XXV
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
¿JUSTICIA
EQUITATIVA?
Padre
Pedrojosé Ynaraja Díaz
Antes de empezar el
comentario al evangelio que se nos ofrece en la misa de este domingo,
permitidme compartir con vosotros, queridos amigos lectores, una anecdótica
incidencia respecto al texto de la semana pasada. Me escribió de inmediato mi
amigo P.Ignasi Fossas,
prior del monasterio de Montserrat, a propósito de la descripción que di del
talento (unidad mercantil) que poseen en el museo de la abadía, me dice
así:
“En un dietario del P. Ubach, él explica que en un viaje a Bagdad, visitando las
afueras de la ciudad, vio una piedra que servía de quicio o gozne de una
puerta, que le llamó la atención. Al darse cuenta de que era un talento la
compró a la dueña de la casa, que debía pensar que los occidentales eran un
poco extraños si se dedicaban a comprar piedras...” se lo agradezco al amigo,
pero continúo preguntándome qué características le hicieron suponer que aquella
piedra correspondía a un talento.
Como no quedo
satisfecho, decido buscar en google. Encuentro muchas definiciones. Dicho de
paso, advierto que no coinciden en la apreciación de la masa de metal que
supone tal dinero, añado además, que respecto a posibles imágenes no se da más
que una, bastante imprecisa y deteriorada, se me dice que corresponde a un
ejemplar del “pequeño museo bíblico de Santa Ana, en Jerusalén” ¡tantas veces
cómo he visitado esta basílica y nadie me había indicado que existiera el tal
museo! ¡a buenas horas, mangas verdes!
Paso, pues, a la
parábola que se nos ofrece hoy, domingo XXIV-A,
Resumo brevemente. Un
terrateniente contrata de mañana a trabajadores para vendimiar en su viñedo.
Más tarde vuelve a apalabrar a otros y ya al atardecer a otros más. Acabada la
jornada retribuye a los obreros, empezando a pagar por los que se incorporaron
tarde. Les retribuye de acuerdo a lo que corresponde a un jornal base, un
denario. Van desfilando los demás, que reciben igual paga. Se irritan y
protestan estos últimos…
La queja del trabajador
contratado al iniciar el día, nosotros mismos la consideraríamos correcta, y no
sin razón, y hasta estaríamos dispuestos a organizar una manifestación en
contra del injusto proceder del empresario. No es de extrañar, somos gente de
hoy, acostumbrados a dejarnos influir exclusivamente por códigos y criterios
civiles y políticos.
En el terreno social-político
existen dos conceptos que apoyarían nuestra actitud.
En primer lugar la
noción ética de la justicia equitativa. Copio la definición: “consiste en que
cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades
básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros”.
En el terreno político,
y especialmente en territorios establecidos en regiones, autonomías, comarcas o
nacionalidades: Es común la reivindicación de acuerdo con el llamado agravio
comparativo, definido cómo “Daño u ofensa que se hace
a una persona o cosa al tratarla de modo diferente que a otra de su misma
condición o en una misma situación”, diciéndose con frecuencia:"las
mejoras salariales y condiciones pactadas superan las previstas para el resto
de los trabajadores, con lo que se produce un agravio comparativo que puede
dificultar la firma del convenio".
Somos hombres sociables
y civilizados. Ahora bien, muchos de nosotros, además somos, o debemos ser,
fieles discípulos amigos del Maestro y de acuerdo con sus criterios debemos
juzgar y actuar.
La generosidad debe ser
el principal motor de nuestras relaciones personales.
En una entidad donde se
obre con justicia exclusivamente, tal vez nadie pueda quejarse del empresario,
pero si la generosidad brilla por su ausencia, en tal colectividad no reinará
la felicidad. El obrero se sentirá un siervo, distanciado de todo vínculo
respecto a los demás, compañeros y directores.
En un tal terreno
germinará con facilidad la envidia y dominará la ambición.
Jesús, empresario,
creador de la Iglesia, desde sus inicios no se mueve por criterios comerciales.
Su único programa es el Amor. Escogió inicialmente a discípulos de Juan, más
tarde estos atrajeron a compañeros de oficio o a conocidos conciudadanos. A
todos los aceptó y llamó amigos.
Advirtió por fin, que en
el escalafón del Reino de los Cielos, los últimos pueden ser los primeros, por
mucho que se empeñen algunos, léase hijos del Zebedeo, en pasar delante de los
demás.
Por viejos que seamos, y
en esto creo que os gano a todos, el Señor, como en el caso de Dimas, nos tiene a punto un oportuno empleo,
no lo despreciemos.