YO SOY
LA PUERTA
Domingo
4º de Pascua. A
“Yo soy la puerta:
quien entre por mí se salvará
y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”
(Jn 10,9)
Señor Jesús, comprendo que en el arte
cristiano primitivo te representaran con la imagen del buen pastor. El canto de
un salmo y los textos de los profetas facilitaban la comprensión de ese título
con el que tú te identificaste. Pero siempre me resultó un poco extraña tu
manifestación: “Yo soy la puerta”.
En mi juventud he visto con qué rapidez
se dirigían las ovejas hacia la puerta del redil tras haber estado pastando
todo el día en los campos. Pero siempre me he preguntado cómo dirigir mi
oración a una puerta.
La puerta cierra la casa y su
intimidad, pero también la abre a las gentes. Seguramente querías decirnos que tú eres el lugar y el medio del
encuentro. En ti toda persona puede encontrarse con el Padre celestial. En ti,
Dios se nos abre y manifiesta, nos sale al encuentro y nos acoge.
Tú eres la puerta del redil. Y has
dicho que quien entre por ti se salvará. Sabemos que tú eres la vida y la paz,
la fuente de la reconciliación y la raíz de la esperanza. En el mundo hay otras
vías y otras puertas posibles, pero algunas nos desvían del camino hacia la
verdad.
Tú eres la puerta verdadera. Quien
entra por ti podrá entrar y salir y encontrará pastos abundantes. Tú eres una
puerta siempre abierta para quienes confían en ti. Tú eres una puerta que no impide nuestra
libertad, sino que en realidad es el acceso a la verdadera vida.
Además, tú eres una puerta que no tiene
cerrojos. Podemos acercarnos a ti o ignorarte. Pero solo la puerta de la
verdad, que eres tú, Señor resucitado, nos abre al camino que nos lleva al
banquete de la vida.
Señor Jesús, tú eres la puerta que nos abre
al misterio de Dios. Tú nos abres, además, la posibilidad del encuentro con todos
nuestros hermanos. Y tú nos abres a la esperanza de nuestra propia realización.
Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
José-Román
Flecha Andrés