DOMINGO II DE ADVIENTO CICLO B 

PANDEMIA Y CONVERSIÓN

 P. Emilio Betancur

 

Dentro de las secuelas fatales de la pandemia, excepción hecha de la muerte de miles de personas, incluso cercanos a nuestro afecto por pertenecer a nuestro propio árbol de vida; ha sido más lastimoso que los sobrevivientes hemos quedado ciegos. Desde que nos echaron del paraíso por egoístas y querer ser como Dios nunca hemos sido capaces de hacer otro paraíso distinto al que era don. La normalidad después del paraíso y de la tierra prometida siempre hizo parte de los ensueños de Israel cuando el pueblo pidió a Moisés volver a Egipto para alimentarse de las antiguas ollas de comida de la esclavitud todo por conformismo e indiferencia ante la libertad del Éxodo. Nada distinto a lo que ahora llamamos reinventarse en la misma economía.

 

Una de las secuelas más grave de la pandemia es la falta de empleo como un problema de juventudes y de género, cuando se trata de futuro del país y de las mujeres que son las mejores emprendedoras y admiradoras de una sociedad.

 

Moisés en el éxodo, el segundo Isaías desde el exilio (Ex 40,1-5.9-11), (primera lectura) creyeron, lo que nosotros no hemos tenido en cuenta; estamos en la pandemia en éxodo y exilio; transformando la madre tierra y sus formas de vida en desiertos y el exilio de no dejar mover de la inequidad a los desfavorecidos. A pesar de lo que hemos hecho Dios le pide a Isaías que nos diga: “Consuela mi pueblo” (en la Biblia consuelo significa descanso y alivio en las dificultades que afligen y desalientan el ánimo). “Comuníquenle que ya va a terminar su destierro” (primera lectura). Pablo consolaba a los Corintios de igual manera: “El que nos conforta en todos nuestros sufrimientos para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros confortar a todos los que sufren”( 2 Cor 1,3-4).

 

Juan Bautista es un excelente ejemplo a imitar para saber quién puede ser un precursor en una pandemia en la que todos se sienten mesías, la economía, la salud y sobre todo la política con su sesgado control político.

 

En el evangelio de hoy (Mc 1,1-8) Juan es el mensajero sin intentar ser mesías porque el Mesías era Jesús, Buena parte de nuestra vida y en momentos de pandemia más visibles, nos dedicamos a ser mesías de los demás. Así como Juan bautista después de haber recibido el bautismo de conversión de los pecados en el Jordán; convocando a toda la gente de la Judea para convertirse; con la misma fuerza y ánimo que nos da el bautismo; tenemos compromisos como bautizados sin perder el contexto de la pandemia: La conversión no puede contentarse con simple cambio de conducta o un cambio virtual de comportamientos como lo insinúa la religión natural; no así la fe que propone abrir nuestro interior a un nuevo camino para que Dios vuelva a estar en nuestro interior y rebaje todos los egos y las suficiencias que nos obstaculizan ver que Dios está en los otros; que todo lo que esté torcido en nuestra vida moral y social como la corrupción y la avaricia se endurezcan. Confesar lo que hemos sido con el dinero y lo que el dinero ha hecho con nosotros. Conversión, corrupción y narcotráfico es una tarea tan inmediata y urgente como cualquier proceso inconcluso de paz. Lo que fascinó a Judea y Jerusalén y no ha alcanzado a conmovernos a nosotros fue la posibilidad de comenzar de nuevo en una forma sencilla significada en las vestiduras de Juan bautista; con más ética y sin arribismos débiles; aceptando que no tenemos identidad por carencia de principios y valores que son vitales. La única distinción que auténtica nuestro bautismo en el Espíritu es el amor de Dios que por su acción de transformación en nuestro interior nos inclina para amar con el mismo amor de Dios a nuestros hermanos, a ejemplo de Jesús. “Yo los he bautizado con agua; pero Él los va a bautizar en nombre del Espíritu Santo.

 

La carta del apóstol Pedro, segunda lectura, nos llama a creer las promesas de Dios; de acuerdo a nuestro cambio en la conversión, nos dará una tierra renovada donde habite la solidaridad. “El señor no deja de cumplir sus promesas ni llega tarde; cómo piensan algunos, lo que hace es tener paciencia con ustedes, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos alcancen a convertirse a Él” (segunda lectura). El mundo y los colombianos a un nivel más cercano requerimos de profetas del talante de Juan bautista que sin mesianismos populistas o polarizaciones nos pregunten donde hemos dejado la esperanza; quizás está en un lugar equivocado. Esta puede ser la fuente de nuestras desilusiones en lo económico, lo social incluida la paz. Si permitimos que Dios nos convierta en este adviento no habrá razón para reinventarnos y seguir en las mismas.