XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Ser cristiano es algo mas
Lectura
del libro de Isaías
Esto dice el Señor a su Ungido, a
Ciro:
«Yo lo he tomado de la mano,
para doblegar ante él las naciones
y desarmar a los reyes,
para abrir ante él las puertas,
para que los portales no se cierren.
Por mi siervo Jacob,
por mi escogido Israel,
te llamé por tu nombre,
te di un título de honor,
aunque no me conocías.
Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí no hay dios.
Te pongo el cinturón,
aunque no me conoces,
para que sepan de Oriente a Occidente
que no hay otro fuera de mí.
Yo soy el Señor y no hay otro».
Evangelio
según san Mateo
En aquel tiempo, se retiraron los
fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron algunos discípulos suyos,
con unos herodianos, y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres sincero y
que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie,
porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas:
¿es lícito
pagar impuesto al César o no?».
Comprendiendo su mala voluntad, les
dijo Jesús:
«Hipócritas, ¿por qué me tentáis?
Enseñadme la moneda del impuesto».
Le presentaron un denario.
Él les preguntó:
«De quién son esta imagen y esta
inscripción?».
Le respondieron:
«Del César».
Entonces les replicó:
«Pues dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios».
Ciro es un
rey persa que nada tenía que ver con los proyectos de salvación que Yahvé los
tenía reservados al pueblo de Israel, no obstante, leyendo al profeta Isaías,
sabemos que Dios se sirve de él, extranjero y no creyente, para el progreso y
salvación del Pueblo Escogido y con él, heredero de las promesas hechas a Abraam, a todo el mundo.
Se sirve de
él, que no le conoce, ni, evidentemente, le rinde tributo, ni adoración, ni
amor, pero, pese a ello, le llama cristo, o ungido, como queráis, que tal
calificativo significa lo mismo, transcrito en diferente
idiomas.
La sabiduría
y bondad de Dios no está nunca aprisionada y ningún hombre goza del privilegio
de ser su exclusivo privilegiado súbdito
También hoy
en día ocurre lo mismo. Existen personas, sencillas o de gran categoría social,
que obran bien, sin conocer a Dios, como tampoco le conocía Ciro.
Nunca debemos
creernos superiores, los que nos llamamos y reconocemos creyentes, si nuestro
comportamiento no corresponde al querer de Dios.
Expresiones
como “soy creyente, no practicante” o tal persona “es muy creyente”, deberíamos
desterrar de nuestro vocabulario.
El texto
evangélico, más bien alguna expresión, es muy conocido. “Dad al Cesar lo que es
del Cesar y a Dios lo que es de Dios” se dice con frecuencia, aludiendo o
recordando a Mateo. Ahora bien, en la actualidad, no deben existir respetables
augustos de una gran ciudad, que dominen grandes extensiones imperiales,
actualmente se llamarán reyes, presidentes, jefes de gobierno o soberanos, pero
en cualquier lugar, de una manera u otra, un político, con más o menos pésimo
acierto, administrará la cosa pública. Este tal, o su corporación, representan
la autoridad civil, a la que todos los ciudadanos deberemos serle fieles. (regímenes ilegítimos, dictatoriales injustas, evidentemente,
carecerán, más o mucho más, de tal privilegio, pero no es momento este de
entretenernos en la cuestión).
La fidelidad
a las leyes civiles permite el mantenimiento del orden público.
Pero el
cristiano como tal, debe comportarse con mayor exigencia. Por ejemplo, dejar
innecesariamente las luces encendidas o los grifos de agua abiertos, tener la
costumbre de comprar diariamente el pan u otra vianda y tirar el sobrante del
día anterior a la basura, tanto trabajar, como descansar o dormir, debe ser
consecuencia de un sincero examen de conciencia. Los ríos llevan disueltos en
sus corrientes productos contaminantes, consecuencia de aumentar sin ningún
motivo, los jabones que se echan sin necesidad a las lavadoras, de ropa u de
vajillas.
A Dios lo que
es de Dios. Lo que Él nos obsequia cada día, además de la vida, debemos
servirnos de ello para nuestro uso y la satisfacción del prójimo.
Algo
semejante hay que tener en cuenta respecto a la salud y las normas que debemos
cumplir para conservarla y para no contagiar a los demás con perversos virus,
que pueden habitar, sin desearlo, en cualquier rincón de nuestra ropa o en
recónditos repliegues de nuestras mismas manos.
Lamento que
por parte de la jerarquía eclesiástica se hayan dictado normas respecto a
ámbitos y distancias. Cuando uno lee el “Martirologio Romano” va enterándose
del comportamiento de los santos durante las epidemias que anteriormente han
azotado en tantas ocasiones a los humanos. Plagas, epidemias o pandemias, son
fenómenos semejantes, diferenciándose exclusivamente por su extensión o por el
organismo vivo que acometía a la humanidad. Desinfectarse con hidroalchol, ventilar los locales, protegerse con
mascarillas, son deberes ciudadanos … pero ¿son suficientes obligaciones de un
cristiano?. Que cada uno se lo plantee y si no sabe
responderse, estudie los testimonios de tantos santos mártires, que para algo
su obrar se ha conservado en los anales.