Tomás, llamado el Mellizo. Tras desear la paz a todos, Jesús se dirige directamente al único discípulo que se había mostrado dispuesto a subir con  su Maestro a Jerusalén y a morir con él si era preciso.

Ahora parece molesto porque Jesús se ha aparecido a los discípulos cuando él estaba ausente. Por otra parte, le escandaliza que se gocen de la presencia del resucitado quienes no quisieron aceptar su muerte. El relato incluye tres lecciones:

• No hay resurrección sin muerte. Las llagas que conserva Jesús son el testimonio palpable de su entrega por nosotros.  

• También la Iglesia ha de dejar ver sus llagas y ha de estar dispuesta a tocar las llagas de los que sufren, con los que Jesús se ha identificado.

• El Señor resucitado nos revela la bienaventuranza de los que creen en él, a pesar de ver sus llagas y de haber conocido su aparente derrota. 

- Señor Jesús, tú nos invitas a anunciar tu resurrección a todos nuestros hermanos, especialmente a los que parecen estar ausentes cuando tú te manifiestas. Ayúdanos a aceptarte en tu realidad divina y humana y a mantener la fe en tu presencia. Amén.

José-Román Flecha Andrés