XXVI
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
ORGULLO
Y HUMILDAD
Padre
Pedrojosé Ynaraja Díaz
Lo digo y repito muchas
veces, quien es orgulloso, egoísta y vago, no puede de ninguna manera progresar
en la Fe cristiana. Cualquier propósito en este sentido será edificar sobre
terreno arenoso.
Hoy toca referirse al
orgullo de acuerdo con el texto evangélico que nos ofrece la liturgia de la
misa de este domingo.
La parábola del hijo
prodigo es uno de los más bellos relatos de la literatura antigua del Medio
Oriente. Para descubrir tal valor hay que leerla como si fuera la primera vez,
o como si desconociéramos su contenido pedagógico.
Permitidme, queridos
lectores, que me detenga en un detalle puramente anecdótico. Se mencionan las
algarrobas. Se trata del fruto de un árbol típicamente mediterráneo, el Ceratonia siliqua. Generalmente
es compañero del olivo. Lo dicho vale para campos antiguos, hoy en día el
aceite de oliva está tan valorado y sus plantaciones tan cuidadas, que casi
nunca se hermanarán tales vegetales. El fruto del algarrobo es una vaina
bastante grande, semejante en forma a cualquiera de las leguminosas que
comemos. Verde y tierno mientras crece, se vuelve duro y de tonos oscuros
cuando madura. Su gusto es dulce, muy dulce, de manera que en mi niñez lo
conocí y compré como una de tantas chucherías, regaliz, anises, etc.. Supe más tarde que se disfrazaba sustituyendo al cacao
en el chocolate, la rica golosina que en tiempos de escasez podíamos comer con
pan, de cuando en cuando. Hoy en día se emplea en la alimentación animal, pero
su pulpa, en pequeñas cantidades, es aditivo en confitería industrial y en los
helados. Modesto producto, en tiempo de Jesús era alimento de cerdos, animal
maldito para un semita. Tal detalle era una prueba que para el primer oyente de
la parábola, revelaba la degradación a la que el hijo menor, el hijo prodigo,
había llegado.
La parábola se detiene
en pormenores del comportamiento del hijo menor, ambicioso él, huraño también,
pero sin estar podrido del todo su interior.
Tiene tal colorido la
descripción, que generalmente, la catequesis se detiene en su historia para dar
una lección de la posibilidad que tiene cualquier pecador de arrepentirse y
volverse de cara a Dios que le está esperando. Será aceptado por su inmensa
bondad. Sin duda tal propósito es bueno y consigue sinceras conversiones.
Por mal comportamiento
que haya tenido uno, no debe perder la confianza y es bueno que nos lo enseñen.
Este fragmento es un estímulo, su meditación es acicate para la Esperanza. No
hay que olvidar que una de las más graves enfermedades espirituales de nuestro
tiempo es la carencia de esta virtud,
que va de la mano de sus hermanitas, la Fe y la Caridad, como muy bien decía
Charles Peguy. Y acudiendo a la frase que tanto
escuchamos estos días respecto a la pandemia, muchos sufren tal síndrome
espiritual, la ausencia de Ensueño, Ilusión y Ánimo, de modo asintomático.
Cambio
de tercio.
Ahora bien, el acento lo
puso el Señor en esta ocasión, en la actitud del hermano mayor, el que se había
quedado en casa trabajando, sin exigencias, aparentemente.
Os soy sincero, queridos
lectores, yo no he derrochado el dinero del patrimonio familiar, no me he
alejado de los míos, no he acudido nunca a prostitutas. En una palabra, soy un
hombre decente, satisfecho de mí mismo con frecuencia. Orgulloso, pues, como el
hijo mayor.
Estos pasados días de
encerrona por la pandemia lo he ido pensando. En mi soledad no podía ni matar,
ni robar, ni adulterar, aunque hubiera querido, no me era posible cometer un
pecado gordo. Era imposible físicamente.
Ahora bien, sólo en mi
iglesita, celebrando el Domingo de Ramos, Getsemaní,
el Calvario, revestido de ornamentos litúrgicos sí, pero desnudo
espiritualmente ante el Maestro, me sentía pecador. No me examinaba de si se
trataba de pecados mortales o veniales, no era el caso. Nunca me he apartado de
Dios, ni de la Iglesia, pero me sentía empolvado, ensuciado, maloliente,
respecto al Señor…
Fueron tristes días, y
continúan siendo los actuales, respecto a la salud biológica y a la
sociabilidad tan propia del humano, pero algo, o mucho más bien, he aprendido.
Os lo confío para que podáis sacar provecho, de mi experiencia y de la vuestra
propia, que seguramente habrá sido
parecida.
Y cada día, antes de
comulgar, le pido a Dios que no sea indiferente a su bondad, que mis pecados no
entorpezcan mi progreso espiritual. Pecados que no tienen categoría como para
que la prensa los publique, pero que han sido ofensa al Señor.