“Qué los pueblos aprendan…, ¡que no son más que hombres!” |
XIII DOMINGO T. O.
(Ciclo A) Mt. 10, 37-42
- Las
palabras de Jesús, en el Evangelio de hoy, nos muestran la radicalidad de la
vocación cristiana. ¡A Jesús hay que seguirlo sin componendas! Esta radicalidad
se ha de manifestar en el más noble de nuestros sentimientos: EL AMOR.
1º) El Señor, (con una exigencia que nos puede
sorprender), nos da los criterios, las características que ha de tener
el amor de sus seguidores:
- Ha de ser supremo. Hemos de “amar a Dios sobre todas las cosas”
- El Amor a Dios, no puede estar supeditado a nada, ni a
nadie. Ni siquiera a los amores más legítimos de la tierra.
- Esta
jerarquía de valores que, a primera vista, puede sorprender, está llena de sentido
común y de sentido sobrenatural. El Profeta Isaías clamaba a Dios: ¡Señor!, qué los pueblos aprendan ¡que no
son más que hombres! (Salmo 9/19
vers. 21) lo que, en versión personal y firme, nos recordaría nuestro gran
Calderón de
- Hoy, que
tanto se repudia el fundamentalismo, ¡y en muchos casos con razón!, hemos de
tener en cuenta que, el único fundamentalismo
legítimo es, el que puede ejercer
Dios sobre sus criaturas. ¡Sólo El, es el SER
SUPREMO! Los hombres, que no estamos
en posesión de la verdad absoluta, no estamos legitimados para ejercer ningún
tipo de fundamentalismo. Y cuando lo
pretendemos, nos volvemos fanáticos. No deja de ser curioso que Dios, el único
que puede ejercer, legítimamente, este fundamentalismo,
no lo ejerza, y sea inmensamente respetuoso con nuestra libertad. Él espera que
nosotros, libre y meritoriamente, sepamos
reconocerle como ese SER SUPREMO.
- Cuando el hombre ofuscado, pierde esta jerarquía de valores
y se niega a “Amar a Dios sobre todas las cosas”, >>>>>>>>> cae en una especie de idolatría que, (en frase de Jesús en
el Evangelio de hoy) “lo hace indigno de El”.
2º) En la segunda parte del Evangelio el Señor
nos muestra, una vez más, la infalsificable forma de demostrarle nuestro amor a
El, mientras estamos en la tierra: A
través del amor a nuestros semejantes.
“El que dé de beber…”
- ¡Que bien
nos viene, de vez en cuando, recordar esta fórmula de practicar el amor a Dios,
mientras estamos en la tierra! Si los
cristianos nos decidiéramos a practicarla, ¡cambiaríamos la faz de este mundo! G.
Soto