XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Sorprendente parábola de la confianza de Dios en el hombre
Monseñor
Eugenio Scarpellini, obispo y misionero del Reino
El
Obispo de El Alto en Bolivia, Monseñor Eugenio Scarpellini,
ha fallecido hace tres días, con gran sorpresa y consternación para su Diócesis
de El Alto y para toda la Iglesia de Bolivia. Estaba hospitalizado por causa
del Covid-19 y, cuando no parecía grave su situación, sobrevinieron dos paros
cardíacos que provocaron su muerte. Descanse en la paz del Reino de Dios el que
ha sido un gran testigo del Resucitado, un entusiasta de la Iglesia y un
misionero apasionado por el Reino. Desde aquí nos unimos en el dolor por su
pérdida a toda la Iglesia de Bolivia y a su familia. Oramos por él,
agradeciendo a Dios su vida y su ministerio sacerdotal y episcopal. Fue
secretario de la Conferencia Episcopal Boliviana y el director y artífice del V
Congreso Americano Misionero del 2018 en Santa Cruz de la Sierra, evento en el
que tuve la oportunidad de trabajar muy cerca de él. Nos ha dejado, para pasar
al Reino eterno, un hombre de fe, de entusiasmo y de alegría, que ha trabajado
por la misión en América y por la pacificación en Bolivia, trigo bueno que ha
crecido entre nosotros y ha dado un gran fruto. Descanse en paz.
Las
parábolas del Reino en San Mateo
Uno
de los discursos fundamentales de Jesús sobre el Reino de Dios en los tres
evangelios sinópticos es el de las parábolas, del cual estamos escuchando en la
Iglesia estos domingos la versión de San Mateo (Mt 13). Este discurso de
parábolas presenta en el evangelio de Mateo algunas variantes respecto a los
otros evangelios. Así por ejemplo, el primer evangelista añade a las parábolas
del sembrador y la del grano de mostaza, presentes también en Marcos y Lucas,
la de la levadura que fermenta en la masa, tomada de la fuente Q (presente en
Lucas), la del tesoro escondido en el campo, la del mercader de perlas
preciosas y la de la red de peces buenos y malos.
El
Reino, misterio de vida y crecimiento
Según
las parábolas el dinamismo imparable del Reino de Dios en esta tierra es un
misterio paradójico. Cuando Jesús habla del Reino no dice nunca en qué consiste
sino a qué se parece. Se trata de algo muy pequeño, sencillo, apenas
perceptible..., pero es una realidad preñada de vida, con potencia para crecer,
cuyos frutos se perciben en el momento oportuno, pero no de manera inmediata.
El Reino de Dios es un misterio de vida y de crecimiento, como una semilla que
crece, sin que nadie sepa exactamente cómo, hasta hacerse como una espiga o
como un árbol frondoso en cuyas ramas anidan los pájaros. El contraste entre el
comienzo débil y el magnífico resultado final es lo que subrayan la parábola
sinóptica del grano de mostaza y la marcana de
la espiga.
La vida
del Espíritu como semilla del Reino eterno
La
acción del Espíritu en el ser humano es también así. Es real, pero apenas
perceptible, potente, pero sin triunfalismos, con futuro, pero no siempre
inmediato. Nuestra vida es frágil, corta, diminuta, pero está llena de una vida
densa con proyección de futuro y con destino fructífero. La vida del Espíritu a
través de la Palabra en nosotros es la semilla del Reino. La vida histórica de una
persona forma parte de ese comienzo del Reino en nosotros, pero no es todavía
su final, pues éste trasciende esta vida terrena y llega hasta la vida eterna.
La parábola suscita así la confianza plena en Dios, la esperanza en la
transformación del corazón humano y en el cambio del mundo y la apertura del
Reino a todas las gentes, representadas en los pájaros que vienen a anidar.
La
parábola del trigo y la cizaña
Con
todo, la principal aportación de Mateo al discurso consiste en la
transformación de la parábola de la semilla que crece por sí sola, propia de
San Marcos, en la del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30), incorporando además las
claves de su interpretación (Mt 13,36-43) . Con gran realismo en el primer
evangelio se constata la presencia maligna de la cizaña entre las espigas de
trigo para mostrar la huella perniciosa del mal en la historia humana. Tres
elementos singulares destacan en la parábola. Uno es que un enemigo, el
maligno, sembró la cizaña mientras las gentes dormían. Otro es que las cizañas
serán arrancadas a su debido tiempo, pero no ahora, y serán arrojadas al fuego.
Las cizañas son la obra del maligno, que se manifiesta particularmente en los
corruptores de la historia y en los que practican la injusticia. Y el último
elemento a destacar, el que me parece más significativo, es que el dueño del
campo tenga una confianza tan extraordinaria en el trigo sembrado y en la
abundante cosecha que producirá, que, por conseguir todo el bien posible, se
permite incluso la existencia del mal durante esta fase de la historia humana.
La confianza de Dios en
el hombre
La
razón principal por la que el Señor del campo, que es el mundo, confía en la
productividad y en la eficiencia de lo sembrado es que la buena semilla ha sido
sembrada por el Hijo del Hombre, y éste revela el triunfo de su obra en su
muerte y resurrección, lo cual garantiza el éxito de una gran cosecha en los
seres humanos. Éstos, ya regenerados y nacidos como “hijos del Reino”,
constituyen la buena semilla que tendrá una cosecha abundante y brillarán como
el sol en el Reino del Padre. Esta perspectiva positiva de confianza de Dios
sobre la persona merece la pena ser destacada en los tiempos que corren, pues
es el fundamento de la esperanza, la del Reino de Dios, que nace del triunfo de
la vida sobre la muerte en la Pascua del Señor muerto y resucitado. Cuando por
la acción del Espíritu de Dios y gracias a la Nueva Alianza, la semilla
presente en cada persona lleva la marca de calidad del Hijo del Hombre
entregado hasta la muerte por amor, entonces no hay ser humano que pueda darse
por perdido en esta historia, ni vencido del todo por la cizaña del maligno.
Por eso debemos permitir y hacer crecer todo lo bueno y justo que hay en cada
hombre. Probablemente así la cizaña irá desapareciendo y la que quede todavía
al final de la historia en cada uno será quemada poniendo a salvo el trigo y
amontonando las obras de calidad de toda persona en el granero de la bondad
divina.
La
sorprendente confianza de Dios
Por
ese motivo, en la aplicación personalizada de la parábola a cada una de
nuestras vidas como creyentes, cuando nos encontramos rodeados, envueltos o
involucrados en la experiencia del mal, y frecuentemente agobiados por ello, en
nosotros debe prevalecer la experiencia de que Dios confía en cada persona,
esperando de ella lo mejor, a corto, medio o largo plazo. Porque Dios siempre
confía en nosotros y, como dice el libro de la Sabiduría en la primera lectura
de hoy (Sab 12,13.16-19), su soberanía universal
le hace perdonar a todos y gobierna con indulgencia, dando a los hombres la
dulce esperanza de que, en el pecado, hay lugar para el arrepentimiento. Se
puede decir, por tanto, que Dios confía en cada hombre mucho más de lo que cada
uno de nosotros puede imaginar. Y esto, una vez más en el Evangelio de Mateo,
confirma que también en las parábolas se cumple la Sagrada Escritura cuando
dice: “Abriré con parábolas
mi boca, anunciaré cosas ocultas desde la fundación del mundo” (cf.
Sal 78,2).
La
última palabra sobre el mal es la de Dios
La
perspectiva del final de la vida, cuando llegue el tiempo de la cosecha, lejos
de permitir la legitimación de cualquier tipo de mal provocado por los hombres,
lejos de suscitar la tolerancia de la injusticia y de la corrupción, abre el
horizonte humano a la trascendencia y a la figura del Hijo del hombre como
referente definitivo de un juicio ineludible, en el que la palabra de Dios se
cumplirá. Entretanto, mientras se espera la cosecha final, es misión de los
creyentes descubrir y afrontar la existencia del mal, detectar el crecimiento
de la cizaña y advertir y denunciar los daños que pueda ocasionar. Y hay que
seguir creciendo y desarrollando todo lo bueno, pero con la conciencia de no
ser más que criaturas y muy limitados, y confiando en que la última palabra es
de Dios y no del hombre.
El
Evangelio, fundamento de nuestra esperanza
La
palabra del Evangelio es el fundamento de nuestra esperanza y nos permite tomar
conciencia de que la última palabra en la historia es de Dios y no del ser
humano. Esa palabra afirma que “recogerán de su Reino a todos los corruptores y a los que cometen
la iniquidad y los echarán a la hoguera de fuego (…) y entonces los justos
brillarán como el sol”. Aunque éstas sean expresiones de un género
literario apocalíptico (cf. Sal 141,9 y Dn 3,6),
que como tal hay que comprender, no dejan de ser el pronunciamiento de
una sentencia radical y última de la justicia de Dios, manifestada por el Hijo
del Hombre, acerca de la verdad y del discernimiento permanente entre el bien y
el mal que, según los parámetros del Reino, tiene que caracterizar la vida del
discipulado.
El
Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad
Abramos
nuestro espíritu, por tanto, al Espíritu de Dios que viene en ayuda de nuestra
debilidad (Rom 8,26-27) para que el dinamismo
del Reinado de Dios y la fuerza de su amor se adueñen de nuestros corazones y
posibiliten el cambio de nuestras vidas y el crecimiento efectivo del Reino de
Dios y su justicia. Así se desarrollarán en nosotros los grandes valores del
cristianismo, como son el perdón, la transparencia interior, la
responsabilidad, la justicia divina y la entrega solidaria y comprometida a
favor de los últimos. De este modo la Iglesia puede ser verdadera “presencia de
esperanza y compromiso”, fermento en medio de la masa de la sociedad, espacio
abierto para la misión evangelizadora, mediante la cual la Palabra de Dios ha
de iluminar y transformar los criterios y los valores culturales, los hábitos y
costumbres sociales así como las leyes y normas políticas y económicas.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura