Domingo III-Pascua-A

Padre Pedrojosé ynaraja diaz 

 

COMUNICACIÓN-COMUNIÓN

Uno de los relatos más simpáticos de entre los que los textos evangélicos nos ofrecen respecto al comportamiento del Señor resucitado, es sin duda el del episodio del encuentro del Maestro con los dos discípulos, que defraudados, huyen de Jerusalén y camino de vuelta a Emaús, su domicilio familiar, encuentran a un desconocido que sigue la misma ruta y se interesa por sus desvelos. Probablemente uno de ellos era pariente próximo del Maestro, Cleofás por nombre, pese a ello, algo parecido a lo que le pasó a María, la de Magdala, no le reconoce ellos tampoco. Les pregunta por su aflicción y ellos se la explican con sincera espontaneidad. Son gente que han aprendido a compartir, que aprecian compartir, tal vez sabían que el Señor al que admiraban, había dicho a los suyos que no los consideraba siervos, sino amigos, porque todo lo que había recibido del Padre se lo daba a conocer.

Pese a que fueran ambos adultos, estaban dispuestos a aprender y escucharon las razones que el desconocido les daba para que entendieran lo que el todo de Jerusalén sabía sin entenderlo, el ajusticiamiento de Jesús, que algunos creían era el mesías esperado. Por el contexto sabemos que ponían mucha atención en lo que escuchaban, sin ánimo desconfiado. “nunca te acostarás sin saber una cosa más” se hubieran dicho, si hubieran sido gente de nuestro tiempo. Pero es que además, las explicaciones que les daba inundaban de paz silenciosamente su interior.

La caminata llegaba  a su término, pensaban ellos y el desconocido se dispuso a continuar su ruta. ¿ a esas horas? Pensarían ellos. Que se quede en casa, se dirían entre sí y de inmediato se lo propusieron. Eran gente hospitalaria.

Este pasaje lo había leído muchas veces, seguramente que en clase de Escritura lo comentarían, ahora bien, la imagen plástica se mete dentro y perdura más que las palabras. Reconozco también que para un artista le resulta mucho más fácil que en la composición aparezcan únicamente tres personas, que una multitud, por ello se han limitado a reproducir el encuentro como un corrillo limitado al espacio propio de los tres protagonistas exclusivamente mencionados, apretados en una superficie pequeña, codo con codo y en las manos del central un pan partido.

Cambio de tercio.

Me movía un día ya de vuelta, por el Louvre, después de haber acabado la visita a las antigüedades sirias que era lo que me importaba, no podía detenerme a ver más obras, pues me esperaban fuera y el tiempo convenido había pasado, cuando la vista se me fue a un enorme cuadro situado mi derecha, ni podía pararme a contemplarlo, ni continuar sin verlo. Me acerqué, saque una foto a la pintura y otra a la etiqueta situada al lado,  asombrado leí que se trataba de Emaús y lo sorprendente del caso es que aparecían en la escena unos cuantos personajes, bastante más de tres, que es lo habitual. Tal cosa para mí era insólita. Supe dominarme y dejar el estudio de la cuestión para cuando llegara a casa.

Llegado a casa puse mi atención en la pintura, volví a leer el texto y recapacité. Evidentemente, si le invitaron a entrar a descansar en su domicilio, se trataba de una vivienda familiar, donde el ama de casa cernía, amasaba y horneaba el pan. Que preparaba y ofrecía otras viandas y escanciaba el vino, entre otros menesteres muy propios de su responsabilidad.

Vuelvo a cambiar de tercio, como en una buena corrida.

Partió el pan. Tal expresión en el primitivo argot de la comunidad era la forma de referirse a la Eucaristía. Fue entonces cuando le reconocieron y reflexionando se dieron cuenta de que su corazón se emocionaba mientras escuchaban por el camino sus palabras. Fue sumo su asombro.

Fue, pues, aquel encuentro la primera misa. Celebrada en familia y al atardecer del mismo día de la resurrección del Señor.

(no están seguros los comentaristas de tal apreciación del gesto. Durante un cierto tiempo, en el misal romano, en la segunda de las anáforas  V, también llamadas suizas,  se reconocía el sentido al que me he venido refiriendo. En la edición actual, se cita a los discípulos genéricamente, sin darles el calificativo de Emaús, pero nadie, que yo sepa, se ha atrevido a negarlo rotundamente).

Pienso ahora. La primera persona a quien el Señor le reveló su resurrección fue una mujer. A ella misma le encargó la evangelización de los apóstoles. Dios Padre encargó a sus ángeles que a unas mujeres que habían acompañado a su Hijo en su etapa histórica, les mostraran el sepulcro vacio y lo que ello suponía. Esto fue de mañana. Al anochecer, la primera misa fue dentro de un domicilio familiar.

Si lo tuviéramos todo esto en cuenta ¿no cambiarían algunas costumbres que hemos institucionalizado? ¿no gozarían nuestras mujeres cristianas un merecido prestigio en nuestros encuentros comunitarios?

Marcharon corriendo los varones a compartir con los demás lo que habían experimentado, no fueron discretos, ni reservados. Quisieron compartir. Otra enseñanza fundamental, recordémoslo.

(tres lugares se citan como posible Emaús. El primero próximo a Latrun, el monasterio cisterciense. Nunca me he detenido. El segundo, dicen que es el más probable en la actual Nikopolis,  cerca de donde reposó el Arca de la Alianza, solo he estado una vez y con cierta prisa. El tercer en terreno palestino, actualmente recibe el nombre de Qubeibe, he estado más de una vez y me he sentido emocionado, independientemente de su posible  o no veracidad. Advierto que hoy, cuando estoy escribiendo estas líneas, es precisamente la fiesta de María de Salomé y la de Cleofás, compañeras de la de Mágdala y de Santa María, Madre de Jesús. Esta de Cleofás, probablemente, era la madre del caminante de Emaús al que me he venido refiriendo.   

(esperaba, deseaba y continúo deseando, recibir alguna noticia vuestra referente a la experiencia espiritual de esta peculiar Semana Santa y si de alguna manera os habían sido útiles los papeles que os fui enviando) 

 

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Padrepedrojosé  ynaraja  díaz