EL PODER DE DIOS

Domingo 4º de Adviento, B.

 

“Para Dios nada hay imposible”

(Lc 1,37)

 

Padre nuestro que estás en el cielo, recuerdo bien las dudas de Abrahán y de Sara cuando recibieron la noticia de que iban a tener un hijo en su avanzada ancianidad. Y recuerdo también la pregunta que recibieron como respuesta: “¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?” (Gén 18,14).

Ese interrogante se me hace presente con mucha frecuencia. Me parece muy difícil que en este mundo se haga visible el abrazo de tu misericordia y tu fidelidad. Me cuesta creer que algún día puedan reinar la paz y la justicia. Y me pregunto si aquel sueño de armonía que anunciaba Isaías es demasiado difícil para el Señor, es decir para ti.

También a María le asalta una duda semejante a la de los antiguos patriarcas. El ángel le anuncia que va a ser madre. De ella nacerá un niño que heredará el trono de David. Pero ella manifiesta que no ha puesto por su parte los medios naturales para la generación de una nueva vida. ¿Cómo puede ser posible lo imposible?

Y de nuevo me asaltan las preguntas sobre tu presencia y tu acción en la historia y en nuestra peripecia personal. Estoy dispuesto a reconocer tu poder sobre el mundo y sobre las leyes que parecen regir la creación. Pero no puedo acallar otras dudas. ¿Es que los planes divinos no necesitan la cooperación humana?

Muchos se plantean estas preguntas cuando piensan en los procesos relativos a la naturaleza. ¿Es que el poder de Dios puede trastornar el orden de las cosas, la atracción entre los astros, la variedad  de las especies? ¿Puede Dios lograr la pacífica convivencia entre la leona y la cría de la vaca?

Yo me hago estas preguntas cuando pienso en el orden o el desorden social. Y, sobre todo, cuando observo mi propia obstinación en seguir mis caprichos e ignorar tu voluntad. Por eso, Padre, puesto que nada es imposible para ti, te ruego que me ayudes a aceptar, como María que se cumpla en mí tu palabra. Amén.

  

  

José-Román Flecha Andrés