XV
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Padre Pedrojosé Ynaraja Díaz
AYER Y HOY
El fragmento del libro de Isaías que se proclama en la misa de hoy es
asombroso y la figura simbólica con que se trasmite la profética enseñanza,
continúa siendo válida.
Llueve un día u otro más o menos, en uno o distinto lugar, pero el
agua es siempre fecundante. Tal vez las gotas caigan sobre rocas y resbalen
hacia algún torrente que vaya a parar a un río y este al mar y allí,
aparentemente, se queden sin haber modificado nada por el camino, pero no
desaparecerán ni serán inútiles , más tarde se
evaporarán y formando una nube que volverán a intentarlo.
La lluvia espiritual es la Palabra de Dios. Puede ser como la llovizna
que cae lentamente y poco a poco permite germinar y crecer a las plantas. La
lectura cotidiana de un pequeño fragmento de la Biblia u otro libro espiritual,
sería el equivalente.
O un chaparrón que nos deja calados y nos exige cambiar de ropa,
correspondería a un acontecimiento grave que nos ha podido suceder, nos inclina
a la reflexión y cambio de vida.
O un aguacero persistente de primavera, que modifica rápidamente los
campos y hasta cambia el paisaje. Semejaría a la estancia en un lugar escogido
de espiritualidad, una peregrinación o el encuentro con un buen “hombre de
Dios” que con su testimonio nos descubre los errores de nuestra vida, la
vaciedad de nuestras costumbres o lo inútil de nuestras ambiciones.
Si no somos duros de espíritu como una roca quebradiza, la lluvia
espiritual, la Palabra de Dios, llega siempre a nosotros esperanzada.
Nunca debemos ser tampoco como un charco sucio al que le llega la
lluvia por arriba y por los costados aceites contaminantes con menudencias de
neumáticos, arrastradas por el viento desde la carretera.
Con buen tiempo o con mal tiempo, de día o de noche, en época de
prosperidad o de pandemia, en forma líquida, de nieve o de rocío, el agua
siempre está presente en el planeta tierra. Su utilidad, su vitalidad y su
fecundidad, en tocando a un vegetal, se convertirá en tronco de madera,
hoja, flor, fruto o semilla.
Ahora bien, el hombre, los hombres, nosotros, podemos abrir un
paraguas o cubrirnos con un impermeable y alejar el agua.
Que cada uno hoy, ahora, se examine.
La predicación de Jesús, generalmente y cuando se dirigía a
multitudes, utilizaba como estilo pedagógico las parábolas. Se trata de un
sistema muy correcto y atractivo, pero que sufre condicionamientos y
limitaciones propias, pues, está condicionado al espacio y tiempo del
auditorio.
Los primeros receptores, los que en Galilea aquel día escuchaban,
entendían claramente las funciones propias del labrador que se refería el
Señor.
Tal restricción sufre la parábola del evangelio que se proclama
en la misa de este domingo. A mí personalmente no me cuesta captar el
contenido. Desde pequeño y hasta ya de mayor, he visto salir al labrador con un
saco en la cintura lleno de cereal, con ágiles puños y acertado impulso, lanzar
la semilla. Hoy se efectúa con maquinaria que deposita el grano exclusivamente
en el terreno escogido, nada se desvía y pierde.
Pese a ello, gracias a las explicaciones que les dio el Maestro a sus
amigos, podemos fácilmente aprender la lección.
La Palabra de Dios, al que fanáticamente está esclavizado en el
terreno político de partido, es incapaz de germinar.
Tampoco en el apasionado por un equipo deportivo, al que dedica
tiempo, viajes y dinero.
Idénticamente pasa con el que su único interés es conseguir dinero,
placer, poder de dominio o satisfacción de su orgullo.
El labrador sabe que su campo debe estar abonado, libre de pedruscos o
de malas semillas.
El cristiano que quiere progresar debe dominar sus instintos, malas
piedras. Es preciso que se dé a la reflexión y la oración, abono espiritual.
Ser generoso, ni las tierras excesivamente arenosas o arcillosas son buenas
para el cultivo.
Abundan hoy en día, entre nosotros los egoístas y perezosos. Son
actitudes escondidas, como aquellos terrenos que su abundancia en yeso inerte,
impiden cualquier cultivo. Pero tratándose de vicios silenciosos, nada
preocupan e irresponsablemente viven estériles.
¿cómo soy yo? Debe preguntarse cada uno.