FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Padre Arnaldo Bazán

LECTURAS:
PRIMERA
Daniel 7,9-10.13-14

"Mientras yo contemplaba: Se aderezaron unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura, blanca como la nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían, miriadas de miriadas estaban en pie delante de él. El tribunal se sentó, y se abrieron los libros. Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.

SEGUNDA
2 Pedro 1,16-19

"Les hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: «Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco». Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo. Y así se nos hace más firme la palabra de los profetas, a la cual hacen ustedes bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en sus corazones el lucero de la mañana. Pero, ante todo, tengan presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios".

EVANGELIO
Mateo 17,1-9

"Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «"Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenle". Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: "Levántense, no tengan miedo". Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos" (Mateo 17,1-9).

HOMILÍA

Hoy celebramos la Fiesta de la Transfiguración del Señor. Los tres evangelistas sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, nos narran esta escena con muy parecidas palabras. Posiblemente Juan la omite por ser ya demasiado conocida.

Hay algo que nos resulta difícil de entender. Siendo la transfiguración algo importante, pues permitió a los tres elegidos ver a Jesús en su gloria como verdadero Dios, ¿por qué fue sólo a esos tres?

También pasaría lo mismo con la resurrección, ya que sólo pudo ver a Jesús resucitado un grupo reducido de personas, por más que san Pablo nos hable de más de quinientos (1 Corintios 15,6).

Fue un regalo de Dios, y El da sus regalos a quien quiere y como quiere. Transfigurarse significa, literalmente, que Jesús cambió de figura, es decir, que apareció de forma distinta a cómo se le solía ver.

¿Podrían haber descrito ellos, en palabras humanas, lo que realmente vieron? Posiblemente no, de modo que Mateo y los otros evangelistas tuvieron que darnos una idea, lo más aproximadamente posible, de lo que ellos oyeron contar a los protagonistas de tal visión.

Lo que más recordaron fueron el rostro y las vestiduras de Jesús. Del rostro dice Mateo que se puso brillante como el sol. Y aunque Marcos pasa por alto ese detalle, Lucas dirá que el aspecto de su rostro se mudó (9,29).

En cuanto a las vestidos, Mateo dice que se volvieron blancos como la luz. Marcos es el que resalta más este aspecto diciendo que se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún tintorero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo (9,3), mientras que Lucas se contenta con decir que eran de una blancura fulgurante (9,29).

Las cosas de Dios no son para ser descritas. Lo que los tres apóstoles experimentaron era tan inusitado, tan extraordinario, tan maravilloso, que más tarde, después de la resurrección de Jesús, sólo pudieron decir lo poco que el lenguaje humano les permitió.

Hemos de suponer que su espíritu quedó también transfigurado, y con aquella visión recibieron una fuerza especial para los tremendos días que tendrían que vivir poco después.

Sólo el Señor sabe cuál fue su intención al permitir a aquellos tres confundidos discípulos disfrutar, por unos momentos, el sabor de la gloria.

La transfiguración del Señor ocurrió en un monte, que ninguno de los evangelistas designa por su nombre. Una antigua tradición supone que fue en el Tabor, en Galilea.

Allí aparecieron también dos de las grandes figuras del Antiguo Testamento, Moisés y Elías. Ellos fueron precursores de la acción salvífica de Jesús, pues lucharon por la liberación y purificación del pueblo de Israel, elegido con la misión de preparar la venida del Mesías.

También en un monte Moisés habló con Dios (Exodo 3,1). En ese mismo monte, el Horeb, habló Elías con el Señor (1 Reyes 19,8).

No se trató de una coincidencia, pues, que estos dos personajes aparecieran también con Jesús en su transfiguración. Ellos representaban la Ley y los profetas, los mandatos y la revelación de Dios.

Antiguo y Nuevo Testamento son una sola cosa. El Dios de Israel es el mismo Dios que Jesús nos muestra como un Padre amoroso.

La Antigua Alianza fue hecha con un solo pueblo, Israel, por medio de Abraham primero, y ratificada luego por Moisés, sellada con la sangre de animales.

Elías se encargaría de purificar a ese pueblo que se había pervertido, apartándose de la Alianza para adorar dioses falsos, como Baal. Fue en el monte Carmelo que logró que los israelitas reconocieran de nuevo a Yahvé como el único Dios verdadero.

Por su parte Jesús fue enviado por el Padre a realizar la Nueva y definitiva Alianza, la que realizaría entregando su vida para sellarla, no con sangre de animales, sino con la suya propia.

Así nos dice la carta a los Hebreos: "Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!"

Las dos Alianzas se juntaron, pues, en el monte, para hacer de la dos una sola Alianza, y de dos pueblos uno solo, como diría san Pablo: "...para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte al odio (Efesios 2,15,16).

Arnaldo Bazán