XXI Domingo del Tiempo Ordinario A
Sobre esta Piedra edificaré Mi Iglesia
Testigos de esperanza
“Esperanza en
medio de la adversidad” es el título del mensaje al Pueblo de Dios que los
obispos de Bolivia han hecho público, como resultado de su asamblea
extraordinaria, celebrada durante esta semana a través de medios virtuales de
comunicación. Han afrontado los problemas diversos que afectan al país de Bolivia y, teniendo
presente la situación de miedo y de muerte que ha generado la pandemia, los obispos han destacado
las luces de fe, de solidaridad y esperanza vividas
por los creyentes, han mostrado la necesidad de un sistema educativo de calidad y de
un sistema de salud público
para todos, que esté por encima de partidismos e ideologías. También han
subrayado las graves consecuencias económicas de la pandemia en los más débiles
apelando a la justicia
social, a la prioridad del bien
común y al respeto a la libertad. Y
han hecho un llamamiento a la esperanza haciendo suyas las palabras de aliento
de Josué 1,9: “No temas ni te asustes, porque contigo está el Señor, tu Dios,
adondequiera que vayas”.
La fe de San Pedro, pilar de la
Iglesia, garantía de esperanza
También es alentadora la palabra que Jesús dirige a Pedro y a la
Iglesia en el pasaje evangélico de este domingo (Mt 16,13-20) pues las fuerzas
del mal (el poder del infierno o de la muerte, literalmente “las puertas del
Hades”, es decir, del “abismo”) no podrán derrotarla (non
praevalebunt). El pasaje se encuentra en el
centro del evangelio de Mateo y constituye, como en los demás sinópticos, una
escena capital. Aquí Jesús plantea abiertamente la cuestión de su
identidad, muestra a los discípulos su destino y los invita a un seguimiento
radical. Pero Mateo destaca que Jesús
es el Hijo de Dios e incorpora elementos eclesiales que resaltan la
preeminencia de Pedro en la expresión de su fe, en su misión de constituir el pilar de la Iglesia que
Cristo va a construir y en la función del servicio que ha de prestar con su
autoridad de “atar y desatar”, como garantía de fidelidad a la revelación del
Padre. Con la confesión de fe de San Pedro toda la Iglesia reconoce que Jesús
es el Mesías e Hijo de Dios Vivo y queda invitada a seguirlo con todas las consecuencias
inherentes a la cruz.
Qué significa reconocer al Hijo
de Dios
La pregunta abierta de Jesús acerca de su identidad interpela a
todos. Pedro confiesa en el evangelio (Mt 16,23-30): “Tú eres el Mesías, el
Hijo del Dios viviente”, pero sólo más tarde, tras la muerte y resurrección de
Jesús, comprenderá el significado último de su confesión. La respuesta de Dios
a los anhelos de salvación de la humanidad está en la entrega sin reservas de
Jesús que vence a la muerte. Confesar
al Mesías significará también para Pedro seguirlo por el camino de la
solidaridad con los crucificados y de la entrega de la vida a los demás. La
Iglesia no conoce otro fundamento. Sobre
esa fe, plena y profunda, Jesús
construye su iglesia. Sin embargo ni Pedro ni los demás discípulos eran
conscientes aún de las implicaciones y consecuencias que ese reconocimiento
llevaría consigo y Jesús empieza a corregir inmediatamente sus concepciones
mesiánicas y religiosas.
La misión de San Pedro
A esa confesión de fe de Pedro corresponde Jesús con una triple
indicación: la felicitación por
haber recibido de Dios la revelación que le ha llevado a profesar su fe, la elección particular de
Jesús para que Pedro desde su fe constituya el fundamento sólido de la única
Iglesia de Cristo y la concesión
de toda la autoridad, mediante la entrega de las llaves del Reino, para
ejercer su misión al servicio del mismo con la potestad de atar y desatar, de
modo que la Iglesia unida a Cristo por medio de la fe permanecerá por encima de
cualquier fuerza maligna que pretenda derrotarla. Especialmente resuena la
correspondencia entre las palabras de Pedro: “Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” y las de Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
La revelación del Padre Dios a
San Pedro
La confesión de fe de Pedro,
decidida y audaz, impulsa a Jesús a conferir a Pedro una misión y un
estatuto especial en el interior de su Iglesia. Una bienaventuranza tan
personalizada y singular no es habitual en los textos bíblicos, los cuales
dirigen este tipo de felicitaciones a grupos o categorías de personas. Lo
extraordinario de la expresión atrae la atención sobre la figura y la misión de
la persona de Pedro, cuya primacía entre los discípulos queda patente a lo
largo de todo el Evangelio. La bienaventuranza
dirigida a Pedro muestra que el origen de su conocimiento es el
resultado de una verdadera
revelación del Padre.
Pedro y Piedra
Mediante
el juego de palabras, Pedro y Piedra, Mateo justifica el cambio de nombre de
Simón, pues, al llamarlo así, Jesús transforma su identidad personal apuntando
a la misión específica que va a tener en la construcción de su Iglesia. La piedra es símbolo de la
estabilidad, de la solidez y de la durabilidad. En el Antiguo Testamento se
aplica a Dios (Sal 18,2) y al Mesías (Sal 118,22-23; Is 28,16-17),
y a Abraham en cuanto cabeza del pueblo Israel (Is 51,1-2)
y en el Nuevo Testamento a Jesús (Rom 9,33;
1 Cor 3,11; 1 Pe 2,4-8). De este modo el
nombre de “Pedro” refleja
su misión y su función en la Iglesia. Con este fundamento, el Señor Jesús
fundará y construirá la Iglesia. Es una acción futura que realizará Jesús en
persona consolidando una comunidad mesiánica, no reducida ya al grupo histórico
de sus discípulos sino abierta a todas las gentes (Mt 28,16-20). La Iglesia es
la comunidad y asamblea de los llamados y convocados por Dios para vivir en su
Alianza de amor. Esa comunidad mesiánica trasciende las fronteras nacionales,
étnicas, culturales y lingüísticas y constituye el nuevo Pueblo de Dios de
carácter universal. De esa Iglesia Pedro es el fundamento sobre el que Jesús
erige una comunidad viva, que anclada en la fe petrina confiesa
a Jesús como Mesías e Hijo de Dios vivo y participa de su victoria definitiva
sobre el mal y sobre la muerte.
La autoridad de Pedro al servicio del Reino
Con la
entrega de las llaves del Reino a Pedro se subraya la autoridad
recibida por parte de Jesús en el servicio al Reino con la tarea
eclesial de atar y desatar, es decir, de interpretar y llevar a cabo el
proyecto de Dios sobre la humanidad, revelado en el Evangelio. Esta misión de
atar y desatar pertenece también a la Iglesia (Mt 18,18) pero tiene en la
figura del apóstol Pedro su primacía. El actual sucesor de “Pedro”, el papa
Francisco, sigue dando testimonio, como lo hizo Pablo ante la comunidad de Roma
(Rom 11,36), de que el Señor es el origen, guía
y meta del universo y fortalece el proceso de renovación de la Iglesia
consolidando la fe entusiasta en Jesucristo, a la cual es inherente, como
decía Benedicto XVI, la opción
preferencial y evangélica por los más pobres.
Por ello esta semana el Papa Francisco ha dicho también que los pobres del
mundo deben tener la prioridad en la recepción de la vacuna contra el
coronavirus.
Lo que le faltaba a Pedro
Inmediatamente después de esta escena evangélica y a lo largo de
la segunda parte del Evangelio se desvelará de qué modo Jesús entiende su
mesianismo y corregirá las
concepciones religiosas de Pedro y de los demás seguidores. El primer
anuncio de su muerte en la cruz como destino ineludible de su actuación
mesiánica no cabía en las expectativas iniciales de Pedro ni de los discípulos.
Éstos han reconocido al Mesías pero no han percibido todavía las exigencias de
un mesianismo que acabará en la cruz por anteponer el Reino de Dios y su justicia
al templo y al sistema del culto, y por colocar al ser humano necesitado en el
centro de atención de la vida religiosa. A esto mismo quedamos
invitados con los discípulos todos nosotros, a
poner a los necesitados y a los que sufren en el centro de nuestra
atención. Jesús es el Mesías que entrega su vida de manera radical y abre así
el único camino de esperanza con el que Dios mismo está comprometido y quiere
que nosotros nos comprometamos.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.