JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA
Padre Arnaldo Bazan


“En verdad, en verdad les digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos serán ustedes si lo cumplen. No me refiero a todos ustedes; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Se lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, crean ustedes que Yo Soy. En verdad, en verdad les digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado"(Juan 13, 16-20).

Las palabras que comentamos fueron dichas estando ya Jesús reunido con sus apóstoles para la Última Cena.

Como hubiera sido imposible para El, sabiendo de antemano los acontecimientos que tendrían lugar en unos pocos días, prefirió reunir a sus apóstoles antes de que sucediesen. Sería una buena ocasión para darles las últimas instrucciones.

Sobre el día exacto de la cena se ha discutido mucho. Ciertamente no parece que haya sido el jueves, aunque ahora lo celebremos ese día. Si seguimos el hilo de lo ocurrido, podemos darnos cuenta de que no habría tiempo para que tantas cosas cupiesen en un período menor a veinticuatro horas. Hay que recordar que los evangelistas señalan como la tercia, es decir, nueve de la mañana, el momento en que Jesús cargó con la cruz, la sexta, doce del día, su crucifixión, y la nona, tres de la tarde, su muerte.

Pudo ser pues martes o miércoles. No se trataba, por tanto, de la verdadera Cena Pascual, que los judíos celebrarían cuando ya Él habría muerto.

Quiso Jesús, en primer lugar, dar a sus apóstoles una lección de humildad y servicio, lavándoles los pies. Al final les dirá que como El ha procedido, así deberán hacerlo ellos.

No necesariamente deben tomar el mandato al pie de la letra. Lavar los pies fue un símbolo de servicio. Ellos habían constatado la forma de actuar de Jesús, siempre atento a las necesidades de los otros, siempre dispuesto a servir, sin mostrar ínfulas de superioridad. Así debía ser el proceder de los discípulos.

El confiaba en ellos, pues los había elegido, aunque no en todos, pues había aparecido entre ellos un traidor.

El les explicará, como nos dirá Juan en los versículos siguientes, que uno de ellos lo entregará. Esa revelación turbó a los apóstoles, pero no parece haber hecho mella en Judas, que continuó con sus oscuros planes que le llevarían a guiar a los que lo apresarían.

La actuación de Judas sería repetida por muchos a través de los siglos. Han sido numerosos los traidores a la causa de Jesús, todos aquellos que han hecho daño a la Iglesia con sus cobardías, su lujuria, su utilizar las cosas sagradas para su propio provecho, sus formas inmorales de actuar.

En definitiva, todos en alguna forma hemos sido traidores a causa de nuestros pecados. Pero todos tenemos la oportunidad de arrepentirnos, algo que no sabemos si Judas logró al final.

Arnaldo Bazán