SABADO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA
Padre  Arnaldo Bazan


"Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: “¿Esto les escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: “Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren marcharse?” Le respondió Simón Pedro: Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios"(Juan 6, 61-70).

Si escandalizados quedaron muchos discípulos cuando Jesús dijo estas palabras, escandalizados están otros discípulos de ahora que se niegan a aceptar lo que aquellos tampoco aceptaron.

Si Jesús hubiera hablado en un sentido simbólico, nadie tenía por qué escandalizarse. Se ve que entendieron muy bien lo que Jesús les decía.

Lo que resultaba insólito e incomprensible para ellos, era que tuvieran que comer la carne de aquel a quien tenían por profeta o, al menos, como un hombre de Dios.

Por más que le habían visto realizar milagros, esto de comer su carne no les cabía en la cabeza. Y eso que Jesús no habló realmente de masticar su carne, sino comerla como un “pan vivo”.

Se trata, pues, de una realidad, no un simbolismo, aunque en una forma sacramental. El pan y el vino, tal y como Jesús dijo al entregárselos a sus apóstoles, se convierten, por poder divino, en su Cuerpo y su Sangre.

Claro que en todo esto existe un elemento simbólico. No está presente Jesús como lo estuvo mientras vivió en la tierra. El simbolismo está en la forma especial de su presencia.

San Justino lo explica de este modo: "Porque estas cosas no las tomamos como pan común ni bebida ordinaria, sino que así como Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que, por virtud de la oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias - alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestra carne - es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado. Pues los apóstoles, en los Recuerdos por ellos compuestos llamados Evangelios, nos transmitieron que así les había sido mandado" (Apología II dirigida a los emperadores, en el siglo II).

Arnaldo Bazán