CORPUS  CHRISTI  2020

Padre Pedrojosé Ynaraja Díaz

Os advierto que lo que pretendo redactar y enviároslo a vosotros, mis queridos lectores, no es lo más  importante de los textos litúrgicos de la misa del domingo. Supongo que ya estáis instruido en la religión, por los diversos momentos de catequesis a los que habréis asistido. Añado que probablemente escucharéis acertadas homilías. Trato siempre que puedo de explicaros, lo que de otros no escucharéis, sin que sean mejores mis comentarios que los de los demás. Deseo, pues, que lo leáis y penséis como un serio complemento. Y si me refiero como hoy pienso hacer, a experiencias personales, es para que lo recibáis como vivencias y no pura teoría aprendida en manuales. Imagino que tal vez a alguno le ocurra, como sé que ha ocurrido a otros, que hundido en situaciones de depresión, de duda o de total oscuridad espiritual, os digáis, no lo entiendo, no creo, no me fío, pero confiare en la Fe de Pedrojosé que me merece confianza.

Hace de esto muchos años. Existía por aquel entonces un medio de trasmisión de textos muy rápido y seguro, llamado teletipo. En un teclado convencional se escribía el mensaje y el aparato transformaba las letras latinas en perforaciones a una cinta de papel, que pasaban después a un lector que convertía tales agujeros estratégicamente situados, en señales puntuales eléctricas, que se enviaban instantáneamente al lugar del mundo que se le hubiera indicado. Diversos empleados se ocupaban en preparar las cintas que por un solo hilo de cobre se enviaban simultáneamente. Una maravilla.

Dedicábamos en una ocasión nuestro encuentro de lo que llamábamos “comunidad fluctuante” a la comunicación íntima personal. Solicité a un amigo que me proporcionase fragmentos donde, con le técnica indicada, se hubiera escrito: te amo. Les decía yo en la reunión ¿Quién de vosotros o vosotras, al recibir una de estas cintas enviadas por quien era su enamorada o enamorado, al tenerla en sus manos, se emocionaría? Alguna conmoción podrá sentirse si recibe una postal con tales palabras escritas de su puño y letra. Seguramente mayor será su gozo, si le dice lo mismo por teléfono. Ahora bien, la mayor complacencia la tendrá si las escucha al oído de quien está abrazado y acompaña sus  palabras con un beso.

La comunicación íntima personal debe ser sensorial.

La telepatía, si existe, no hará feliz a ningún enamorado. Lo que desearán será conseguir un banco discreto en un jardín, donde muy juntitos compartirán palpitaciones.

Otro sí. Desde el año 1954 tenía noticia de la existencia del Santo Síndome de Turín. A partir de entonces acumulé libros, fotografías y videos. Estoy enterado de muchísimos de los métodos de investigación a los que se ha sometido tal lienzo. No dudo de su autenticidad.

Me decidí la última vez que hubo ostensión del Santo Síndone, a contemplarlo directamente, no en reproducción, como hasta entonces había sido. Previa reserva por internet del momento en que podríamos estar presentes y la adquisición de los tickets de hotel y vuelo, cuando al amanecer de un cierto día no pude embarcar y me tocó volver a casa a buscar el pasaporte, de nuevo gasto de vuelo, caminar un buen rato preguntando por Turín donde estaba la catedral y al incorporarme con los amigos dedicar casi una hora antes de entrar, pude verlo. El empeño, pues, fue complicado y caro, pero al fin lo conseguí. Lo tenía a poca distancia, me fijé bien, lo fotografié, me emocioné. Habían pasado unos 60 años desde que tuve la primera noticia, estaba entonces más que convencido aún. Volví a casa satisfecho. La experiencia complementaba las muchas visitas al Calvario y al Santo Sepulcro que en mi vida he hecho. Sentía dentro de mí, más amor al Señor, pero deseaba mayor comunión. En llegando a casa, pese a estar cercana la medianoche, no pude irme a dormir sin celebrar misa, comulgar sacramentalmente, para con más acierto estar unido a Él y darle gracias por su Amor.

Cambio de tercio.

Durante todo este tiempo de encerrona en soledad, no he dejado un solo día de celebrar misa y de acercarme durante la jornada en más de una ocasión a besar el Sagrario, diciendo buenos días, o buenas noches, dame, Dios.

He rezado, sí, el rosario con el Papa. No he observado ni una vez ninguna misa. Lo reconozco, no me parece la mejor manera de compenetrarme con el Señor.

Ni simbólica, ni estéticamente hablando, me entusiasman las custodias u ostensorios. Prefiero guardar la Eucaristía en un joyero de plata que bien pudiera ser una panera doméstica. El recipiente mismo proclama el sentido de la presencia del Señor. Está allí por si un enfermo solicita comulgar, es presencia, pero en sentido de alimento sagrado. El Señor había dicho:  “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20. 1) no lo dudo, pues. Ahora bien, la presencia que hoy celebramos siendo de Él mismo, es diferente. No lo olvidemos.

Respirar (la oración) es necesario. La alimentación (la comunión) también.

Dentro de un rato, antes de irme a dormir, entraré a mi pequeña iglesia y junto al Sagrario, le diré al Señor: a mis lectores, buenas noches, les des, Dios.

 

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pedrojosé  ynaraja  díaz