XVll
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
SABIDURÍA
Y OFICIO
Padre Pedrojosé
Ynaraja Díaz
Política y políticos, aciertos, desmanes, elecciones y coaliciones…por
más que digamos que no nos interesa la política, en cualquier encuentro,
personal o plural, de una u otra manera, surge el tema. ¿tal
proceder supone un progreso social o cultural? ¿los
términos utilizados en los intercambios suponen exacto sentido en cada uno de
los dialogantes o contertulios?.
No quiero meterme en análisis. Baste pensar en la tan manida
democracia, que cada uno atribuye un significado a su gusto.
Política y gobierno son conceptos afines, ambos difíciles de ejercer.
Sin los embrollos de hoy en día, Salomón, el sabio Salomón, sabía algo
de ello y por eso al iniciar su mando, consciente de que heredaba el reinado
sobre dos pueblos que su padre David había hilvanado, pero no unido del todo,
se siente impotente y acepta primero las sugerencias de Dios y después solicita
él mismo su ayuda.
El texto de la primera lectura del presente domingo se refiere a la
insinuación de Dios y la dócil respuesta de Salomón. La tradición, generalmente,
complementa el episodio con la oración que aparece en el libro de la Sabiduría,
cap 9 vers 1-9 ss.
No manifiesto la opinión que tengo del imperio que Salomón pretendió
crear y que con algún acierto, consiguió, pero que no fue capaz de consolidar de
tal manera que a su muerte le sucediera alguien capaz de continuar sus
proyectos.
Simplemente recomiendo que se lean y mediten las dos oraciones y se
tengan en cuenta a la hora de aceptar responsabilidades personales, por
pequeñas que sean. Dirigir una familia, ejercer la presidencia de cualquier ONG
o desempeñar un cargo cualquiera, precisa de conocimientos, de lealtades y de
la ayuda de Dios para conseguir aciertos.
Me detengo exclusivamente en la primera frase de la segunda lectura:
sabemos que los que aman a Dios, todo les sirve para el bien. ¡anda ya, y nosotros que creíamos que el bien se hallaba
exclusivamente en la oración y en el amor!. Dios nos ha puesto en un mundo
complejo, rico y variado. El encuentro con una buena persona, la atención a un
necesitado, la enseñanza a un ignorante, sin duda son cosas buenas que nos
mejoran, pero no sólo eso, la simple contemplación de una flor que brota
silvestre, el pajarito que despierta nuestra atención con un sencillo trino o
la cara sonriente de una muchachita, estas y otras muchas cosas, nos
enriquecen, nos proclaman que Dios siente cariño por cada uno de nosotros. Hay
que tener los ojos muy abiertos y las entendederas dispuestas para captar tanta
belleza que está esperando que nos fijemos en ella y de ella disfrutemos, sin
ningún atisbo.
Como tantas veces vengo repitiendo, nuestra situación es diferente a
la de los primeros receptores de las enseñanzas del Señor. El ejemplo de la
compra del campo, esconder el tesoro y comprar el terreno, tal operación, seguramente,
no tendría validez, de acuerdo con las legislaciones de hoy. Ahora bien, la
enseñanza del Maestro es clara: debemos buscar lo importante, aunque suponga un
sacrificio o, dicho de otra manera, toda elección supone una
renuncia. Pero vale la pena renunciar a cosas menores, si con ello
se consigue una de categoría superior.
La misma enseñanza encierra la segunda parábola. Las perlas no eran
precisamente ornato común en el Israel bíblico, probablemente ninguno de
los oyentes había visto alguna.
Tanto una parábola como la otra
encierran el lamento de Jesús, que aparece en el evangelio de Lucas (16,8) “los
hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz”.
La tercera parábola que
aparece en el fragmento evangélico que se proclama este domingo, es de las que
a mí personalmente, me hacen más gracia. La pesca con red y la separación de
los peces, a un lado los comestibles en un cubo, al otro en un cesto para
tirarlos más tarde, es uno de los más antiguos recuerdos infantiles que
conservo, lo vi un día en Burgos. Desde pequeño, pues, sin que interviniera
ningún catequista, capté la enseñanza y mucho mejor que yo la captaba el
auditorio que rodeaba a Jesús. Sabía de qué hablaba puesto que la Ley no
permitía comer animales acuáticos carentes de escamas. Ni almejas, ni
caracoles, ni cangrejos le está permitido consumir a un fiel judío y en el mar
de Galilea abundan estos y otros animales, que por un momento me detendré a
explicar anecdóticamente.
Se trata del “pez gato” un Siluriforme que, de acuerdo con su especie, carece de escamas.
Abundan en el Lago y también en el Hule y son de mucho mayor tamaño que el de
los que en mi juventud había yo pescado. Se acercan a la orilla y no hacen
ningún daño, pero pobre de aquel que los quiera coger, pues, entre sus aletas,
como el torero esconde la espada en la muleta, tienen estos peces agudos
pinchos, que dañan al que no es precavido y pretende cogerlos. Hablo por
experiencia.
Subsiste hoy en día este mismo
mandato y sé de algún pescador actual que al haberse enredado en sus redes uno
de estos peces de gran tamaño, y lamentando que no se le permitiese a él
comerlo, ocultamente, se lo había regalado a un buen fraile de la población de Tiberias, que por ser cristiano no lo tenía prohibido.
Recuerdo lo de los crustáceos que
abundan y los peces gato que proliferan. Carpas o similares también hay,
comestibles, e insustituible manduca lo es el llamado “Pez de San Pedro” que no
lo es tal, ya que su introducción en estas aguas es de época moderna.
A cada uno le corresponde ahora
preguntarse ¿a qué grupo pertenezco? Si soy exótica apariencia y robusto
cuerpo, pero inútil alimento espiritual para los que me rodean, no puedo ser un
día miembro de los escogidos.
El colorido de las parábolas de hoy
no ha de desdibujar el exigente mensaje que comunican.
Gozando de libertad de movimientos
o sufriendo encierro para librarme de los malignos virus, en ambas situaciones,
se espera que con la oración, con el teléfono o con el PC, mi vida no
decepcione al Señor y deba apartarnos de su lado.
(que
comprenda el lector amigo que la encerrona a la que durante esta larga
temporada hemos estado sometidos, y de alguna manera continuamos estando, ha
influido en nuestra mente y en la musculatura. Dios es joven y goza de perenne
buena salud. La vocación que no envejece, su llamada, de alguna manera, no
permite que se apague el ideal que depositó en cada uno de nosotros.
Espiritualmente participamos de su Eternidad. La semana pasada fui incapaz de
redactar estas líneas, que periódicamente os envío y aun hoy y ahora, sufro las
benignas consecuencias de la pandemia)
--