5ºdomingo
pascua-A
RESPONSABILIDAD
DIVERSA
Tal vez en los orígenes
de la humanidad hubo uniformidad entre los miembros de un territorio. No del
todo, con seguridad, ya que la función de gestación y alumbramiento, era
exclusivamente femenina y, evidentemente, mientras una daba de mamar, no podía
encarase a los árboles en busca de fruta o de huevos en los nidos.
El paisaje, el clima y
las características del suelo, diversificaban las peculiaridades de los
individuos. Aceptarlo es fácil. Las diferencias son consecuencias de factores
externos. Pero no todo acaba aquí. O más bien aquí empiezan
nuevas diferencias. No pretendo iniciar un análisis antropológico. Baste
apuntar como ejemplo un factor indiscutible, se trata de la ambición, del deseo
de dominio y mando y de la satisfacción del orgullo, que como una mala hierba
crece en cualquier sitio.
Es muy lógico que ante
las dificultades de la vida, algunos más capacitados, decidan gobernar, es
lógico y honrado. Pero ante tales situaciones, muchos individuos, fruto de la
ambición y del orgullo, se atribuyen el poder del mando.
No es lo mismo el mando
que la responsabilidad.
Aterrizo.
En la minúscula
comunidad apostólica durante la vida histórica de Jesús ya hubo iniciales
manifestaciones de estos vicios. Existió la elección de algunos para ciertas
funciones. A Simón el Señor le eligió para que fuera cabeza y cimiento de sus
proyectos, no dictador del pequeño equipo. Encargó a otros que se adelantaran a
preparar a las gentes para facilitar la aceptación de su lenguaje de salvación.
Otro, se nos advierte, guardaba y administraba los bienes que permitían el
sustento de todo el grupito. Ellas colaboraban en las labores que solo ellas
sabían ejecutar en bien de todos.
Algo semejante sería la
dinámica de la comunidad, posteriormente
a la Resurrección.
Pero pronto germinó la
ambición, los favoritismos, las envidias.
Dos comunidades se
entremezclaban en Jerusalén, los hebreos y los griegos. Ambos grupos eran
judíos y su lengua común era el arameo. Pero cada uno se distinguía por su
orgullo y ambición. O por sus complejos. ¿Verdad que no suena esto a fenómeno
antiguo?
No hay mal que por bien
no venga.
La Iglesia, esposa de
Cristo, pontífice y sacramento único que es, crea entonces un servicio ordenado
original y propio. Nace el diaconado. Generalmente, mal entendido todavía.
Diácono fue Lorenzo en época romana y diácono fue Francisco de Asís, el renovador.
Héroes originales ambos.
(muchos
creen hoy en día que un diácono es una especie de sacerdote disminuido, que
puede hacer casi todo menos confesar, decir misa y ungir enfermos, pero puede
ser varón casado. Un ayudante cualificado, en otras palabras. ¡anda ya! Que se lo digan a Esteban, el protomártir, o a
Felipe evangelizador de Samaria, aquel que por inspirador divina hizo auto-stop
al carruaje del eunuco de la reina Candacé, de
Etiopía.
¡Señor, danos muchos y
buenos diáconos!. Lo que ocurre es que los
eclesiásticos de alto rango ignoran que la función de un responsable de
Caritas, la de un buen médico, hombre de Fe, la de un editor de web católica
evangelizadora, debería ser apoyada por la Gracia Sacramental. Estos y otros
empleos deberían recibir la ordenación diaconal, que les diese abundante Gracia
que mejorara su quehacer.
Independientemente de la edad, de su categoría académica o de su pobreza
o fortuna. ¿habrá que esperar a otro concilio? .
Esteban, Lorenzo y Francisco, apresura a la Santa Iglesia. Y los tantos otros
que en el Cielo estáis, colaborad también).
El texto evangélico
también es de importante actualidad. Grupos y grupitos se forman en la Iglesia
con un nombre propio u otro. Y se creen con frecuencia ser los únicos o los
mejores. Como aquel que decía: mi congregación es la más humilde todas las que
hay en la Iglesia. (sic)
En la Casa de mi Padre
hay múltiples estancias. Para cada uno Dios le tiene preparada una.
Lo importante no es realizarse, ni influir, ni
dominar. Lo que importa es descubrir cómo y para qué nos llama Dios.
Y la llamada puede
variar, más bien fluctuar, sin salirse de idéntico proyecto.
Perdonadme, amigos
lectores, que os confíe avatares de mi vida sacerdotal. Me creí un día,
escogido para ayudar a la juventud. Las raíces de tal vocación las descubro en
una etapa joven de mi vida, cuando ilusionado, estaba deslumbrado por una
chiquilla que de mí se enamoró y yo de ella, nunca la he olvidado, fue la
primera, luego hubo otras más. Pese a lo que pudiera suponerse, decidí entrar en el seminario sin otra
pretensión que aquella inicial y a ella me entregué.
Después me di cuenta de
que un sacerdote diocesano debía tener tintes de monje y de misionero, hoy los coranovirus me colocan en la posición de ermitaño y trato
de ser fiel a esta situación. Nunca imagine pasar más de un mes sin ir en coche
o salir de casa y los tales bichitos y
las normas gubernamentales, me han indicado que esta es la vocación actual.
Rezar, escribir y
relacionarme exclusivamente por teléfono, no son formas de entretenerme, creo
yo es mi vocación actual a la que debo serle fiel y que Dios seguramente me
prepara una bella ermita a mi gusto y medida, tan regia y atractiva como un
palacio.
¡Cuánto precisa la
Iglesia del reconocimiento de que su jardín de santidad no es monótono como el
césped de un campo de futbol!. En el paraíso espero
gozar de la belleza de una orquídea, de la de un edelweiss y de una genciana,
junto a un petirrojo que se posa en un saliente de la catedral de Chratres, contemplada por una atractiva vivaracha e ingenua
mujercita que me sonríe.
Si tal es la belleza que
imagino y de la que de cuando en cuando gozo, siendo como es un don del Señor,
la que me prepara Dios-Padre es superior, lo sé, sin que pueda imaginarla.
Mi esperanza será firme,
si en todo momento reconozco que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, que
ahora se me ofrece y por el sendero que debo moverme.