Solemnidad. Santísima Trinidad

CONFIDENCIAS DIVINAS

Padre Pedrojosé Ynaraja  Díaz

 

Aparecida la hominización en la tierra y lentamente, los individuos van descubriendo tres valores fundamentales: el bien, la verdad y la belleza. Evidentemente son vigores confusos, que van progresando poco a poco y se viven como actos buenos, convicciones que resultan útiles y realidades que satisfacen a los sentidos. Dicho de otra manera aparece la generosidad, la ciencia y el arte.

Una de las originalidades humanas es la intuición, tan desconocida y olvidada. Gracias a ella el hombre es capaz de vislumbrar la Trascendencia, es decir la fe. Podremos llamarla superstición o magia, pero sin duda alguna, no la encontraremos en ningún animal, por superior que sea en la escala biológica. Las pinturas rupestres, los mismos signos incomprensibles de pinturas o petroglifos, han guardado el recuerdo de estas etapas.

Progresa el hombre y aparece tímidamente la religión, fruto de esfuerzos de algunos hombres superiores a los demás. Muchas veces lo digo: las religiones son como vectores de origen humano, de dirección vertical, sentido de abajo a arriba y de intensidad variable, de acuerdo con la categoría de la cultura en que aparecen o de quien la promueve.

Explicado así todas las religiones son positivas, pero limitadas.

Llega un momento en que la iniciativa parte de Dios que se revela. Que se deja ver o descubrir, porque aprecia al hombre.

Si la humanidad de una u otra manera creía y adoraba a las divinidades, en un momento dado, se le confía amigablemente que la divinidad, la trascendencia, es Dios, un Ser personal. Tal prodigio es de categoría superior al descubrimiento del fuego o de la rueda. Se trata de la Revelación. A Abraham primero, a su descendencia después y más tarde a Moisés, se le va confiando un poco de su personalidad confidencialmente. Tal es el judaísmo.

Recordando el símil anterior. Esta realidad sería un vector de origen divino superior, dirección idénticamente vertical, de sentido de arriba, sublime cima, hacia abajo y de intensidad infinita, que a cada cual le llega de acuerdo con sus disposiciones personales anímicas.

Por si fuera poco, llegada la plenitud de los tiempos, el mismo Dios viene a compartir, viene a vivir históricamente con los que considera suyos, pero algunos no le reciben (Jn 1, 11).

A los que le hemos recibido, nos ha confiado verdades eternas, nos ha otorgado sus favores y mostrado su belleza que atesora la madre naturaleza, mineral, vegetal y animal.

Y gracias a esta confianza que ha tenido con el hombre, puede continuar ejerciendo ahora con superior dimensión, progresando en sabiduría que será ciencia, amor, que será Caridad, y belleza que será arte.

Todo esto lo celebramos hoy.

La Santísima Trinidad  no es un galimatías, aunque así lo parezca.

Por mucha que pueda haber amistad entre dos personas, siempre entre ellas existirán rincones desconocidos, misterios interiores. Si no es así, por mucho que se llamen amigo a otro, será todo lo más compañero, colega o cómplice.

La primera lectura de la misa del presente domingo, del libro del Éxodo, narra un tiempo de revelación en la montaña santa al pueblo hebreo.

La segunda, un fragmento de la segunda de Pedro, le recuerda al cristiano que debe compartir amigablemente, saludando y otorgando el beso de paz. Amor también es educación.

La lectura evangélica le sitúa al Hijo, Dios supremo, en momentos de relación confidencial. Jesús no tiene horas de oficina, ni despacho de recepción. A Nicodemo, un buen hombre, algo sabio y, por lo que veremos más tarde, leal y honesto (Jn 19, 39), es atendido a altas horas de la noche en un rincón cualquiera y sin precauciones se le confía lo mejor de su doctrina. ¡qué imprudencia la del Maestro, pensarían los discípulos reconocidos y escogidos! Si hubiera sido por ellos, prudente y elegantemente, le hubieran dicho, en este momento no, vuelve otro rato, que no tengo tiempo, ahora he de descansar y dormir. Avísame primero y consultaré mi agenda. ¡buenas noches!.

Una última advertencia. Quien vive encerrado en sí mismo, no es comunicativo con quienes le rodean o no atiende a desconocido, no imita al Señor.  

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