Solemnidad. Jesucristo, Rey del
Universo
Jesucristo Rey, Pastor y Hermano
El domingo de Cristo Rey
El domingo anterior se celebró la
IV Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan en signo
concreto del amor de Cristo por los últimos y más necesitados y para que las
experiencias de atención a los pobres nos lleven a un verdadero encuentro con
los pobres y a un estilo de vida caracterizado por el compartir con ellos los
bienes. A esto nos llama especialmente el relato
del Evangelio que presenta al Rey
del Universo en la comparecencia de todas las naciones ante él, Hijo del Hombre, Pastor de todos y
Hermano de los que sufren (Mt 25,31-46). Este texto constituye la
quintaesencia del Evangelio y, con elementos del género literario apocalíptico,
presenta la venida gloriosa del Hijo del hombre, Jesús, como pastor y rey
acompañado de todos los ángeles. Esta es la última y suprema enseñanza de
Jesús, el Señor de la historia, el cual pone como núcleo de su mensaje la
relación de fraternidad con
los más pobres del mundo, los necesitados y los marginados.
El criterio decisivo de Cristo
Juez
Ante Cristo comparecerá la
asamblea de todos los pueblos de la tierra y Él irá separando a cada persona
colocándola en el lugar que le corresponda. Unos heredarán el Reino y otros
serán apartados de él. Pero no será la arbitrariedad del pastor la que dicte
sentencia. El criterio de selección de los justos y de los merecedores del
castigo está ya establecido. El rey, juez y pastor, sólo tendrá que aplicar el
único criterio de verdad y de justicia que aparece en el diálogo del juicio
universal: "Cuanto
hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" y "cuanto no hicisteis a uno de estos más
pequeños, tampoco a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40.45). Entonces se
desvelará quién es cada cual según ese criterio.
Hermano de los pobres
Los hermanos más pequeños de
Jesús son los últimos y marginados de la sociedad. La justicia a la que apela
el primer evangelio tiene su fundamento en la identificación
plena de Jesús con todo ser humano sumido en el sufrimiento por
carecer de los bienes y derechos humanos más básicos y en la consideración de
todos ellos como hermanos suyos por el mero hecho de ser víctimas. La
perspectiva del final de la historia no desplaza la fraternidad a una realidad
sólo para el tiempo futuro sino que marca el comienzo de la realidad definitiva
desde el hoy de nuestra historia humana. Jesús
es, ya ahora, el pastor y el hermano de todos los necesitados, el Rey de los
pobres. Los últimos, los más pequeños, podrán descubrir a Jesús como
hermano a través de los discípulos que los atienden como tales. En virtud de su
condición de marginados, paradójicamente, los que son considerados los últimos
y desechados por esta sociedad, son valorados como hermanos por el Señor y rey
de la historia.
Presencia real del Resucitado en
la historia
La relación de fraternidad no se
crea meramente por una acción esporádica de atención a los que sufren, ni por
el hecho de sentir lástima por ellos, sino que nace de la identificación con los marginados y
del compartir con ellos su misma experiencia y su mismo destino. El
destino del Hijo del Hombre es el mismo que el de todos los crucificados y de
todas las víctimas de la injusticia humana. Es este profundo
vínculo fraterno con los sufrientes del mundo, y no cualquier otra
manifestación poderosa o espectacular, el que hace posible todavía hoy la presencia real del Señor
resucitado, del Hijo del Hombre, en la historia humana.
La misericordia, criterio
esencial de la conducta
El horizonte
universal de la fraternidad proclamada por el evangelio constituye el
auténtico sentido misionero de la iglesia, la cual partiendo de la fraternidad
iniciada por Jesús y proyectada a través del verdadero discipulado de los
hermanos y hermanas alcanza a los necesitados y desheredados de toda la tierra.
Por eso la atención a los
pobres, los hambrientos y sedientos, los inmigrantes y desamparados,
los enfermos y los cautivos es el criterio
decisivo del juicio en la comparecencia universal ante el Hijo del
hombre y ha de ser el criterio
esencial en la orientación de la conducta humana. Ésta es la conducta
requerida en las conocidas como obras
de misericordia. Sin embargo creo que, desde la perspectiva del juicio
universal, la parábola apela más bien a una exigencia ética que se ha de situar
en el plano de la justicia social correspondiente a los derechos de los
excluidos y de las víctimas.
Hambrientos, enfermos e
inmigrantes, nuestros hermanos
Especial relevancia adquiere en
el momento presente y a escala planetaria la referencia a los hambrientos, a los enfermos y a los
forasteros. La cifra de los desnutridos por carecer de medios de
subsistencia para la supervivencia es de casi mil millones de personas en el
mundo, con el agravante de que cada año hay más que el año anterior. Este año morirán
de hambre más de trece
millones de hermanos nuestros. En cuanto a los enfermos, el año que se
acaba ya se ha cobrado un
millón trescientos mil muertos en el mundo por el coronavirus. Por lo
que respecta a los forasteros
e inmigrantes sabemos y constatamos que los movimientos migratorios
son otra manifestación masiva y evidente de la desigualdad y de la injusticia
de nuestro mundo.
Exigencia universal de atención a
los hermanos del Resucitado
Los criterios de justicia que se
tendrán en cuenta en ese juicio revelan, en primer lugar, la identificación plena de Jesús, el
Señor glorificado, con todos los que viven situaciones
de miseria por verse privados de los bienes y derechos humanos más
fundamentales; en segundo lugar, muestran que Jesús considera hermanos suyos a todas las
personas con las que se identifica por haber sido víctimas de
condiciones vitales de extrema dificultad en el ámbito de la salud y en el
ámbito social (hambrientos, sedientos, desnudos, forasteros, enfermos y
encarcelados) y las trata como hermanos por el mero hecho de ser víctimas.
Finalmente indican que los
comportamientos de atención y de amor a las víctimas son una exigencia
universal que no tiene atenuantes ni eximentes en caso de
incumplimiento, ciertamente porque se trata de conductas que pertenecen al
núcleo mismo de la ley inscrita en el corazón de todo ser humano (cf. Heb 8,8-12; Jr 31,31-34).
Con la maldición como contrapartida (Mt 5,41-43) la radicalidad del primer
evangelio en la atención a los que sufren se hace aún más evidente y constituye
una cuestión fundamental de
la justicia divina.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura